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Eduardo Mackenzie                                                                                   

¿Qué puede decirnos un disidente ruso, uno de los más resueltos y tenaces, muerto en el exilio en 2019, sobre los temas políticos que discutimos en estos días los colombianos? Mucho. Tomemos sólo el tema de la igualdad, que hace correr ahora tanta tinta y que sirve de pretexto a ciertos actos del gobierno de Gustavo Petro y de la vicepresidente Francia Márquez Mina, ministra “de igualdad y equidad”.

“¿Por qué aspirar a la igualdad?” pregunta Vladimir Bukovsky en Cette lancinante douleur de la liberté, un libro de 245 páginas que aborda ese y otros temas. Basado en sus 12 años pasados en campos de concentración y hospitales psiquiátricos, y en su vida en el mundo libre tras su liberación en 1976, Bukovsky describe en ese texto la mecánica del totalitarismo comunista y las confusiones de Occidente al respecto. Esa y las otras obras que escribió en Cambridge, Inglaterra, ayudan, sin caer en pedanterías, a quienes aspiran a liberarse de los mitos del socialismo. Sus memorias, To Build a Castle, traducidas del ruso al inglés, fueron un éxito de ventas. No sé si esos libros valiosos han sido traducidos al español.

El mundo democrático respeta y recuerda con emoción a los luchadores contra el Goliat soviético, como Alexandre Soljenitsyn, Vladimir Bukovsky, Andreï Siniavski, Iouli Daniel y André Amalrik, entre otros.

Bukovsky nació en 1942 en Belebey, un centro administrativo a 800 km de Moscú. A los 19 años fue expulsado del colegio por haber criticado a la Juventud Comunista. A los 21 años fue arrestado por hacer copias de literatura antisoviética. Desde junio de 1963 hasta febrero de 1964, Bukovsky fue encarcelado en un hospital psiquiátrico por organizar encuentros de poesía en Moscú bajo la estatua de Vladimir Mayakovsky.

En enero de 1967, fue arrestado de nuevo y encarcelado durante tres años y medio por organizar una manifestación en defensa de Alexander Ginsburg, Yuri Galanskov y otros disidentes. En 1971 logró enviar a Occidente 150 páginas de archivos oficiales de seis disidentes encarcelados en hospitales psiquiátricos de la URSS. Sólo un loco puede estar contra la URSS, decía Nikita Khrushchev. Esa revelación, la primera en el mundo sobre la deriva criminal de esos centros rusos, desató la indignación de los psiquiatras y defensores de los derechos humanos. El Kremlin encarceló de nuevo a Bukovsky en enero de 1972 y lo condenó a 7 años de prisión más 5 años de destierro, por “contactos con periodistas extranjeros” y “posesión y distribución de literatura prohibida”. Con su compañero de celda, el psiquiatra Semyon Glouzman, Bukovsky escribió un Manual de psiquiatría para disidentes, para ayudar a otros a luchar contra el maltrato soviético en los falsos hospitales psiquiátricos militarizados.

Su vida cambió en 1976. Bukovsky fue objeto de un inusitado intercambio de prisioneros: el general Augusto Pinochet aceptó la propuesta de Leonid Breznev de excarcelar a Luis Corvalán, jefe del partido comunista chileno, a cambio de la liberación de Vladimir Bukovsky. Corvalán viajó a Moscú y Bukovsky a Londres. En ese momento, según el New York Times, Bukovsky, quien tenía 34 años y había pasado doce en prisiones y centros psiquiátricos, era “el prisionero de conciencia más conocido de la Unión Soviética”.

Antes de examinar sus opiniones sobre la igualdad social, idea-base del comunismo, veamos otros momentos de su biografía. Gracias al intercambio, Bukovsky pudo escoger a Inglaterra, un país que admiraba, como lugar de residencia. Sin cesar un solo día de combatir el comunismo y el sistema soviético, viajó a Estados Unidos en 1977 para reunirse con el presidente Carter y responder a los periodistas de Good Morning America y de Firing Line. En los años 1980, Margaret Thatcher le pidió consejo a Bukovsky y éste dialogó con el presidente Reagan. Ante todos ellos criticó, como ya lo había hecho Soljenitsyn en 1975, la ceguera de Occidente ante los soviéticos. Profético, alertó contra lo que se perfilaba detrás de Mijail Gorbachov, un “títere de la mano cruel y fría del KGB”. Y fue cofundador y director de Resistance International, una organización anticomunista de disidentes y otras personas que habían escapado de la URSS.

Cuando Boris Yeltsin llegó al poder, Bukovsky recuperó la ciudadanía soviética y fue invitado a testificar, en 1992, en un juicio moscovita contra Yeltsin por haber prohibido el PCUS y confiscado sus locales. Bukovsky aprovechó esa oportunidad para escanear y sacar documentos secretos de los archivos del Comité Central del PCUS. Cayó por ello de nuevo en desgracia y se ganó la hostilidad de Vladimir Putin, sobre todo por haber escrito y pedido en Inglaterra un proceso similar al de Núremberg pero que condenara esta vez al comunismo y purgara las instituciones en cada país de los apparatchiks comunistas y jefes del KGB.

Nada de eso fue sin consecuencias. En 2006, un amigo de Bukovsky exiliado en Inglaterra, Alexander Litvinenko, fue asesinado por envenenamiento radiactivo. En la investigación británica Bukovsky testificó que Litvinenko había recibido amenazas de muerte semejantes a las que hacen los escuadrones de muerte rusos. En 2008, Bukovsky quiso presentar su candidatura a la presidencia de Rusia contra Putin, pero la inscripción fue rechazada. A sus 73 años, la mano de la siniestra dictadura rusa golpeó de nuevo a Bukovsky: fue acusado por un fiscal inglés de tener en su computador imágenes indecentes de niños. Bukovsky negó los cargos y acusó al espionaje ruso. Pintar a los disidentes como pedófilos es una de las tácticas viciosas para silenciar a los críticos de Putin. El juicio comenzó en diciembre de 2016 y minó la salud del disidente. En febrero de 2018 las audiencias fueron suspendidas pues el juez estimó que el acusado no estaba en condiciones de testificar. El 27 de octubre de 2019, un infarto cardíaco puso fin a la vida de Vladimir Bukovsky.

