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Moisés Wasserman   

El poder de los dogmas impacta también en Occidente.

El vocero de los talibanes, desde el palacio presidencial, le aclaró al mundo que en el nuevo emirato islámico se defendería el “derecho” de las mujeres a tener sus propios colegios y a usar la burka. Se les niega una educación igualitaria y a vestirse como les venga en gana, pero presentan los hechos como si se les otorgara graciosamente el gran derecho de ceñirse a los dogmas (o a una de sus interpretaciones). Imagino a algunos conocidos defendiendo esa posición porque “la verdad y la moral son meras construcciones culturales” (así los hemos visto defender otros horrores, porque los ancianos de la tribu mandan).

El poder de los dogmas impacta también en Occidente. Un caso que podría verse como menor, pero que no es tan distinto, es el de rechazar la vacuna aduciendo el derecho a decidir sobre el propio cuerpo (sin importar que con eso se afectan los cuerpos de otros). Han surgido remedios caseros que tienen en común creencias dogmáticas.

Moringa, jengibre, y plantas aromáticas, también orina de vaca en la India y excrementos de burra en Irán. Las redes recomiendan, sin sustento, cosas más sofisticadas como dióxido de cloro, cloroquina o ivermectina. En general, los líderes que no aceptan otros hechos científicos han sido los mayores promotores de esos falsos tratamientos.

Sus argumentos tienden, como en el caso de los talibanes, a presentarse como defensas de la virtud, del bien y de los derechos. Hace poco, una manifestación frente al Ministerio de Salud llamaba nazi a la vacunación; según ellos, se prepara un genocidio y nos quieren salvar. Es que, si se puede presentar la imposición de la burka como la defensa de un derecho de las mujeres, se puede decir cualquier cosa.

Lo que tienen en común el fanatismo y el dogmatismo religioso de los talibanes con las seudociencias de moda entre algunos grupos en Occidente es la preponderancia de la fe sobre el análisis. Es la ausencia de actitud científica.

Se han escrito miles de páginas de epistemología (la rama de la filosofía que explica cómo se genera el conocimiento), centenares de miles de artículos científicos se escriben cada año, y muchísimas teorías tienen tanta solidez como es posible tenerla en ciencia. No sería realista aspirar a que todo el mundo domine ni siquiera una parte. Se sabe, además, que tenemos sesgos lógicos en nuestra forma de pensar y que los humanos poseemos una excepcional capacidad para cometer errores.

Pero, por suerte, a pesar de esas dificultades, prevalecen el sentido común y aquello que llamamos actitud científica, o pensamiento crítico. Algunos autores la describen construida sobre dos criterios simples. El primero es el reconocimiento de los hechos; el segundo, la disposición a cambiar de opinión si los argumentos contrarios son convincentes. Esos dos criterios sencillos han permitido que se den inmensos avances y progresos.

Será muy difícil convencer a los dogmáticos, los fanáticos y los que creen en absurdos, sin que estén dispuestos a oír nada distinto. Es nuestro deber argumentar, pero seremos más efectivos con quienes se permiten mirar y escuchar. Hay que convocar a quienes están dispuestos a ver la injusticia, aunque quien la ejerza tenga autoridad y prestigio y crea estarla ejerciendo en nombre de un mandamiento superior, convocar también a quienes creen que es posible distinguir la verdad de la falsedad y a quienes se resisten al engaño, sobre todo al autoengaño.

Hay nubes oscuras; la situación de la mujer en Afganistán (sin desconocer otros lugares) es espantosa, las creencias insensatas y las mentiras se difunden, pero el sentido común, la benevolencia y la actitud científica también crecen. La tarea es ganar adeptos para decir con Galileo: “A pesar de todo, se mueve”.

@mwassermannl

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 19 de agosto de 2021.

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