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Luis Guillermo Vélez Álvarez*

A diferencia del discurso científico, que debe ser demostrativo, el discurso político es meramente persuasivo pues está referido a situaciones de la vida social que por naturaleza son contingentes y no tienen respuesta única necesaria; algo inadmisible en las cuestiones de la ciencia donde la multiplicidad de respuestas es signo inequívoco de imperfección.

ada la diversidad de preferencias y la irreductible limitación de los recursos, en una sociedad libre, la persuasión exige un despliegue argumentativo que puede ser extremadamente simple o bastante sofisticado. En todo lugar y tiempo, el nivel argumentativo de los dirigentes define la calidad del discurso político, la calidad de la política o, dicho de otra forma, la calidad de la deliberación social.

Comparado con un Álvaro Gómez o un Luis Carlos Galán o, para mencionar también personalidades de izquierda, un Gerardo Molina o un Gilberto Vieira, el nivel argumentativo de la mayoría de los políticos que tienen asiento en el Congreso o hacen parte del Gabinete Ministerial es de una pobreza abrumadora y desconcertante. No parecen capaces de ir más allá de expresiones lastimeras, generales y abstractas sobre la justicia social, la inequidad, la pobreza, la desigualdad y, cómo no, el cambio climático.

La pobreza conceptual y factual, ya de por si insoportable, se ve agravada con la irrupción deliberada de la mentira en el discurso gubernamental. No puede ser que una ministra, para dar soporte a sus propuestas, mienta sobre el estado de la deuda de las EPS; o que otra se valga de los datos falsos de un informe sobre reservas energéticas rechazado por los especialistas de su propio ministerio.

La irrupción de la mentira lejos de ser algo accidental – resultado de carencias intelectuales – es la respuesta, consciente o inconsciente, de subalternos adocenados al discurso de un líder al que no pueden o no se atreven a contrariar y buscan complacer a toda costa. Ahora las mentiras son sobre el diagnóstico, a medida que avance el desastre serán sobre los resultados.

Además de la incontinente pseudo sabiduría, el rasgo más notable del discurso político de Petro es el tono mayestático con el que trata de hacer pasar como axiomas lo que no son más que opiniones o juicios de valor. Más que como axiomas, como verdades reveladas, pues, según proclama en su autobiografía, el hombre es el profeta iluminado portador del evangelio marxista en la época del cambio climático. Es un error creer que es un socialdemócrata, aunque equivocado, bien intencionado, al que hay que ayudar a corregir el rumbo, ignorando al mismo tiempo los verdaderos alcances de sus declaraciones más estrambóticas y amenazantes.

El día de su elección, como hombre del Foro de Sao Paulo, expresó sin ambages su anticapitalismo cerril, que no ha dejado de reiterar. El llamado a sus huestes lumpenescas a salir a la calle para enfrentar a sus opositores, revela su disposición de hacer cualquier cosa para impulsar su proyecto político totalitario.

Petro ha leído a su Marx y también a su Maquiavelo: es un profeta armado y quiere armarse más.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 29 de enero de 2023.

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