Uribe nació en la verdadera Colombia, la de las regiones, la campesina, la que se levantó fundada en valores como el trabajo, la familia, la democracia; esa Colombia en la que su señora madre, Laura Vélez, luchaba por los derechos políticos de las mujeres antes de que pudieran votar y enseñaba al pequeño Álvaro los valores institucionales, en una época difícil, en la que liberales y conservadores libraban sus últimas batallas antes de acordar un modelo de Estado que pacificara la convulsa política Colombiana.
Uribe no nació en el seno de una familia poderosa y dominante del “bogocentrismo”; Uribe es un paisa de racamandaca, criado con “frisoles” y arepa, en plena transición de la Colombia agraria a la urbana.
Uribe es un representante puro del liberalismo que se fundamenta en los derechos y valores del individuo, centro gravitacional de la razón de ser del Estado: el ser humano como parte esencial del desarrollo a través de la transformación del mundo mediante el estudio, el trabajo, la disciplina, la educación, la palabra y su asociación con los otros individuos para crear, entre todos, una mejor sociedad.
Uribe es, pues, resultado de todo aquello que odian los “zurdos” enfermizos, que quieren acabar con su legado para establecer un régimen de hambre, miseria y corrupción, borrando sus extraordinarios logros de los anaqueles de la historia: el trabajo versus la masa subsidiada; el capitalismo como base del desarrollo versus el comunismo, que sojuzga a través de migajas; las libertades versus el absolutismo; la democracia versus el populismo radical.
El Álvaro Uribe que conozco y admiro es un ser humano sensible, magnánimo, generoso, intachable, brillante; un padre, abuelo y esposo, obsesionado por enseñar a través del ejemplo, de la dedicación al trabajo y de su sólida relación con doña Lina y sus hijos. He visto a Uribe, el abuelo, que repite a sus nietos la frase que no le perdona el mamertismo parásito: “trabajar, trabajar y trabajar, es el único camino” y enseñarla con el ejemplo de madrugar a ordeñar, a jornalear, a “arreglar” caballos para que sus nietos, como lo hicieron sus hijos, aprendan a vivir la vida esforzándose y no haraganeando: cuidar de la familia y de los hijos es otra tarea que no aprendieron los líderes del populismo, que reconocen no haber criado a los suyos para justificar la corrupción en el peculiar entorno presidencial.
Todo hombre que no crea en la familia, que no la protege, que no la forme y moldee, no puede ser líder de nada. Contrario sensu, Uribe funda su liderazgo, primero, en la familia y, luego, lo irriga en la sociedad a través de su presencia política. La capacidad de Uribe para equilibrar las responsabilidades del dirigente político con su compromiso familiar ha sido admirada por muchos y ha contribuido a fortalecer su legado como líder integral.
Álvaro Uribe hizo de la política un oficio digno, un apostolado; nada le regalaron, todo lo trabajó: desde ser concejal de su pueblo, Salgar, pasando por el concejo de Medellín, el Senado de la República, la Gobernación de Antioquia y la más exitosa y transformadora presidencia en la historia de nuestra Colombia. Desde sus tiempos como gobernador de Antioquia y alcalde de Medellín, hasta su papel como senador de la República y fundador del Partido Centro Democrático, Álvaro Uribe Vélez ha dejado una marca indeleble en la historia de Colombia.
Como gobernador de Antioquia, Uribe Vélez implementó políticas innovadoras que transformaron la región y sentaron las bases para su exitoso mandato presidencial: su Estado Comunitario es toda una filosofía política que abarca desde la seguridad, como fundamento de la sociedad, la confianza inversionista y las políticas sociales, hasta el desarrollo del individuo como centro de todo el andamiaje de lo público: Uribe no es tan solo un político; es también un humanista y un líder nacional y continental.
La despreciable narrativa del populismo radical ha querido hacernos olvidar que, cuando Uribe llegó a la presidencia, recibió un País inviable: en su posesión las FARC, en esa época reinas del terror, lo recibieron con ataques de rockets a la Plaza de Bolívar; el secuestro nos mantenía asustados, encerrados en nuestras casas; la extorsión tenía a la industria y a la empresa a punto de la quiebra y ninguna compañía extranjera nos volteaba a mirar como un destino atractivo para la inversión.
Uribe recobró el rumbo del país, acorraló a las FARC, transformó a la Colombia fallida en un país vanguardista en nuestro continente, económicamente estable y con vocación de permanecer en la senda del desarrollosostenible. Ese Uribe, el que nos liberó del terror, el que nos sacó de la quiebra, el que nos devolvió la confianza, es el que el populismo radical que se tomó el poder no quiere que conozcamos.
Uribe, el líder, el que encarna los verdaderos valores de la Patria es al que la máquina de propaganda “progre” quiere desaparecer de la historia: los memes, la comunicación basura, las noticias falsas, la prensa mamerta y sus principales enemigos (las guerrillas a las que combatió y que hoy campean en el Congreso y en el Palacio de Nariño) están haciendo lo mismo que en su momento hicieron los enemigos del Libertador: destruyeron su legado a partir de la mentira y de procesos políticos disfrazados de procesos penales.
Bandidos de toda laya, convictos y políticos elegidos por las mafias guerrilleras se han aliado con funcionarios enquistados en las instituciones del poder público para presentar a Uribe como lo que no es.
Si los colombianos que compartimos una misma ideología, que creemos en el trabajo, en la familia, en la palabra, en Dios, en la libre empresa, en el desarrollo, en las libertades individuales, en el uso legítimo de las armas del Estado y del ciudadano para defender nuestra vida, honra y bienes para crecer como Nación, dejamos destruir a nuestro símbolo y estandarte más preciado, claudicaremos ante el populismo mentiroso, habremos dejado destruir el legado de un inocente, del patriota más grande que ha parido esta tierra.
Uribe no solo es inocente; es víctima de sus enemigos, odiadores de todos nosotros, porque son los mismos que saben que deben acabar con el legado Uribista para imponer el caos, el imperio del populismo y atornillarse así en el poder. Si Uribe cae, detrás de él Colombia se irá por un despeñadero que no tendrá retorno.
¿Vamos a ser tan cobardes de dejar que los enemigos de la Patria hagan con Uribe lo que en su momento hicieron con Bolívar, trayendo consigo el derrumbe de Colombia?
A diferencia del Libertador, que el 8 de mayo 1830 se dio por vencido, aceptando la derrota, y se fue rumbo a Venezuela, para encontrar la muerte en Santa Marta,Uribe sigue en pie de lucha por la Patria; a pesar de las infamias que ha tenido que soportar, su amor por Colombia sigue incólume, al igual que su espíritu.
¡Lo que es contra Uribe, debe ser considerado también un ataque contra todo aquel que se considere patriota!
https://www.larepublica.co/, Bogotá, 21 de mayo de 2024.