"Les pido perdón por lo que ha acontecido en la Ungrd", dijo Gustavo Petro en su discurso el pasado 20 de julio, durante la instalación del período de sesiones del Congreso de la República. Incluso los más escépticos recibieron favorablemente esas palabras, creyendo ver en ellas un acto de contrición genuina por parte del mandatario; además, el tono del discurso parecía alejado de su habitual estilo pendenciero.
Sin embargo, la ilusión fue efímera. El contenido de su intervención no disipó las preocupaciones sobre el futuro del país; Petro incluso afirmó que su gobierno era "eficiente". Llegó con traje de bombero, intentando apagar el fuego de uno de los escándalos de corrupción, pero mientras pedía perdón desde el atril del Salón Elíptico por lo ocurrido en la Ungrd, sus ministros y el director de Planeación, ofrecían prebendas a los representantes a la Cámara para asegurar votos a favor de su candidato a la presidencia de esa Corporación.
El perdón ante el país se desvaneció y se redujo a un simple acto populista destinado a cosechar aplausos de sus fanáticos, mientras la corrupción continuaba desplegándose en el mismo evento. Para él, ese perdón verbal parece ser una indulgencia general e ilimitada por lo que pasó, por lo que sigue pasando y por lo que ocurrirá en los próximos dos años en términos de corrupción. Y nos hemos concentrado únicamente en los millonarios sobornos de la Ungrd, dejando de lado lo que está sucediendo en la Aeronáutica Civil, la Cancillería, RTVC, el Fondo de Ahorro, Colpensiones, la UNP y otras entidades.
Aunque el perdón es una acción moral restaurativa dentro de un proceso de reconciliación política, en este caso, para que la sociedad colombiana pueda otorgárselo a Petro y a su gobierno, es necesario que los perpetradores dejen de causar daño, muestren arrepentimiento y una determinación verdadera para erradicar la corrupción, además de resarcir el daño causado. Petro se quedó en pedir perdón y nada más.
Cuando el congresista Gustavo Petro señalaba con su dedo acusador a quienes él consideraba corruptos y condenaba enérgicamente la corrupción en sus discursos, alebrestaba a las barras de sus seguidores. Tal vez por eso, quienes votaron por él creyeron en el cambio que prometió. Pero hoy, cuando su administración está marcada por el derroche, el clientelismo y la corrupción, es inevitable que haya muchos arrepentidos y desilusionados. La izquierda, que tanto luchó con su discurso para llegar al poder, ha demostrado ser un desastre en el gobierno.
Los colombianos no podemos bajar la guardia frente a esta catástrofe, porque la oposición y la resistencia no tienen tregua. Lo que viene podría ser igual o incluso peor de lo que estamos padeciendo. Nada bueno se puede esperar. Y no perdamos de vista a Venezuela, para evitar seguir ese camino.
26 De Julio De 2024.