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Luis Guillermo Vélez Álvarez*

Desde el célebre “Nixon-Kennedy” que, se dice, fue visto por 70 millones de personas y definió la elección de 1960 en Estados Unidos, los debates entre candidatos presidenciales, trasmitidos por televisión o los demás medios de la moderna tecnología, se han convertido en un elemento fundamental del ejercicio de la política en el mundo entero. Aunque todavía está en discusión el impacto que puedan tener sobre la decisión final de los electores, es claro que la participación en esos debates es de gran importancia para la difusión de las propuestas y la imagen de los candidatos, en especial de los menos conocidos o con más baja intención de voto.

En la organización de los debates uno de los asuntos fundamentales es la definición de la cantidad de participantes, pues es claro que un elevado número de estos dificulta la discusión. Paradójicamente, el criterio que se utiliza para incluir o excluir los candidatos es la intención de voto o el reconocimiento en las encuestas, lo cual hace que se excluya a los candidatos más necesitados de participar. En principio este criterio es razonable pues en los sistemas electorales extremadamente abiertos como el colombiano pueden aparecer en el margen un elevado número de candidatos cantinflescos que no deben ser invitados a ninguna parte.   

En Colombia los debates son organizados por los medios de comunicación privados que, por esa razón, por ser privados, están en su derecho de invitar a quienes quieran. Justamente por ello esos organizadores podrían tomar la decisión soberana de invitar a los debates a personas que, a su juicio, enriquecen el debate porque tiene cosas interesantes que decir, no obstante, su bajo reconocimiento entre los electores.

Creo que Ingrid Betancur se sentiría ofendida si le dijeran que está siendo invitada a los debates por el mero hecho de ser mujer y haber sido secuestrada. En efecto, cuando deja de repetir su cantaleta sobre las “maquinarias y los corruptos”, la doctora Betancur muestra gran inteligencia, agudeza y conocimiento de los temas tratados. 

En el debate organizado por El Colombiano el 17 de marzo, me impresionó gratamente su intervención cuando se tocó el asunto de los subsidios. Mientras Fajardo expresó su intención de darlos Urbi et Orbi y Gutiérrez insinuó tímidamente el problema de la restricción presupuestal, la doctora Betancur abordó con gran claridad las cuestiones que deben plantearse con relación a los subsidios: financiación, focalización, transitoriedad y condicionalidad.

En una actitud que recordó lo que en las elecciones de 1994 hiciera Antonio Navarro Wolff, que entonces era el marginado de los debates, Enrique Gómez Martínez, sin estar invitado, se presentó en las instalaciones de El Colombiano solicitando ser admitido. No hubo poder humano que hiciera cambiar de parecer a los organizadores del debate, a pesar de que, en un desplante que se repetirá mientras las encuestas lo favorezcan, Gustavo Petro dejó desocupado el atril que habría podido ocupar el doctor Gómez Martínez, quien permaneció ante la puerta cerrada durante todo el tiempo que duró el debate.

Enrique Gómez Martínez tiene la inteligencia, la preparación y la riqueza de propuestas que lo hacen merecedor – como a Ingrid Betancur – de estar presente en cualquier debate. Los colombianos tienen el derecho de conocer su pensamiento y los medios que organizan los debates el deber moral de posibilitarlo.

Ya la izquierda no es discriminada políticamente por los medios como en los años de las candidaturas de Navarro. Tampoco lo son las mujeres ni las personas de color. Todo lo contrario, son acogidos ampliamente y eso está bien. Lo que no estaría bien es que Enrique Gómez Martínez resultara discriminado por ser hombre, blanco y de derecha.

http://luisguillermovelezalvarez.blogspot.com/

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