Por eso cuando, en un descuido de su subconsciente, se le escapa una verdad, como la de que buscaba pactar en la cárcel de La Picota, lo que denominó rimbombantemente, ‘perdón social’ con corruptos entre los corruptos, como los Moreno Rojas y con asesinos condenados a cambio de votos, en el entendido de que esas personas tienen estructuras delincuenciales que producen y compran papeletas en las elecciones presidenciales; cuando eso sucede, digo, y la gente entiende de lo que se trata, arde Troya.
Arde Troya porque los ciudadanos no aceptan que trate de vendérseles como revolucionaria una acción mafiosa, que sólo busca ganar las elecciones a como dé lugar.
¡Delincuentes de todos los matices, uníos al Pacto de La Picota!, es una propuesta, en realidad, histórica. Y lo es, porque no se trata de un frente amplio para reunir al país en torno a un propósito legítimo, sino de forjar una alianza, ¡otra vez!, con los victimarios para repartirse a Colombia. ¡Hay que coligarse con los corruptos para construir un país sin corrupción!, hay que poner a los ratones a cuidar el queso, para que haya comida para nuestros niños y nuestros ciudadanos vulnerables. Y todo a nombre de la justicia, ahora con el nombre de reparativa, adornada con el apellido del filósofo Jacques Derrida (1930 – 2004), para disfrazar con pedigree su conejo semántico, haciendo pasar, como decía Mao Tsetung, por buena una mercancía barata. ¿Les suena al Pacto del Colón del 24 de noviembre del 2016?
En fin, hay que ver cómo justificó Petro el entuerto en unos tuits, cuando la avalancha se le vino encima: “El perdón social no es impunidad, es justicia reparativa. El perdón social no es encubrimiento, es un proceso de verdad histórica El perdón social no es ni jurídico, ni divino, es un perdón terrenal de la ciudadanía. El perdón social no lo ordena el presidente, sino la sociedad” y “Por honestidad intelectual con la prensa que critica el concepto del perdón social sin leer sobre él, remito al proceso de investigación de las universidades el Rosario y Javeriana, en el que he participado.
El concepto ha sido propuesto por el filósofo Derrida” (como quien dice, investigador académico, filósofo y todo, por si algo faltaba en su perfil).
Cómo quien dice, el “perdón social” definido como suelen ser las definiciones de Petro, difusas, diciendo lo que no es para ocultar lo que es; pero eso sí, ocultando el sentido real del tal perdón: que es una propuesta mafiosa para ganar votos, como señaló un ciudadano que puntualizó que no faltó el ciudadano que le respondió que la propuesta de Derrida no era una burda triquiñuela electoral.
Ahora bien, su pacto es “histórico”, pero no el primera en su pasado: recuerden ustedes que el M-19 se alió con Escobar -luego de que aquel intentó diezmarlo y se le voleó la torta, hasta el punto de que el capo casi extermina a esa organización- para asaltar el Palacio de Justicia y obtener el “perdón social” quemando los expedientes que reposaban allí contra ese criminal.
Pero como su intención fue tan evidente, decidió hacernos creer que era un falso positivo lingüístico: que él no dijo eso, que fue su hermano, quien no está en la campaña (contra toda evidencia) y que lo hizo a nombre de la Comisión Intereclesial, que él lo que busca es encerrar a los corruptos.
Sí, como no; a otro perro con ese hueso. De nada le valdrá su negación. El yo profundo de Petro mostró su verdadera naturaleza. Si eso es en campaña, cómo sería su gobierno, con Iván Moreno Rojas fungiendo de Ministro de Transparencia y alias Marquitos de Alto Comisionado para la Reconciliación. Ah, y con Piedad Córdoba como embajadora en Venezuela; un familiar de un conocido senador, médico del Valle, manejando el nuevo Ministerio de Salud, para estatalizar las EPS y uno del famoso senador costeño investigado por la Corte, como gerente de la Sociedad de Activos Especiales. Imagínense al Pacto de la Picota haciendo historia...