Juan David Escobar Valencia
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Con mucha razón dijo el poeta y dramaturgo T. S. Eliot, en su obra The Cocktail Party, que “La mitad del daño que se hace en este mundo se debe a las personas que quieren sentirse importantes”.
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Un mes antes de la invasión a Ucrania escribí que Putin podría “obtener más rentables beneficios solo amenazando con una guerra que haciéndola” y que “un fracaso en Ucrania, así sea parcial, que no es imposible, tendría un costo político enorme al revivir el vergonzoso sentimiento postsoviético de derrota”.
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Con frecuencia me preguntan por qué la vertiente política menos apta, menos digna y peor habitada de la historia pudo ganar las elecciones. La respuesta incluiría muchos factores, pero uno me parece fundamental para iniciar un camino hacia ella.
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En el período medio de la Dinastía Qing, la última de ellas, para “resolver” ciertos problemas con grupos “disidentes” o “rebeldes”, como llaman algunos a las bandas criminales disfrazadas de actores políticos, el gobierno imperial optó por adoptar el sistema de “pacificación” (zhaoan o shaofu) que, así como el “apaciguamiento”, no es lo mismo que la paz. Se les otorgó a los líderes “rebeldes” recompensas monetarias, cargos y títulos oficiales, apoyados legalmente en perdones imperiales a cambio de una supuesta rendición. Esta extorsión disfrazada de paz no era del agrado de todos en el imperio, pero en una dictadura imperial que no tiene restricciones, o incluso cuando un presidente en democracia no respeta los plebiscitos, las quejas quedan solo para las reuniones familiares y preferiblemente en voz baja. Y después dicen que son los chinos los que todo lo copian.
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En la reciente asamblea de la Andi, el gobierno volvió a demostrar su amplia y profunda ignorancia, especialmente en temas económicos, aunque el tono soberbio de la presentación lo interpretarían algunos, más ignorantes aún, como contundencia argumentativa.
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Hace muchos años, cuando salíamos de casa temprano con temor de no volver en la noche por culpa de una bomba de los narcotraficantes, esperando un vuelo en una sala del aeropuerto de Nueva York, fui al restaurante a tomar algo.
Juan David Escobar Valencia
Estamos a una semana de comenzar el verdadero colapso de Colombia, país que a pesar de sus errores y lo mucho todavía por hacer ha avanzado enormemente, así pocos lo sepan o quieran saberlo. La explicación es una “coincidencia” de actores interesados en que no supiéramos que hemos progresado en los últimos 70 años como nunca en la historia de la República.
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En 1324, el papa Juan XXII, poco amigo de la diversidad, emitió la bula Docta Sanctorum Patrum, que intentaba perpetuar el tradicional tipo de canto litúrgico en el que todas las voces deben cantar una única melodía, a la misma altura y ritmo, monofonía en el lenguaje musical, prohibiendo la “indecente” polifonía que permite múltiples voces melódicas independientes que se entrelazan. Para este papa, o todos cantan lo mismo o nadie canta. La “dictadura vocal” era lo correcto, como aparece en su bula: “La gran cantidad de notas en sus composiciones nos oculta la melodía del canto llano”... “Estos músicos corren sin pausa. Embriagan el oído sin saciarlo; dramatizan el texto con gestos; y, en lugar de promover la devoción, la previenen creando una atmósfera sensual e indecente”.