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Rafael Uribe Uribe       

Este domingo 2 de junio, fue la fiesta del Corpus Christi, patronal de la parroquia. Ha cumplido cincuenta y ocho años de fundada en el barrio Provenza de Medellín, nombre de la finca de la que el barrio hereda su nombre. Por esa época empezaba a poblarse por personas acomodas económicamente, de buenas costumbres, católicos y creyentes necesitados de alimentación espiritual que, por ello, deciden construir un templo.

Convienen con el arquitecto Eduardo Caputi la elaboración de los planos y presupuestos para su construcción y, para financiarla, se constituye un Comité de Vecinos que inicia sus actividades reuniéndose periódicamente bajo la sombra del mismo árbol en que se celebraba la Eucaristía. Eran obligatorias las actas, como en cualquier junta directiva de una empresa y, refiriéndonos a una de ellas, el primer punto del orden del día era: “Sacrificio del cerdo” que, acompañado de otras viandas y empanadas, era el festín habitual para recolectar fondos.

Fue un barrio sano y bien habitado por muchos años, pero ahora, limita con la Zona Rosa que fue, no solo creciendo, también aumentando la maldad y, hoy, rodea completamente la parroquia. Inicialmente solo había unos pocos locales de alimentos, sastrería, o miscelánea; pero poco a poco se fue llenando de restaurantes de comida rápida, hostales, lavanderías de monedas y discotecas de regular categoría en la misma calle del templo, hay  hoteles y restaurantes de mejor calidad, pero más alejados. Es una zona preferida de visita para muchos extranjeros, mochileros en buena medida, generalmente adictos a la droga y al turismo sexual. Allí encuentran “prepagos” jovencitas, vendedores de bazuco, marihuana, cocaína y otras drogas sintéticas a precios irrisorios comparados con los de sus países de origen.

El ruido, el desorden, el irrespeto a personas de bien y al lugar del culto religioso, obligaron al párroco Hugo Grajales a cercar el templo de rejas para evitar que habitantes de calle, que pululan en busca de una moneda fácil, hagan allí sus necesidades fisiológicas y que los grafiteros pinten las puertas y paredes del templo.

El abuso de los parqueaderos públicos es otro desastre y, todo ello, ha venido alejando a los feligreses. Da pena ver la asistencia disminuida a los actos religiosos que están llevando a la parroquia a problemas financieros, mientras las autoridades brillan por su ausencia o cumplen ordenes absurdas que les impiden proceder contra aquellos que causan desorden, pero aparentemente no estarían cometiendo delito.  

El Rincón de Dios

“Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración” Romanos 12:12

Publicado en Columnistas Nacionales

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