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Jorge Enrique Pava Q.                                                                           

Hace unos 35 años vivíamos en un país vergonzoso. Los colombianos sufríamos la estigmatización ante el mundo de un país plagado de narcotráfico, corrupción, violencia selectiva, y una justicia que, aunque digna en ese entonces, estaba intimidada y amenazada por las mafias lideradas por Pablo Escobar y sus socios, como el M-19. Las bombas contra la sociedad civil y los asesinatos de miembros de la fuerza pública pagados por la mafia de Escobar, eran pan de cada día.

Colombia era una cárcel; salir a la calle en las ciudades era un acto de temeridad, y visitar el campo era casi un suicidio. Finalmente se dio de baja al mayor capo del narcotráfico y llegó posteriormente la seguridad democrática, con la cual se relegó la guerrilla a la clandestinidad, logrando recuperar el orgullo nacional. ¡La prosperidad reapareció!

Y llegó Santos y su proceso de paz. Un pacto entre bandidos donde el presidente obtenía un gran alimento para su soberbia y orgullo, y la guerrilla obtenía impunidad total, poder parlamentario, reconocimiento político y se convertía en la catapulta para un ser mezquino, desalmado, ambicioso y lleno de odio y resentimiento que hoy padecemos como presidente de la Republica: Gustavo Petro Urrego.

¡Llegó la perdición de Colombia! Volvimos a ese país vergonzoso, pero en grado superlativo. Hoy estamos estigmatizados ante el mundo mucho más que antes, pues el narcotráfico nos domina, la corrupción del gobierno es descarada, la violencia selectiva es mucho mas evidente y la justicia está maniatada; y todo acolitado desde la presidencia de la Republica. Las mafias, que antes lideraba Pablo Escobar, hoy lo son por los jefes guerrilleros, socios políticos del gobierno. Y ante la captura de sus cabecillas, el propio presidente ordena su liberación y obtienen licencia tácita para seguir matando, narcotraficando y degradando al país ante el mundo.

Llegamos entonces a lo impensado: preferiríamos vivir en el país dominado por Pablo Escobar que en el dominado por Gustavo Petro. Porque en el de aquel, al menos había un Estado y unas instituciones con dignidad para luchar contra el estigma que nos estaba derrumbando; en el de este, el estigma es propiciado por la indignidad del propio presidente. En el de aquel, había una sociedad dispuesta a luchar por la defensa del país; en el de este, la sociedad parece resignada a la perdición. En el de aquel, había una juventud con esperanzas de futuro autónomo; en el de este, la juventud está sucumbiendo ante las dadivas del sátrapa y asumiendo que con las limosnas del Estado tienen de sobra.

¡Sí! Preferiríamos vivir en la Colombia de Pablo Escobar que en la de Petro. En aquella, teníamos la esperanza de que desapareciendo el líder se acabaría la perdición; en esta sabemos que, despareciendo el líder, la tara de sus seguidores seguirá enquistada. Porque es la tara de una Colombia que parece gozar, cual masoquista, con las heridas infligidas por Gustavo Petro. ¡Y porque es una Colombia que dejó atomizar la oposición y la puso al servicio de su enemigo!

www.titepava.com

Publicado en Columnistas Regionales
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