En Occidente, desde finales del siglo XX, lo que hoy conocemos como la “cultura cancel” y el pensamiento “woke”, elaborados en las universidades estadunidenses, se propaga de la mano del denominado progresismo. Sus lugares de incubación preferidos son las universidades y su terreno predilecto de expansión es la política, acorde a su pretensión de erigirse en vehículo de expiación de los pecados de civilizaciones que busca fraccionar por considerarlas condenadas a la desaparición.
Con la exaltación de las minorías suplanta las reivindicaciones sociales colectivas y sustituye la comprensión del ser semejante por el que supuestamente encarna una diferencia insuperable en razón al color de su piel, a su origen étnico o a su identidad sexual. Convierte a las minorías en sujetos de desprotección, libres de responsabilidad por su condición de víctimas de las estructuras dominantes. Llama a destruir sin ofrecer esperanza de construir, poque desconoce que los seres humanos somos depositarios de una historia antigua que no escribimos y que no podemos reescribir, y nos condena a la fatalidad de no superar el pasado y avanzar en la construcción de una mejor humanidad.
Ello explica la vandalización de estatuas, de vestigios de civilizaciones que nos precedieron, o la quema de obras y publicaciones que pudiesen entenderse como estereotipos estigmatizantes de poblaciones minoritarios, como sucedió recientemente en Canadá. Es la nueva forma de inquisición que se alimenta con proscribir lo que creen que fuimos y odiar lo que consideran que somos, fundada en el sentimiento del odio como visión justificadora de la humanidad.
El mundo de hoy, cada día más mestizo, evoluciona en la dirección opuesta a la que pretende establecer esa cultura de separación que promueve el confinamiento de la humanidad en guetos estancos en los que pueda cultivar mejor sus sentimientos de odio en relación con quien le resulta diferente, pero al que cree despojar de su predominancia y de las estructuras que genera. Es una visión que conspira contra el destino de Latinoamérica, la región más mestiza del mundo, incluyente en la diversidad que la caracteriza y opulenta en la riqueza de una cultura que parece anunciar nuevos tiempos para la convivencia y el entendimiento de la humanidad. El mestizaje de todo el hemisferio, más que una osadía se intuye como una realidad transformadora de las relaciones orbitales.
Es esa la visión que empieza a estar en juego en las próximas elecciones y debe inspirar la decisión ciudadana. No debemos prohijar los engaños que suponen ocultar sus creencias y tener presente que el exrector de la universidad que prohíja el “wokismo” evidentemente lo comparte, como también lo hacen quienes auspician la tiranía de las minorías, así se ubiquen en un centro ilocalizable. Una sociedad incluyente constituye nuestro futuro.
https://www.elnuevosiglo.com.co/, Bogotá, 08 de octubre de 2021.