El gobierno de Uribe, con su política de Seguridad Democrática, creó las condiciones para que la izquierda colombiana se civilizara y se liberara de la violencia; tanto de la que ejercía desde hacía décadas por mandato de sus deidades, Marx y Lenin ("combinación de formas de lucha"), como de la que contra ella ejercían, con furor punitivo, las autodefensas, los paramilitares y, también, convengamos, ciertas autoridades renegadas.
La Seguridad Democrática garantizó el libre accionar político de todos los colombianos, lo que permitió que la izquierda, que hasta 2002 tuvo una presencia electoral irrisoria, comenzara a ganar terreno en 2006 con Carlos Gaviria y en 2010 con Antanas Mockus (quien casi derrota ese año al deplorable candidato oficialista, el felón Santos).
En 2014, la izquierda llegó por primera vez al poder, vía la fraudulenta reelección del Infame, que fraguó a conveniencia la nefasta alianza: Santos-FARC-Petro-Leyva y adláteres. Transcurrido el interregno 2018-2022, una izquierda variopinta de matarifes y petimetres, acaudillada por Petro y Santos, regresó al poder para conducir a una Colombia "agobiada y doliente" al abismo del Socialismo del Siglo XXI.
Desde noviembre de 2019, cuando regresé al Senado después de una larga convalecencia, presagié y lo dije a quien quiso oírme, que las elecciones presidenciales de 2022 las ganaría Petro, un individuo cuya alma, creo, disputarán todos los círculos del infierno de Dante el día de su juicio, puesto que él se propuso ser, y es, la encarnación del odio.
En octubre de 2019, los candidatos presidenciales de la extrema izquierda de Ecuador, Chile y Colombia (Correa, Boric y Petro), se pusieron al frente de hordas incendiarias a las que llamaron 'Primera Línea'. Su consigna continental era la toma del poder "por la razón o la fuerza", sin dar pábulo a inhibiciones democráticas ni a límites legales. "Estallido social" llamaron a aquello que la sociedad veía como terrorismo y caos. Correa no pudo concretar su aspiración por decisión de la justicia penal; Boric y Petro son presidentes.
Boric, joven y con algún resquicio de nobleza democrática en su corazón, aceptó a regañadientes las palizas electorales que le propinó la derecha y se ha alejado un tanto de sus querencias anarco-terroristas; Petro, no. Pruebas al canto: Boric repudió el fraude electoral del tirano Maduro, Petro lo apoya.
Volviendo al hecho de mi presagio de que Petro triunfaría en las presidenciales de 2022, debo reconocer que no fue producto de una iluminación o de un sesudo análisis marxista sobre la lucha revolucionaria en Colombia. Fue algo más simple: cuando me alejé -por prescripción médica- de las sesiones de la Comisión Primera, Petro era un senador cuasi solitario (llegó a esa célula como candidato derrotado por Duque y nunca tuvo ni la gallardía ni la decencia de aceptar su derrota). Cuando regresé de la incapacidad, oh sorpresa, vi que era el candidato presidencial al que rendían pleitesía casi todas las corrientes representadas en la Comisión: las FARC, los Verdes, la U (particularmente Roy y Benedetti), el liberal Luis Fernando Velasco y un senador de Cambio Radical. Ciertos conservadores comenzaban a mostrar equidistancia con ellos y solo estábamos firmes para enfrentar a la izquierda, el Centro Democrático, uno de Cambio Radical y uno liberal. ¡Estamos perdidos!, me dije y le dije a muchos.
La genialidad de los guionistas de Los Simpson ha sido fuente de creación de arquetipos y antimodelos. Frank Grimes, por ejemplo, el Enemigo de Homero, es la personificación de la objetividad en grado insobornable: se negó a aceptar que la insensatez de Homero fuera premiada con reconocimientos y ascensos. Pues he de suponer que no fui el único que padeció la oratoria del senador Petro con la misma impaciencia del pobre Frank Grimes y con la desesperación de ver que crecía su audiencia entre profesores de universidades de USA, escritores de renombre, exrectores de la Universidad de Los Andes, exministros de gobiernos sensatos; que gente relativamente ilustrada llamaba a votar por Petro. No entendía cómo, si habían visto gobernar a Maduro, a Pedro Castillo, a Evo Morales, a Alberto Fernández, se atrevían a firmar manifiestos pidiendo el voto por Petro.
