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Alberto Velásquez Martínez

Si el vivir, como lo concibe el pesimismo de Schopenhauer, es sufrir, el morir “no tiene que ser traumático y sus últimos días pasarlos en medio de inhumano tormento”. Así, en medio del dolor, recorrió estos últimos dos años el caleño Víctor Alfonso Escobar, hasta que logró que esta semana le practicaran la eutanasia. Fueron dos años de vegetar sin dignidad alguna cuando ya la ciencia había sido derrotada por la enfermedad. Entendieron los médicos tratantes de Víctor que si la vida es una continua lucha y un persistente renacer, la muerte debe ser descanso del tormento y comprendida como solución racional. La vida es bella con esperanzas e ilusiones. La muerte no debe ser un martirio.

La vida es un tiempo breve para disfrutarla con pleno conocimiento y acción de las facultades físicas y mentales. Pero cuando todo esto se pierde, se abre la posibilidad, como lo plantea Camus, “de morir voluntariamente, que supone, aunque sea instintivamente, la ausencia de toda razón profunda para vivir, así como el carácter de la inutilidad del sufrimiento”.

Vivir la vejez con salud mental y física, después de transitar una juventud con pasiones e ilusiones, es el deseo y la esperanza del ser humano. Cuando al cuerpo lo asalta el sufrimiento que copa los límites del absurdo y la medicina agota sus tiempos y sus efectos bienhechores, no se debe prolongar una vida atormentada. No solo se destruye anímica y físicamente al enfermo, sino que se agota su familia. El gran saber del ser humano, su meta al final de la vida, es ser libre de escoger el fin de su angustia existencial. La vida es comprender y asimilar el momento en el cual debe partir.

Aquello de que “lo importante no es curarse, sino aprender a sobrevivir con los propios males físicos” no es compatible con la razón. Quizá solo soportable por la convicción de los estoicos que superan los límites del dolor. De ese dolor tan propio de la condición humana, frágil y contradictoria, pero no soportable debido a que el sufrimiento tiene límites de resistencia.

La vida es duda. Es razón y fe. Causa y desarrollo. Pueden ser conceptos antípodas o complementarse de acuerdo con la conciencia para juzgar del individuo. Duda sobre su origen y sobre el protagonismo que ejerce en el mundo. El hombre viene al mundo y no sabe por qué, se alegra y no sabe de qué, vive y no sabe hasta cuándo, decía el filósofo judío Avicebron. Sabe que la única realidad, lo único cierto, es la muerte. Que el hombre desde que nace comienza a morir. Es una cuenta regresiva.

En la vida del escéptico, que no la del creyente convencido, rige la contradicción, la antinomia, la angustia, la impotencia. Las dudas sobre la existencia de un más allá asfixian para el que carece de fe, como una soga al cuello. Crean incertidumbres, sospechas. La duda primero, y la certidumbre después, lleva al convencimiento racional de quien ve toda posibilidad agotada de sobrevivir con dignidad. Y cuando esa posibilidad termina, se vuelve un hombre realista para aceptar y asimilar su decisión

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 05 de enero de 2022.

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