Tomemos como ejemplo al muy carismático Nayib Bukele, presidente de El Salvador, un mandatario atípico en la región, con más de 80% de popularidad, quien ha sometido a la respetable y poderosa clase empresarial de su país, ha negociado una especie de pax bukeliana con las “maras”, las terroríficas bacrim que desde hace décadas azotan a la región, se ha asociado al gobierno chino para construir un nuevo puerto, un magnífico estadio de fútbol y hasta una nueva biblioteca nacional con la plata del Xiānshēng, o del míster, como diríamos antes, y se ha embarcado en una de las apuestas fiscales más temerarias de la historia: sustituir la moneda nacional, en este caso el dólar de los Estados Unidos, por bitcoin, anunciando que construirá en los próximos años lo que llama “Bitcoin City”, un gigantesco complejo industrial que se dedicará a minar bitcoin aprovechando la energía geotérmica de las decenas de volcanes que decoran el paisaje salvadoreño.
Locuras a un lado, Bukele también ha matoneado a las cortes; en las ultimas elecciones obtuvo una mayoría absoluta de los escaños en el congreso, el cual controla a su antojo; intimida a la prensa con insultos diarios y con el poder de la chequera estatal y acorrala a la oposición, insultando personalmente a sus opositores en el ciberespacio con la fuerza de unas bodegas tuiteras que aplauden todos sus excesos.
Es, o pronto será, una versión del siglo XXI del patético Daniel Ortega, quien a su vez acabó siendo la versión de fin de siglo XX de otros nombres como lo son Rafael Leónidas Trujillo, o de Anastasio Somoza, o de Juan Vicente Gómez o de cualquiera de los muchos dictadorzuelos que ha producido esta parte del continente al sur del río Grande.
Pero el cuento va a que Daniel Quintero le esta siguiendo los pasos a Bukele; es, digamos, un aprendiz de autócrata millennial que, jalando las cuerdas que le ofrecen las redes sociales y las frustraciones de una población desesperada por la falta de oportunidades y la desigualdad, busca imponer su voluntad sobre las instituciones formales e informales de la sociedad que gobierna. Lo hace no con la intención de mejorar en forma alguna las condiciones de vida de sus conciudadanos sino para edificar sobre los resentimientos de la población con el fin de consolidar su poder personal. Y en eso Quintero lanzó sus primeros salvos, calificando de mafiosas a las empresas del GEA, acusación dolorosa e indignante, a este conglomerado que ha sido el guardián oficioso de la civilidad paisa.
Quintero le ha declarado la guerra a Medellín y la va a perder. Perderá, porque no pudieron los que lo intentaron antes, algunos mas mayores pergaminos como Miguel Antonio Caro, otros con mayor audacia, como Jaime Michelsen y unos cuantos con menos escrúpulos como Pablo Escobar. Perderá, aunque sea un autócrata millennial y, lamentablemente, aunque destruya a la ciudad en su lucha.
* Abogado
https://www.larepublica.co/, Bogotá, 12 de enero de 2022