Es la triste realidad del país. Es el producto de un gobierno que eligió la inconsciencia, el resentimiento y la ignorancia. Es la podredumbre que nos domina y que, ante nuestra indolencia y silencio, gana terreno día a día. Porque tenemos unas instituciones invadidas por sujetos indeseables extraídos de las huestes petristas, sin capacidades ni aptitudes, y mucho menos ética o moral. Y pasa el tiempo… y simplemente miramos con expectativas vanas los vencimientos de términos, la terminación de períodos de gente idónea, y el cubrimiento de los grandes poderes públicos por personas entregadas a la corrupción del gobierno nacional.
¡Sí! Pasa el tiempo sin remedio y no nos damos cuenta de que es nuestro mayor enemigo. Porque Petro y sus asesores saben calcularlo y dilatarlo y, en medio de esa dilación, reemplazar la decencia por magistrados y funcionarios dúctiles que obedecen al régimen y terminan dotando de supuesta legalidad las aberraciones presidenciales o imponiéndose en las decisiones judiciales.
Y mientras tanto, es decir, mientras logra allanar por completo los otros dos poderes, el ejecutivo se dedica a incendiar mostrando sus fauces en medio de alaridos, adoctrinando y direccionando a sus piaras, dentro de las cuales se encuentran delincuentes liberados de las cárceles y maleantes cuyas únicas aspiraciones son la provisión de su vicio, la impunidad de sus delitos y vivir a costa del Estado.
Estamos en una guerra desigual, como todas las que ha librado el presidente. Porque mientras nosotros, los colombianos que amamos la patria y defendemos las instituciones, luchamos por los medios constitucionales y legales, aquellos utilizan “todas las formas de lucha” proveídas desde la presidencia, y esgrimen armas innobles, clandestinas, letales y de altísimo poder destructivo, con impunidad asegurada porque cuentan con el cobijo de su comandante en jefe. Mientras nosotros, los decentes, enfrentamos inermes y con estoicismo la maldad y falta de escrúpulos, nuestros enemigos se arman para librar las batallas convocadas desde los balcones presidenciales.
Corren ríos de injusticia, de dinero estatal derrochado, de abuso de poder, de intimidación y de constreñimiento. La orquesta toca bajo la batuta de un director desalmado, díscolo, alienado, narcisista, nazi, egocéntrico y cuya única ambición es la de eternizarse en el poder. La orquesta toca sonatas mortuorias que los colombianos escuchamos adormecidos sin darnos cuenta de que son las de nuestro propio funeral.