Pues sucede que en los días que corren, la traílla de mastines ha arreciado los ladridos contra quienes defendemos lo que consideramos intangible, sagrado, inviolable: el valor de la vida desde que se inicia en el momento de la concepción hasta su fin natural. Especialmente desde El Espectador y El Tiempo, la jauría ensordecedora pretende que una Corte Constitucional que ya conocemos como proclive a la violación de la ley natural continúe, coaccionada y aupada por intereses inconfesables y por capitales de sórdido origen, asumiendo funciones que la Ley no le atribuye, y dictando sentencias de muerte (¡de asesinato!) contra los más débiles: los no nacidos, por el aborto, y los enfermos y ancianos por la eutanasia. Uno y otra, crímenes abominables que nadie tiene poder para autorizar, mucho menos para ordenar. Los citados medios, y otros, empleando, como lo han hecho siempre, el artero y cobarde recurso de los eufemismos y las anfibologías para no llamar las cosas por su nombre, publican, un día sí y el otro también, artículos y columnas plagados de sofismas y de auténticos exabruptos, y presionan a los togados para que le den vía libre al asesinato de los indefensos. Tenemos que recordar, y enarbolar como una enseña en defensa de la vida, la doctrina inalterada e inalterable de la Iglesia, que el santo Padre Francisco ha vuelto a reiterar hace pocos días, recordando que el que practica el aborto o la eutanasia en nada se diferencia del sicario que mata por la paga…
Pueden glosarse esos escritos que hacen parte del alboroto de la jauría. En días pasados, la columnista Claudia Isabel Palacios, en El Tiempo, escribió un comentario intitulado “Abortos a lo macho”. En él, afirma algo con lo que estoy completamente de acuerdo, ya ven ustedes: que hay un injusto machismo en el hecho aberrante de que se penalice el aborto buscado por la mujer, y no se castigue con igual severidad la irresponsabilidad del hombre que abandona a sus hijos, que incurre en la llamada inasistencia alimentaria; eso, que la columnista llama aborto a lo macho y la Iglesia condena como paternidad irresponsable, debería perseguirse y sancionarse con igual o mayor severidad aún que el aborto provocado. Estamos de acuerdo, doña Claudia. Pero no lo estamos en las conclusiones a que usted pretende llegar; no, en decir que el aborto es un derecho: no puede existir el derecho a matar a un inocente; no, en llamar a ese infanticidio “un acto de amor y de respeto por una vida que no merece llegar a un mundo en el que no es deseada”: ¿matar por respeto y por amor?... No, en afirmar que el magistrado Alberto Rojas, al pedir que se despenalice totalmente el aborto, aplica un “principio de equidad”: ¿equidad justificando el crimen perpetrado sea por el hombre o por la mujer?...
Ayer, domingo 17 de octubre, El Espectador editorializa sobre el aborto, y El Tiempo sobre la Eutanasia. Aúlla la jauría. En el primero, leo: “Si la Corte Constitucional decide no hacer nada sobre el delito del aborto en Colombia, estará permitiendo que unas 70 mujeres cada año mueran por culpa de procedimientos clandestinos de interrupción de embarazos”. Y yo me permito añadir de inmediato: y si, como pretenden, da vía libre al aborto, estará propiciando que sean asesinados cruelmente, no setenta, sino veinte o veinticinco mil inocentes cada año… Al final, en inocultable pretensión de presionar a los magistrados, dice El Espectador: “El alto tribunal tiene la oportunidad de tomar una decisión valiente, que cumpla las promesas de la Constitución.” Sí, de acuerdo; miro la Constitución, en sus artículos 11 y 44, y digo: la Corte tiene la oportunidad de hacer un acto valiente, en defensa de lo que la Carta Magna establece ahí, al consagrar la inviolabilidad de toda vida; propiciar lo contrario no sería, no, un acto valiente y acorde con lo ordenado por la Carta Magna; sería, al contrario, cobarde y con carácter de prevaricato.
En relación con la columna de El Tiempo, me limito a preguntarme: ¿puede considerarse, realmente, como algo positivo el que la Corte afirme ahora que no es necesario que le enfermedad que alguien padece sea terminal e incurable, que basta con que cause gran sufrimiento, para que se atribuya al paciente el “derecho” -también le dan este nombre- a quitarse o a pedir que le quiten la vida? ¿Se darán cuenta los que tal cosa pretenden, de horror al que se estaría abriendo la puerta? Yo puedo padecer de un problema que me cause mucho, muchísimo dolor y sufrimiento: pongamos como ejemplo el dolor que experimento en una rodilla o una cadera que, por sus condiciones, ya no puede ser operada… ¿eso me da el “derecho” al suicidio?... Una vez más: ¡No matarás! No al aborto, no a la eutanasia. Sí a la vida, a toda vida, desde su principio hasta su fin natural.
* Formador, seminario mayor, Ibagué, Colombia, octubre 18 de 2021.