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Rafael Rodríguez-Jaraba*

Para América Latina la primavera del Siglo XXI parece perdida. Estos primeros años de la centuria, están siendo signados por el resurgimiento del populismo comunista, que amenaza con socavar el afianzamiento que habían logrado algunas democracias de la región. Esta aventura regresiva, es un camino seguro hacia la incertidumbre que niega esperanzas al progreso.

El populismo, perversa estrategia que enciende emociones y desmedidas pasiones en la población más desinformada, de nuevo se viene enquistando en el hemisferio. Su retórica demagógica que ofrece concesiones que halagan la sensibilidad social, ha conseguido embaucar a la población más pobre para apoltronarse en el poder. Este retroceso posterga el sueño posible de hacer de América Latina una sociedad civilizada y determinada por la educación, la libertad y el orden.

La dialéctica comunista que se afinca en el nacionalismo exacerbado, propio de aldeas primitivas y de sociedades autárquicas, conspira contra la cooperación entre naciones y cercena la integración de sus mercados. Las diatribas incendiarias contra los países desarrollados o no afines a su credo, siembra odio y resentimiento en la población, prolonga el aislamiento y aplaza la inserción de las naciones al desarrollo.

La región no debe seguir el sendero perdido del comunismo, que tanto abuso, atrocidad y atraso trajo al mundo, y que degradó, en la implantación regímenes totalitarios y criminales. Pareciera, que, para algunas naciones de América Latina, no ha sido suficiente el rotundo fracaso del comunismo e insisten en experimentar su doctrina. El mesianismo del credo comunista, por ignorar su propia historia, no aprende de ella.

El rechazo al orden legal y su desacato promovido por gobernantes populistas, explica la anarquía de muchas comunidades, que ingenuamente creen que en la insubordinación y el vandalismo está la solución de sus problemas. Pero en contrario a sus anhelos, estas manifestaciones sediciosas, solo siembran caos y perpetúan el subdesarrollo.

La retórica populista, que propala medidas cortoplacistas para reducir la pobreza y que son de buen recibo popular pero insostenibles en el tiempo, pretende remplazar la planeación y la construcción de un desarrollo prospectivo, ordenado y sostenible.

Está más que probado, que el asistencialismo, los subsidios y las prebendas, que, si bien tienen un efecto positivo de carácter temporal en la población, resultan siendo inútiles por solo remediar las consecuencias y no las causas que originan los problemas estructurales de la sociedad.

Contrario a los postulados que predica el populismo, el aumento desmesurado del gasto público, agudiza el déficit, provoca endeudamiento, encarece impuestos, desata inflación, destruye empresas y empleos, y, origina más pobreza.

No fue aventurado vaticinar, que algunos de los gobiernos del llamado y desvencijado eje bolivariano, desbordarían su capacidad de gasto e impedirían la monitoria de su política monetaria y cambiaria; como tampoco fue aventurado predecir, desorden en sus finanzas, abusivas expropiaciones, aumento de impuestos, y hasta emisión furtiva de dinero para engañosamente financiar su desmesurado gasto. Este libreto ajado y obtuso, no es nuevo ni novedoso, pero sí, siempre recurrido por los fletadores de la desesperanza

El populismo comunista siembra ilusiones, pero solo cosecha frustración y más pobreza, y Colombia, no está inmune a esta plaga. Basta ver las turbas violentas que ingenuamente siguen a Petro y sus prédicas arrevesadas para acabar la pobreza.

Ojalá que el paso asolador del populismo por la región pronto termine y ayude a preparar líderes íntegros y capaces de modificar su rumbo y de direccionar la sociedad latinoamericana hacia un estado de bienestar social en el que reine la educación, el respeto y el orden.

A Colombia le llegó la hora de definir su futuro, y las opciones son solo dos; seguir rectificando el camino y fortalecer su perfectible democracia o, entregarnos a la voluntad populista del disparatado e inepto Gustavo Petro y de un puñado de criminales sin ideas ni ideales que llegaron al Congreso en premio a sus fechorías.

Que no se olvide lo ocurrido en Chile, donde el 55% de los electores no votaron y hoy con amargura y arrepentimiento se lamentan de no haberlo hecho, y con ello permitieron, que un oscuro y perturbado populista sea quien determine el futuro de esa nación.  

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

Publicado en Columnistas Nacionales

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