Dicho esto, vamos al grano: el análisis de Bukovsky no concierne la igualdad de derechos, ni la igualdad de la dignidad humana, sino la “igualdad social”, la “igualdad por encima de todo”, como sinónimo del bien (*):

“Es posible abolir el dinero, destruir los objetos de lujo, someter a un racionamiento draconiano los alimentos y los objetos de primera necesidad; es posible hacer vivir a toda la humanidad en barracas rigurosamente idénticas, repartir por lotería los maridos y las mujeres. En resumen, es posible reducir la humanidad a un estado animal queriendo obtener la igualdad por encima de todo. Esa empresa fracasará inevitablemente. El hombre encontrará siempre el medio para salir del lote, fatalmente los hombres hallarán un valor o un bien que no podría ser repartido por partes iguales entre todos y que será fuente de desigualdad. El único resultado de esa monstruosa experiencia sería engendrar una desigualdad y una corrupción sin precedente, pues en esas condiciones el menor privilegio sería percibido como una desigualdad indignante. Toda fraternidad quedaría excluida. La policía secreta necesita medios astronómicos para mantener una nivelación de ese tipo. (…)

“El movimiento obrero, muy tempestuoso en sus comienzos, desembocó en la creación del Estado-providencia. Una repartición mucho más equitativa de las riquezas fue obtenida, todo un sistema de garantías sociales fue erigido. Prácticamente, el socialismo, donde es humanamente posible, fue construido en Occidente. Ello produjo ciertas consecuencias negativas. La eficacia de la economía y la calidad del trabajo fueron afectadas, el sistema económico en su conjunto fue desestabilizado. El trabajo en sí, sobre todo el que fue automatizado al extremo como en la sociedad industrial moderna, dejó de ser placentero. La aparición de elementos muy importantes de socialismo y de garantías sociales suprimió toda motivación. Pues trabajar bien o mal, o no trabajar, dejó de afectar de hecho el nivel de vida.

“La igualdad es un estado artificial que debe ser constantemente mantenido de manera artificial. Los hombres no son iguales por definición. Por eso el mantenimiento de la igualdad cuesta sumas inmensas y es un pesado fardo sobre los hombros de quienes trabajan, de los más capaces. Ese principio no hace sino desfavorecer aún más a los holgazanes y contribuye a la aparición de un clima de parasitismo. Una fuerza organizada es indispensable para mantener esa igualdad y esa fuerza muestra en la sociedad tendencias dominadoras que aspiran a escapar a todo control. (…)

“El socialismo [en Occidente] aspira a convertirnos en parásitos o en forajidos. Es un proceso más lento, menos perceptible que en la URSS y por ello más peligroso. El socialismo es una idea en boga que carece de sentido. Simplemente, los hombres vierten en esa palabra todo lo que les parece a la vez deseable e irrealizable. Dicen que los primeros cristianos eran casi socialistas porque se pronunciaban en favor de la igualdad. Dudo de eso. La referencia al cristianismo no me convence.  Si una utopía busca justificaciones y referencias en otra utopía, no deviene seria por eso. Como ha dicho un amigo, los cristianos compartían voluntariamente sus propios bienes, mientras que los socialistas quieren compartir a la fuerza los bienes de los otros. ¿Por qué no compartir voluntariamente sin recurrir al socialismo? Evitaríamos la burocracia y el mundo sería mucho mejor.

“Nunca he podido entender a los socialistas. Sólo alguien que vive de fantasías y no de la observación real del ser humano puede creer que los hombres son iguales (o aspiran a serlo). Incluso los gemelos idénticos que han sido educados y formados juntos no son completamente iguales. Entonces, ¿por qué aspirar a la igualdad? ¿Sería interesante vivir en un universo donde todos los seres son iguales? ¿Por qué hay que tener reacciones tan poco sanas ante la desigualdad material?

“¿Por qué los socialistas son tan envidiosos y mercantiles? La mayoría de ellos son intelectuales que viven en un mundo abstracto. Su teoría carece de lógica: por un lado, ellos critican el consumismo, la codicia y el materialismo; por otro lado, son precisamente esos aspectos de la vida que más les preocupan. Al nivelar el consumo, quieren instaurar la igualdad. ¿Creen sinceramente que, si las personas reciben la misma ración de pan, automáticamente se convierten en hermanos? Los hombres se vuelven hermanos sufriendo juntos, ayudándose unos a otros, compartiendo la misma esperanza, respetando la personalidad del otro. ¿Podemos convertirnos en hermanos si registramos con envidia los ingresos de cada uno, acompañando con una mirada feroz cada bocado que ingiere el vecino? No me gustaría tener por hermano a un socialista.

“En fin, es hora de comprender que ninguna reforma social nos liberará de los problemas, de los defectos, de las cualidades que la naturaleza nos ha dado. Es hora de convertirnos en adultos y deshacernos de las ilusiones infantiles generadas por el siglo XIX. Tenemos ante nuestros ojos el ejemplo de la materialización de esos ideales, es fácil prever las consecuencias que eso puede traer.”

*Los presentes textos de Bukovsky han sido traducidos del francés por E. Mackenzie

Publicado en Columnistas Nacionales

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