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Thierry Ways          

A pesar de las tensiones, el testimonio de Uribe ante la Comisión de la Verdad es un paso positivo.

La Comisión de la Verdad está diseñada para ser un espacio donde pueden ocurrir encuentros difíciles y hasta conflictivos, por eso no debe sorprendernos que el de Álvaro Uribe así lo fuera. Y por esa misma razón es un paso importante para la reconciliación nacional.

La Comisión no tiene carácter jurídico; por tanto, el expresidente no estaba allí en condición de acusado, sino de ciudadano prominente en la historia del conflicto que viene a entregar su parte del relato. Para eso se creó la entidad. Lo que Uribe dijera allí necesariamente iba a ser una verdad parcial y personal. Les corresponderá a los comisionados contrastarla con otras fuentes y datos para encajarla, o no, dentro de la narrativa del conflicto que resulte de sus investigaciones.

Muchos se molestaron con las críticas que Uribe le hizo a la legitimidad de la Comisión. Pero existe un hecho imborrable: por estrecho que fuera el margen de victoria del ‘No’ en el plebiscito, la primera versión del acuerdo con las Farc fue derrotada en las urnas. Así como los opositores al acuerdo han aceptado su implementación, aunque sea a regañadientes, sus defensores deberían aceptar que sobre ese documento pesa una sombra de ilegitimidad, producto de haber sido rechazado por el pueblo y luego aprobado bajo reglas de juego distintas a las originalmente prometidas. Es una suerte de pecado original, que no se lavará con facilidad.

Ahora bien, nada es para siempre. El tiempo pasa todas las páginas. Por eso en una calle europea de hoy, una joven francesa va agarrada de manos con un muchacho alemán cuyos antepasados habrían despreciado a los de ella, y viceversa. Pero no queremos esperar a que todos los pertenecientes a las generaciones del conflicto estemos muertos, o hayamos sido reformateados por un beatífico alzhéimer, para que Colombia deje atrás los odios. En ese sentido me parece valiosa la entrevista de Uribe con la Comisión. A pesar de las tensiones, es un gesto de apertura de parte de alguien que, hace apenas unos meses, estaba cerrado a ese encuentro.

Quizá me equivoque, pero creo que para la reconciliación son más importantes las conversaciones incómodas y difíciles, como la de Uribe, quien cuestionó de frente la legitimidad de la Comisión que lo escuchaba, o como la de Ingrid Betancourt, quien increpó a los excomandantes de las Farc por sus medias verdades y su falta de contrición, que el comparativamente complaciente sóftbol en que consistió el paso del expresidente Santos por la misma institución.

La comparecencia de Uribe no es el único cambio atmosférico registrado por el barómetro. Hace unos días, el precandidato presidencial por el Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga, hizo dos afirmaciones llamativas. A Vicky Dávila le dijo que no estaba de acuerdo con la abolición de la JEP, hasta hace poco defendida por una parte de su partido. Y a La W le dijo que el acuerdo de paz debía respetarse. Zuluaga ha dicho también que quiere lanzarse con el aval de su partido, no por firmas. Podemos concluir, entonces, que el candidato que lidera las encuestas para representar al partido más opuesto al acuerdo con las Farc considera que, en su caso, al menos, no vale la pena insistir en esa posición.

Al antiuribismo radical estas aperturas le parecerán poca cosa. Y no debemos pecar de ingenuos: también son producto del cálculo político de un partido que percibe que el rechazo al acuerdo ya no es la bandera electoralmente rentable que fue hasta 2018. Pero eso no hace a esos gestos menos importantes. Nos permiten soñar con que no estamos condenados a permanecer para siempre en la polarización derivada del acuerdo, que tanto nos distrae de la búsqueda de soluciones concertadas a la multitud de problemas graves que tiene el país.

En Twitter: @tways

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https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 22 de agosto de 2021.

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