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César Salas Pérez                                                                                                              

Pasaron los tiempos en que ser ministro, embajador o canciller en este país eran una altísima dignidad tan respetada como connotada, sin embargo, los que nos gobiernan en la actualidad parecen más un grupillo de amigotes inseguros, inexpertos, charlatanes y cerrados de ideas o de brillantes intelectual.

Sin duda, en el gobierno Petro los nombramientos en las altas esferas del poder se caracterizan por algo muy puntual, el activismo ideológico. Si miramos detenidamente quiénes han pasado por las altas burocracias descubrimos que en un altísimo porcentaje han sido individuos sin dotes intelectuales y académicos, en otros casos, fulanos con pésimos antecedentes sociales, otros investigados por actos de corrupción y con procesos judiciales pendientes de sentencias de primera instancia, unos cuantos más reencauchados de gobiernos anteriores pasando de partido en partido o de movimiento en movimiento, sin importarles sus ideales, convicciones y corriente de pensamiento, y por supuesto los cuestionados pero intocables porque saben tantas verdades que de llegar a hablar, se derrumba el establecimiento.

Ante todo, este carrusel de jefes de carteras entrando y saliendo sin pena ni gloria hay que sumarle la deshonrosa creación del ministerio de la igualdad (junio del 2023), dirigido por la señora vicepresidenta de la república y que lo único que ha hecho es derrochar su millonario presupuesto en burocracia y propaganda y cero resultados conforme a su misión.

Pero la desidia y el desespero del presidente es por tener no tanto gente idónea y preparada sino más bien vasallos serviles libretiados y sin derecho a la réplica o al debate por el bien de los colombianos.

Así las cosas, una vez más, la inestabilidad del gabinete se hará visible en los próximos días cuando vengan renuncias de aquellos que aspiran a la presidencia, al congreso o a entes territoriales. Y es que el año preelectoral históricamente así lo exige porque el horizonte de las elecciones está a la vuelta de la esquina. Quedar inhabilitado no es una opción viable para tanto parásito que vive del Estado porque en marzo se vence el plazo legal.

Ahora bien, las movidas empiezan a acelerarse en medio de un gabinete roto, con un jefe de Estado ahorcado por sus inexistentes delirios de poder y grandeza al que ya le empezó a sonar al oído el tic-tac del reloj de su cuenta regresiva lo que le genera incertidumbre y pánico porque su deseo es pasar de largo para seguir siendo presidente así no exista la figura de la reelección en la carta fundamental.

Petro es consciente que a la mayoría de su cercano sanedrín le ha llegado el momento de abandonar la nave, de saltar al agua para no terminar de hundirse en su propio lodazal. Ante esto se anticipación un recambio con nombres de bajo perfil, preferiblemente de mandos medios que vengan trabajando dentro de los ministerios.

Ciertamente, Petro está condenado a terminar su gobierno con personajes afines ideológica y sentimentalmente. Si no ocurre nada extraordinario, y pese a su desastroso gobierno, por mencionar algunos hechos tales como el doloroso Catatumbo ardiendo en sangre, unos diálogos de paz con los actores ilegales fracasados estruendosamente, con unas narcoguerrillas fortalecidas en todos los frentes, con cultivos de coca inundando a más no poder nuestros campos, con la peor corrupción jamás vista en gobierno alguno, con un país desempleado e inseguro y no sigo porque no acabaría, difícilmente su candidato (a) podrá dar la pelea en las presidenciales.

Y es que de los objetivos ambiciosos que se había trazado desde el inicio de su gobierno como la transición energética, la construcción de sedes universitarias en regiones apartadas, el apoyo a las regiones con altas dosis de descentralización administrativa y presupuestal, o la transformación digital, firmar la paz con el ELN en tres meses, construir grandes y modernas vías, entre otros, por falta de gestión y ahora de tiempo, serán promesas incumplidas que le pasarán factura electoral.

Pese a todo lo acontecido, uno de los puntos en que más retrocedió el país ha sido en el de la diplomacia internacional. Solo basta con evaluar la gestión vergonzante de los dos cancilleres del gobierno. El primero, un viejo amante de la guerrilla a quien titularon “el canciller de las Farc” (Leiva), quien además fue sancionado por la Procuraduría General por el escándalo de los pasaportes entre otros negocios turbios que dejó pendientes el inquieto abuelo. Y el saliente canciller (Murillo) que se alió con Maduro y aplaudió el terrorismo de Hamás. Adicional a esto, bien podría titularse su mísero legado como una cancillería como trampolín para su inminente aspiración presidencial por el santismo. A la par, la diplomacia criolla le sobrevino una detestable y errónea cadena de nombramientos en embajadas y consulados haciendo uso de la politización del servicio exterior del país, con un presidente lanzando trinos de cada gobierno y sin utilizar los canales diplomáticos para fal efecto. La tradición de no injerencia en asuntos internos es cosa del pasado.

Eso si, no desperdició foro internacional para promover su ideología, este presidente viajero que sin cumplir sus cuatro años ya tiene más millas ganadas que cualquier otro. Pero la gota que derramó el vaso ha sido apoyar abiertamente la dictadura venezolana, el robo del resultado electoral de julio pasado, el no condenar el abuso y la represión de las fuerzas del orden en contra de la oposición y del pueblo mismo. De allí que se diga que “Petro es el canciller de Maduro”.

Difícil panorama para el petrismo, que cada vez limpia el camino para que llegue al poder una figura independiente de la derecha en nuestro país.

Publicado en Columnistas Regionales

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