Hasta me pregunté si era yo el único que le ponía cuidado a sus desvaríos, a sus transgresiones gramaticales, a sus anacolutos, a sus referencias históricas erróneas, a su comunicación descuidada, sin estructura argumental lógica, con un absoluto desprecio por la cortesía y el respeto hacia los demás. Me horrorizaba su superficialidad intelectual, sus opiniones vacías y prejuiciadas, que hablara irresponsablemente sobre lo divino y lo humano (porque nunca dejaba de pedir la palabra).
Petro es marxista de manual (Kuusinen o Marta Harnecker) y cree tener todo resuelto, fundamentado en las fórmulas del "materialismo histórico" y del "materialismo dialéctico". Para él no es necesario ni conveniente el sentido crítico (que los marxistas llaman revisionismo) y, ni siquiera, el sentido de la curiosidad.
Igual que ahora como presidente, como senador era la encarnación de los prejuicios personales. Juzgaba a los demás por estereotipos, por prejuicios arraigados, sin consideración de la individualidad y ni siquiera de las circunstancias. Nunca empatizaba ni intentaba ver las cosas desde la óptica del otro. Todo su discurso se basaba en ideas preconcebidas sobre las personas y las cosas: el color de la piel, el sexo, los ingresos, la región de donde se es oriundo. Petro odia a unos barrios de Bogotá, a departamentos como Antioquia y los del viejo Caldas, a los abogados si son negros y conservadores, a los congresistas si votan en contra de una iniciativa gubernamental (¡malditos!, les dice), a los médicos si hablan bien del sistema de salud de Colombia, a los economistas si leen a Friedman, a los generales si han sido troperos o saben de inteligencia, a los sacerdotes católicos si no predican que Camilo Torres es un santo, a los judíos en cualquier caso (aunque lo hayan financiado), a los magistrados y jueces que no se plieguen a sus elucubraciones y designios, a las periodistas porque son simples ‘muñecas’, a los mineros, a los petroleros, a los ingenieros de carreteras, a los ricos, a los pobres que no sean petristas...
En el Senado, Petro encarnaba el sectarismo político extremo, descalificaba cualquier idea o postura que no se alineara con sus prejuicios y creencias. Sus intervenciones expelían toxicidad. Con él, el diálogo (no me refiero al diálogo constructivo sino al simple diálogo) era impensable. Y una curiosidad que constaté: nunca miraba ni saludaba a nadie que no fuera de su círculo.
La complejidad de los problemas sociales, políticos o personales siempre tenía una solución simplista, engañosa y maniquea. Era el rey de la desinformación y la polarización.
Nunca abordaba los argumentos con lógica y razón, sino que expelía ataques personales para desacreditarlos. Era el rey del argumento ad hominem y del irrespeto por el debate intelectual. La agresividad era su modo predilecto de interacción. Encarnaba un insufrible estilo comunicativo hostil e intimidatorio. Para él no existía la persuasión porque, como es poseedor de la verdad marxista y los demás son unos simples burgueses, fascistas y golpistas, no tenía por qué convencerlos sino vencerlos.
Nunca ha dudado en difundir mentiras, medias verdades o simples chismes de pasillo para apoyar sus argumentos. Hoy, como presidente, tiene al país inundado de desconfianza y en una perpetua confusión.
Petro es el arquetipo de líder negativo (acéptese el oxímoron); es superficial, prejuicioso, sectario, simplista y agresivo. Es un orador que empobrece el intercambio de ideas y crea, siempre que habla, un clima social divisivo y conflictivo.
Joseph de Maistre escribió que "toda nación tiene el gobierno que merece". Yo no lo creo. ¿Quién y por qué va a merecer un castigo como el que estamos padeciendo?” (Diciembre 18)
3:30 a. m. · 18 dic. 2024
* Publicado en su cuenta de X (@JOSEOBDULIO).