No hay que olvidar la historia para no tener que repetirla. El relativo progreso de Antioquia no ha sido algo caído del cielo, ha sido algo luchado y logrado con muchos esfuerzos y sacrificios. La industrialización se abrió paso tras acumular capitales fruto de la minería del oro y del cultivo del café. Fue un atrevimiento de locos instalar industrias entre las breñas de esta comarca y tan lejos de las costas, pero desde aquí se abrieron paso para tomarse el mercado nacional y hasta para asomarse al internacional.
Y a medida que su éxito fue creciendo, las firmas paisas se hicieron tan atractivas que muchas fueron absorbidas —y lo siguen siendo— por capitales volátiles que se llevan las ganancias y a veces no dejan nada. Eso nos ha dolido a los que entendemos nuestro regionalismo como un amor sano por este terruño, y confiamos en que solo el trabajo honrado y denodado nos puede permitir vencer las afugias y superar las vicisitudes con esa fe de arriero que no se doblega ante ninguna dificultad.
En los setentas, industriales de otras latitudes vinieron a apoderarse de nuestras mejores compañías. Fue doloroso perder a Cervunión y, sobre todo, a la nave insignia de la industrialización del país, la Compañía Colombiana de Tejidos, Coltejer, que era en su momento la empresa más grande de Colombia con cerca de 17.000 trabajadores, y con la que Ardila Lulle apalancó el crecimiento de su organización, chupando de su savia hasta secarla, para decir después que se arrepentía de haberse encartado con ella.
Ese dolor llevó a los viejos capitanes de industria de la región a propiciar un intercambio accionario entre las principales empresas antioqueñas para evitar que las siguieran sonsacando, y la estrategia mostró su eficacia al lograr impedir la pérdida de Coltabaco, que por entonces era otra de las firmas más importantes del país. Ese enroque accionario, esa madeja bursátil que se tejió entre buena parte del empresariado paisa, se bautizó como Sindicato Antioqueño y después se autodenominó como Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), que hoy constituye el último bastión de la industria paisa, porque de lo demás —con notables excepciones como Colanta— casi nada es nuestro. Apenas este año, la multinacional neerlandesa AkzoNobel, compró al grupo Orbis (Pintuco), y la sueca Essity se quedó con el 95,8% de Productos Familia, ni más ni menos.
Comprar a Nutresa no es comprar a cualquier empresa, es dinamitar el GEA y llevarse lo mejor del hato. Son numerosas compañías que han requerido décadas para alcanzar su madurez y conformar un grupo alimenticio con 47 plantas y más de medio centenar de marcas. Empresas líderes en su ramo que no se hicieron de la noche a la mañana como la Nacional de Chocolates (Chocolatinas Jet, Choco Listo, Corona, La especial, Tesalia, Cruz, Tosh, Choco Lyne), Galletas Noel, Carnes Frías Zenú (Ranchera, Pietrán), Productos Rica, Café Sello Rojo, Café La Bastilla, Colcafé, Pastas Monticello, Pastas Doria, Cream Helado, Hamburguesas El Corral, Pizza Papa Johns y hasta el negocio en Colombia de Starbucks Coffee, además de otras. Mejor dicho, no estamos hablando de cualquier cosa.
Como si fuera poco, Nutresa posee el 13% del Grupo Sura y el 12% del Grupo Argos, que son los otros dos pilares del GEA. Y Sura, a su vez, posee el 46% de Bancolombia, el banco más grande del país y por el que el Grupo Gilinski aun llora por la herida. Se recordará que este nació luego de que el poderoso Banco Industrial Colombiano (del GEA) absorbió en los noventa al maltrecho Banco de Colombia, de los Gilinski, que alegaron en los tribunales una supuesta maniobra fraudulenta del BIC y reclamaron una jugosa indemnización que no les fue concedida. Ahora los Gilinski se apalancan en el poderoso brazo de una familia real petrolera para introducirse bruscamente en la empresa de alimentos más sostenible del mundo según los índices de sostenibilidad de Dow Jones.
Nutresa se precia de tener miles de accionistas que llegan en bus a la asamblea anual en su sede de Guayabal. Gentes que conciben a la compañía como un orgullo paisa. ¿Será que los grandes accionistas van a sucumbir a la jugosa oferta traicionando el espíritu regionalista de los que tienen una modesta participación heredada de padres y abuelos? Son muchos billones que se quedarán afuera y no irrigarán la economía colombiana en momentos en que se oye repetidamente que 'si gana Petro, me llevo mi plata'. El problema es que, cuando gane, ya no habrá quién compre, por lo que muchos deben estar pensando que este es el momento. Por eso están analizando la oferta en vez de rechazarla y gritar que Antioquia no se vende. Y toda esta incertidumbre empezó con las hostilidades del alcalde Daniel Quintero.
@SaulHernandezB