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Rafael Rodríguez-Jaraba                                                                                  

Vivimos en la era de la mentira, la falsedad y la posverdad; y si hay algo mentiroso, falso e ilusorio, es que los llamados progresistas que no son más que regresivos comunistas vergonzantes, sean los pioneros, líderes y promotores del desarrollo sostenible y de la protección del medio ambiente, y dentro de este, las especies vivas, los recursos naturales y el clima, y, como agregado, la llamada transición energética.

Contrario a lo que afirman estos seudo ambientalistas que posan de globalistas, para hacer de la sociedad una manada dócil de borregos ignorantes fácil de adoctrinar y malear, desde tiempos inmemoriales, el desarrollo sostenible ha sido preocupación permanente del capitalismo democrático, el que antes que restringir la libertad económica la ha promovido en armonía con el medio ambiente, y, en defensa de él, abogado por el uso racional y la reposición de los recursos naturales; la protección de la biodiversidad; el control, la mitigación o el abatimiento de las emisiones de dióxido de carbono, y; la creación y desarrollo de fuentes de energías neutras que sean más eficientes, al igual que de instrumentos económicos que las financien.

No es admisible que las retardatarias prédicas populistas, que carecen de fundamento científico y de contenido útil y práctico, pretendan detener el desarrollo y avance de las naciones, y menos, de las más pobres, máxime, si estas disponen de recursos naturales renovables, e inclusive, no renovables como al parecer son, el petróleo, el carbón y el gas, para propiciar y alcanzar su desarrollo.

Los seguidores de estos comunistas anacrónicos que se disfrazan de ambientalistas y posan de globalistas, en su mayoría, no saben que, el globalismo es un atentado a los principios de soberanía nacional, autodeterminación e impenetrabilidad territorial, así como una amenaza a la libertad, el disenso, la propiedad privada, la familia, la naturaleza humana y la iniciativa privada.

Con el advenimiento del globalismo lo que en realidad se busca, es crear la cuarta ola del comunismo, la que, antes que formarse, cada día que transcurre, se desvanece como resultado de los obtusos desvaríos que propugna. 

Es por eso que la sociedad civilizada, no debe guardar silencio o ser indiferente ante tamaño despropósito, como tampoco, permitir que las nuevas generaciones y los ciudadanos desinformados, ingenuos o incautos, caigan en manos de los enajenados promotores del perverso credo comunista, ahora solapado bajo los nombres de progresismo y globalismo.

Y es que, en Colombia, tenemos de presidente a un solapado comunista que funge de globalista, así como de defensor del medio ambiente, quien más que gobernar, lo que hace es activismo, y gala de disparatadas y dislocadas ocurrencias que denotan su invencible ignorancia, incapacidad y torpeza, al punto de atreverse a proponer que la nación acoja el Modelo del Decrecimiento, solo concebible en mentes estrechas o infortunadamente atrofiadas.

Contrario a lo que este remedo de presidente pretende, Colombia debe promover y aumentar la exploración y explotación responsable y sostenible de yacimientos petroleros y gasíferos y, en menor medida, de carboníferos, así como prospectar, diseñar e iniciar la ejecución proyectos de generación de energías inocuas para el medio ambiente, que consoliden la seguridad y la independencia energética, de manera que gradualmente sustituyan la generación de energía térmica, y a mediano plazo, permitan disponer de suficiente oferta energética, para con ello, lograr la reducción del abusivo precio, tanto de los combustibles, como del suministro industrial y domiciliario de energía y gas.

Colombia debe escuchar la ciencia, reconocer la evidencia y rechazar las sentencias ignorantes y fatalistas de los promotores de un ambientalismo globalista, que es rudo e implacable frente al uso legal de los recursos naturales, e indolente o complaciente con la destrucción de ellos.

Estos falsos ambientalistas guardan silencio cómplice ante la deforestación de selvas, bosques nativos húmedos, bosques tropicales secos, parques nacionales y reservas campesinas, a causa del aumento exponencial de los cultivos ilícitos.

También guardan silencio, ante la multiplicación de factorías de narcóticos que contaminan y vierten precursores y desechos químicos letales.

Nada dicen ante la minería ilegal que destroza la geografía y contamina con mercurio y cianuro las cuencas hidrográficas y las riveras de los ríos.

Son indiferentes ante la voladura de los oleoductos y el derrame de crudo, que aniquila especies vivas, e infectan las aguas de las que luego se sirven muchas comunidades y cultivos lícitos.

Nada les importa el incumplimiento de leyes y sentencias en favor y defensa del medio ambiente y son amigos de la fumigación con glifosato de cultivos lícitos, pero no de los ilícitos.

Sin asomo de recato, se congracian con Petro, cuando anuncia comprar cosechas de coca, para con ello, incentivar su cultivo, promover la violencia y dañar la sociedad.

Tampoco, nada les preocupa la pérdida de gobernabilidad del Estado en vastas zonas de la geografía nacional, como consecuencia de la presencia de bandas criminales dedicadas a destruir el ecosistema.

Ante este desolador panorama, Colombia necesita alternativas viables y soluciones reales para detener la degradación ambiental, en cambio de insistir en vacuos, predecibles y fatalistas diagnósticos ya conocidos, como son los que propala Petro y su banda de corifeos.

El próximo gobierno debe recuperar la capacidad de exploración y explotación de petróleo y gas; aumentar la producción de combustibles; ensanchar la infraestructura energética hídrica; promover la generación mediante sistemas solares, eólicos y fotovoltaicos, y, especialmente, erradicar la minería ilegal, y diseñar y articular una vigorosa política de erradicación y sustitución de cultivos ilícitos, lo que exige la recuperación de la gobernabilidad y el orden público en los territorios ocupados por bandas narco criminales. 

La redención de Ecopetrol no da espera, y estará condicionada al nombramiento de una junta directiva conformada por especialistas con experiencia, y de un gerente preparado y capaz, y no de un indelicado comodín como el de ahora. De igual manera, su futuro estará sujeto a una reestructuración que permita que la producción y venta de los combustibles que refina, sea competitiva, de manera que sus precios se reduzcan y dejen de estar nivelados con los de los combustibles importados.

Es inaceptable, y causa justa inconformidad, el oneroso impuesto que pagamos los colombianos por los combustibles que mayoritariamente producimos, y peor aún, que haya quienes propongan que se otorguen subsidios para financiar su pago.

A Colombia le debe llagar la hora de la racionalidad, de la coherencia y de la consistencia de sus políticas públicas. A Colombia le debe llegar la hora de la reconstrucción de su democracia, de su avance y de su consolidación.

No podemos seguir siendo la nación donde la sinrazón sea la razón, y la cuna mundial del narcotráfico, la corrupción, la incapacidad, el despilfarro, la violencia y la muerte.

Colombia debe consolidar y fortalecer su sistema republicano; recuperar la seguridad; restituir el respeto por la autoridad; recomponer su economía; retomar el sendero del desarrollo, y; hacer que sea posible la esperanza del progreso.

Lo mejor que habremos hecho los colombianos, es lo que aún tenemos por hacer, y será, elegir a una mujer estadista que vuelva a gobernar y nos haga sentir gobernados, y, de hacerse, los mejores días de Colombia estarán por venir.

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mag. Litigante. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

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