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Carlos Salas Silva                                                                 

Nos sirve de consuelo pensar que habría podido ser peor lo que ya de por sí consideramos poco favorable.

Cuando se trata de cuestiones que conciernen a la política, pareciera que las cosas cuando no han salido como esperábamos y por las que imaginamos, por lo tanto, un desenlace desastroso, terminamos arreglándonos como sea con el aliciente de que habrá otra oportunidad y que lo que hoy lamentamos serán cosa del pasado que, aunque no se sumerjan en el olvido, pasarán a un segundo o tercer plano. En nuestra vida corriente un mal paso no deja de ser algo que se sumará a otros tantos del pasado los que tan solo cuando la mente divaga reaparecen para machacar a la conciencia.

En los últimos artículos que me he permitido compartirles he mencionado las extrañas rocas que encuentro en mi caminata matutina que se ha vuelto un ritual en los días pasados en Casablanca. Tenía el presentimiento de que daría un mal paso en cualquier momento lo que vino a ocurrir hace tres días.

¿Vas a caminar por ahí? Me preguntó Philippe con su francés haitiano que a veces me cuesta entender. Sin responder me atreví a hacerlo en un lugar de rocas con formas onduladas que me hicieron recordar a Stalker de Tarkovski. La diferencia era que, en la tan apreciada película, tal vez mi preferida después de En el taller de mi hija Ana, las formas onduladas eran de blanda arena. Cómo la marea había humedecido las rocas que de por sí, por su forma y su lisura, eran resbalosas el riesgo era mayor. Segundos antes de que mi pie resbalara, me imaginé cayendo. Era inevitable y al mal paso darlo veloz, o algo así dice el dicho. Cataplum… en cámara lenta caí, fue primero un Ay cuando perdí el equilibrio, luego un segundo Ay más sonoro, cuando me golpeé la rodilla y un tercero muy fuerte cuando una intrusa roca que estaba donde no debía estar, arrastrada, no sé cómo, por la marea, recibió mi cabeza. Pensé que sangraría y recordé cuando mi padre me llevó caminando medio Neiva buscando dónde me pusieran puntos a la herida causada en mi frente por una piedra que me lanzó un niño mayor que mis cuatro o cinco años de edad. No salió sangre, pero sí un gran chichón que Phillipe, experto en Reiki quién me impuso su mano, y la pomada antiinflamatoria no dejaron que se creciera más.

En estos días, mi mayor inquietud, que supera la de preparar los 38 cuadros para La Galerie 38, es la llegada de mis hijas con las que visitaremos algunos lugares de Marruecos, un país lleno de misterios. Lo comento porque lo primero que se me ocurrió decir luego del golpe es que habría podido ser peor. Ça aurrai pu être pire, dije en mi chapucero francés. Y con solo eso llegaron las historias que me demostraron claramente que no solo habría podido ser peor sino muchísimo peor. Philippe me contó de dos amigos suyos que recientemente habían sufrido caídas fallecieron en el acto. Para remate, al comentarle a Abdou se tomó su tiempo y a su manera muy belga marroquí, me relato con todo detalle como su padre había caído en la calle y se había golpeado con el borde del andén, lo que tuvo como consecuencia que durante dos meses no reconociera a su mujer ni a sus hijos.

Con los años, las caídas se convierten en motivo de preocupación. Ya con los míos debo tomar consciencia de ello con urgencia ya que, cómo me recordó mi hija Sara, es la tercera en los últimos tiempos. A Ana no me atreví a contarle y a Palomita me decidí hacerlo cuando pensé que ocupar su mente en los dolores de su padre le harían calmar la ansiedad que, con el viaje acercándose, como ocurre con frecuencia, se crece cuando van amontonándose los motivos de inquietud.

Qué tal que me hubiesen encontrado amnésico mis hijas… y ni hablar de otras nefastas consecuencias de dar un mal paso estando prevenido, como con frecuencia ocurre.

KienyKe

Publicado en Columnistas Nacionales

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