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Luis Guillermo Vélez Álvarez*

En 1982, Gerardo Molina, el candidato presidencial de la izquierda, obtuvo 82.858 votos, 1 % del total. Probablemente, en la primera vuelta del 29 mayo, la votación por Gustavo Petro se acercará a los 7 millones, 35 % de la esperada.

Ese período de expansión de la izquierda es también uno de gran crecimiento económico y mejoras sustanciales en el bienestar: el PIB per cápita se duplica y la pobreza se reduce sustancialmente; se masifica el acceso a la educación, la salud y los servicios públicos domiciliarios; la esperanza de vida aumenta en 10 años y la mortalidad infantil se reduce drásticamente. Todo esto se produce por la actividad de empresarios y trabajadores en un contexto de lucha con el narcotráfico y violencia guerrillera contra la sociedad.

Arthur Lewis —nobel de Economía y estudioso del desarrollo— señaló la paradoja según la cual las economías que crecen rápidamente pueden registrar mayor conflictividad social que las estancadas o las que lo hacen lentamente. Ello es así porque el crecimiento pone a la vista de todo el mundo las posibilidades de movilidad social y genera expectativas de bienestar que aumentan más rápidamente que la capacidad de satisfacerlas, razón por la cual, en muchas personas, surgen sentimientos de frustración y de envidia frente a la condición de aquellos que aprovechan mejor las oportunidades del mercado. Esto tiene un gran impacto sobre la situación política, pues esos sentimientos son el caldo de cultivo del discurso del demagogo.

Los países de Europa oriental y de la antigua Unión Soviética abrazaron, entusiastas, la causa de la libertad económica y progresan sólidamente. En África, sucesivos fracasos llevaron al abandono de las ilusiones socialistas de los años sesenta y setenta. El vigoroso resurgimiento del liberalismo económico con Margaret Thatcher frenó en seco la marcha a la estatización de las economías de Europa occidental y revirtió el proceso. Incluso, las dos antiguas potencias socialistas —Rusia y China— experimentan con sus modelos de capitalismo autoritario con amplia libertad de mercado. El socialismo tradicional de control del aparato productivo y régimen totalitario de partido único solo sobrevive en Corea del Norte y Cuba. Laos y Vietnam combinan dictaduras comunistas con economías de libre mercado vigilado.

América Latina es la única región del mundo donde la gente está votando masivamente por los pregoneros de un sistema económico fracasado, promovido por el Foro de São Paulo bajo el nombre de socialismo del siglo XXI. Aunque esa tendencia tiene fundamento en la paradoja del desarrollo, no es inevitable y su notable avance también se explica por la incapacidad de los empresarios y sus gremios para defender de manera vigorosa y sin complejos los elementos básicos de un capitalismo funcional: propiedad privada, libre contratación, libre comercio, gobierno limitado y estabilidad macroeconómica.

Probablemente, superaremos el desafío socialista en las próximas elecciones, pero son muchas las batallas ideológicas y conceptuales que hay que librar para recuperar el prestigio de la función empresarial y del capitalismo liberal.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 05 de abril de 2022.

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