Seis universidades colombianas –Eafit, la Nacional, los Andes, la del Valle, la del Norte y la UIS– se unieron para plantear un escenario retador pero apasionante: poner a conversar a más de 5.000 personas de distintas procedencias, género, edades, regiones y nivel socioeconómico sobre los problemas y las oportunidades de este país durante cinco meses, justo después de los paros y la violencia de abril y mayo de 2021. La metodología que usaron fue la misma que se empleó en su momento en Chile, pero los resultados son sustancialmente distintos y los hallazgos tremendamente interesantes.
Colombia pasaba por momentos difíciles cuando se dieron las conversaciones. El ambiente estaba caldeado, la polarización en su punto más extremo y la violencia que se vivía en las calles de Cali, Bogotá o Bucaramanga habría presagiado que el sentimiento que imperaba entre la gente era de “rabia e indignación”. Sin embargo, este ejercicio demostró otra cosa. La esencia de los colombianos no estaba reflejada ni remotamente en quienes acababan con la infraestructura de transporte, o quemaban sucursales de bancos y atacaban tiendas y medios de comunicación. Colombia estaba triste y temerosa, ciertamente, pero no tenía odio, ni resentimiento, como quisieron incubar en los ciudadanos los políticos extremistas y los grupos criminales.
Otro de los puntos relevantes del estudio es que Colombia quiere cambios, pero no esos cambios que apuntan al “borrón y cuenta nueva” que tanto pregonan por estos días los que se declaran triunfadores en las elecciones parlamentarias. Colombia no quiere una nueva Constitución, por ejemplo, y, antes bien, la inmensa mayoría de los colombianos que hicieron parte de esta enorme conversación señalan que hay que cuidar e implementar plenamente la carta del 91.
Malas noticias para los anarquistas o quienes quieren hacernos creer que todo es un fracaso y que por eso hay que saltar al vacío: los colombianos tienen una enorme desconfianza en los políticos pero creen en la política y respaldan la idea de que las transformaciones se hagan respetando las instituciones que existen. El 58 por ciento de los participantes no dudó, ni por un segundo, en decir que hay que mantener la Constitución que tenemos. “La Constitución es vista como la posibilidad de tener horizontes compartidos. Los cambios y mejoras que se le asocian, al igual que a la paz, se centran en la necesidad de cumplir sus expectativas, más que modificarlas sustancialmente”, dice el informe final.
La universidad, las instituciones educativas, la familia y las empresas son los actores en los que las personas dijeron confiar más. Y ojo a esto: los colombianos no creemos que el cambio se hace solo. “A la pregunta por los responsables para liderar el cambio social, la respuesta más frecuente es la sociedad con alusiones explícitas a ‘nosotros mismos’, ‘todos’, ‘nosotros’, lo cual da cuenta de una noción de corresponsabilidad”, concluye el estudio.
Por eso vuelvo al título de esta columna. Colombia no es Chile. Aquí el respeto por la iniciativa privada y la admiración por los emprendedores y empresarios se mantiene todavía. Aquí no queremos falsos mesías que acaben con lo que hay, aunque reclamemos que las cosas mejoren. Aquí, a diferencia de Chile, no le estamos apuntando a un cambio de Constitución sino, por el contrario, al apego y respeto de las normas que hoy tenemos.
Ojalá los candidatos le paren bolas a lo que dicen los colombianos que participaron de esta macroconversación y ojalá el país se oiga más y se reconecte con una esencia que no puede tirarse por la borda en las ocho horas que dura un domingo de elecciones.
En Twitter @JoseMAcevedo
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 21 de marzo de 2022.