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Pedro Aja Castaño   

Se me ocurrió la parábola que sigue porque en política un buen paraguas representa un compromiso real. Mientras que un hermoso techo con rotos disimulados por sombrillas es una solución temporal, adecuada a menudo a una política de partido, y no a una decisión que representa una política de estado.

Érase una vez un reino de locas esperanzas   que recibían diversidad de nombres, pero cada nombre tenía una sombra de desencanto, así que todos vivían confundidos con su terrenito de felicidad al que inadvertidamente le caían problemas o sufrían desencantos; se alegraban con momentos pasajeros, pero las noches podían ser de cavilaciones, incertidumbres  inexplicables. Por fin un viejo sabio iluminado se inventó un paraguas mágico para los días terribles al que llamó ORACIÓN, lo regaló a todos, pero les hizo una advertencia: tengan cuidado con las diferencias e igualdades de los paraguas, pues unos son visibles y otros  invisibles. Unos y otros esconden secretos en los que lo aparente puede ser lo contrario de lo que parece ser. Por lo que debes tener cuidado con lo que pides, teniendo fe y ningún miedo.

Los paraguas de doble faz eran dorados por fuera, MULTICOLORES EN LA FAZ INTERIOR, y constituían la ZONA DE CONFORT  de ese reino. Por lo que disfrutaban de la protección de los males, ya que esa es la razón de ser de las oraciones. Pero como la ociosidad es la madre de todos los vicios,  por simple vanidad los súbditos del reino,  empezaron a discutir el porqué de los colores, que son las religiones o las múltiples ciencias;   que  si el rojo  era mejor que el azul o el verde; otros colores, como el gris, se declaraban neutrales; el violeta se dedicó a la meditación, y el amarillo vivía muerto de la risa con la pelea; mientras tanto,  el negro disfrutaba en silencio, porque nadie le daba importancia, ya que se dedicaba a ciertas ocupaciones discretas con su amiga de confidencias, la noche. Todos discutían el porqué, cuando en realidad se trata del para qué; es decir, la utilidad de lo que hacemos, decimos, pensamos, deseamos. Las personas discutían ‘la marca’ de lo espiritual o científico y no la utilidad del sentido común para el bien del alma.

Cuando llegaba la hora de los sueños los colores adquirían personalidad; en el verde se encarnaba la esperanza, en el rojo la pasión, en el azul los ideales, etc.; obviamente el negro se reservó para sí la encarnación  del misterio. Y mediante una desconocida operación de encantamiento se trastocó la ESENCIA INOCENTE DE LA IDENTIDAD NATURAL DE LOS COLORES   nacida de su madre la luz que no discutía con nadie y servía a todos, buenos y malos, al igual que la noche que se hizo para el descanso.  

Y así el color inocente se incorporó a la vida de los humanos a través de un virus secreto llamado vanidad que existe en su variedad buena y mala. Entonces el poder del secreto e identidad personal de muchos se escondió de manera eminente en los de pasado oculto que empezaron a ser buscados para negocios impíos; al igual que se volvieron importantes    los  chantajistas, asesinos, agentes dobles, impostores y personalidades escindidas porque en sus tramas nadie era lo que parecía, todos escondían algo por lo que todos se acostumbraron a la celebración pomposa de los bailes de máscaras de la alta alcurnia que los convertía en esclavos mutuos, pues todos estaban atravesados por la tradición maleable del mal que se llama diplomacia, buenas maneras, conveniencias, complicidades decentes, ambigüedades respetables, paradojas de prestigio.

Lo curioso es que  nadie le ha parado bolas a ese ACUERDO FUNDAMENTAL DEL MAL  PRESTIGIOSO.  Porque ante ese mal pomposo se inclinó la obsecuencia de la ciencia de lo humano, pues muchos se convertían en ‘casos’ dignos de ser estudiados, entrevistados; y ese ‘prestigio’ es la excusa de la impunidad para que un asesino se convierta en alguien famoso que no representa peligro para la sociedad y se siente en el congreso.

Entonces los actos humanos, mediante el color, que puede ser la religión o la ciencia, dejaron de serlo y se convirtieron en teorías. El pobre rojo se convirtió en símbolo del amor o la ira, según la conveniencia del abogado o el juez; el hermoso verde de la naturaleza que nos enseña equilibrio, se convirtió en codicia, o terreno útil; el azul hecho para la confianza y la paz que sugiere   lealtad e integridad, se convirtió en símbolo de la inflexibilidad y la frialdad calculadora debido a  la frigidez del alma.  Y así muchos niños de vivaces ojos negros empezaron a desconfiar de los tranquilos ojos azules. Y nadie sabe cómo, de la noche a la mañana, el negro, símbolo del mal, pasó a ser el representante de la elegancia indiferente.

Ante esa confusión de la humanidad causada por el contubernio indecoroso y multicolor con el mal,  un viejo monje tomó un hacha cortó un árbol de pino que, por ser perenne,  simboliza el amor de Dios, lo adornó con manzanas y velas; las manzanas simbolizando el pecado original y las tentaciones, mientras que las velas representaban la salvación  de Jesucristo como luz del mundo.

Pasó el tiempo y esas verdades fundamentales fueron remplazadas por adornos; después se agregó la tradición  de poner regalos enviados por San Nicolás o  los Reyes Magos; pero un bonachón viejito barbudo, barrigón y simpático, le quitó el negocio a San Nicolás, y como estrategia de mercadeo se inventó un paraje helado y mágico del polo norte con  trineos y renos voladores;  medias llenas de regalos oportunos y misteriosos; un correo inmediato con la velocidad de la luz.

De alguna forma reunió canciones infantiles, y como ayudantes convenció a un hermoso niño judío, ángeles y santos, elfos, hadas y duendes; comerciantes, pecadores bandidos y banqueros,  y durante un día salió a repartir felicidad por todo el mundo. Dicen que una guerra atroz fue detenida durante varios días con la santa inocencia de una noche de paz.

Muchos se preguntan por qué el viejito, con toda su experiencia, que infunde esperanza, no ha fundado su partido político. Sin embargo, a la humanidad, por una peculiaridad que no entendemos, parece gustarle más el carnaval con sus agentes secretos y máscaras que la sencillez de la vida feliz e inocente llamada Navidad.

Con todo lo anterior, quizá el misterio reside en la maldad invisible que se disfraza de caras buenas e inocentes, condenando a los feos de buen corazón y vestidos humildes. O también puede ser que esta vida sea el terreno de juego de seres desconocidos, en donde inclusive los malos son engañados. O que todo sea una pesadilla en la que la Navidad nos da la esperanza de que existe la felicidad del despertar con un inesperado regalo. Pero también se da la posibilidad de que algunos se  despierten sin regalo, sencillamente porque se portaron mal.

Publicado en Columnistas Nacionales

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