Y aunque cada vez encontramos más y más personas rabiosas por un Petro que institucionalizó la delincuencia, se doblegó ante los terroristas, y les rinde pleitesía a los criminales, nada hacemos para frenarlo. Mientras siguen asesinando niños inocentes y el caos impera en vastos territorios, el presidente se regodea en eventos internacionales con costos exorbitantes, y posa de gestor de paz ante el mundo. Y permitimos entonces que nos gobiernen delincuentes de toda laya.
¡Qué tristeza! ¿Qué vamos a hacer como sociedad? ¿Seguiremos avalando con nuestro silencio los actos miserables del gobierno? ¿Permitiremos, resignados, que se violen las leyes para proteger a los terroristas aliados de Petro, a los reclutadores de menores y a los delincuentes capturados en flagrancia? ¿Seguiremos aguantando con sumisión el gobierno de la impunidad y la delincuencia?
Y como sé que los mamertos dirán que Petro se convirtió en mi obsesión, me les adelanto a afirmarles que sí: Petro es mi obsesión. Pero no solo la mía, sino la de millones de colombianos decentes que nos sentimos ultrajados por sus malas maneras, por sus despropósitos, por sus desafueros, por su cinismo, por sus descaros, por su irresponsabilidad y por su irrespeto hacia los colombianos y hacia el propio país que tanto le ha tolerado y tanto le ha dado.
Reafirmo: es mi obsesión. Pero ¿cómo no serla? ¿Cómo ignorar este sentimiento que me corroe, al ver que el gobierno prostituye las instituciones mientras empobrece al pueblo, para después llenarlo de migajas y posar de salvador? ¿Cómo no sentir dolor al ver que se pierden billones de pesos en corrupción, cuando el país carece de lo básico? ¿Cómo no mortificarme ante la perversión de un gobierno que arrastra al país hacia el abismo y donde todos callamos por temor o mediocridad? ¿Cómo no desesperarme al ver que nuestros impuestos se utilizan con diligencia y fruición para mantener a los enemigos de la Patria, y con cicatería para cumplir con los mandatos constitucionales? ¿Cómo no llorar de impotencia al ver este hermoso país derrumbándose ante los ojos de una sociedad pacata que, si mucho, protesta soterradamente para no exponerse?
Entonces sí, repito: Petro es mi obsesión y, mientras pueda, protestaré con ahínco por todas sus perversidades. Así esté arando en el desierto.