Estos escándalos se suman a otras previas impudicias que van desde la financiación ilegal de la campaña y la violación de los topes, acuerdos con criminales en las cárceles por los cuales se ganaron las elecciones, apoyos narcos de distinto tipo (desde dinero hasta aviones), aportes no reportados de contratistas y estafadores, maletas de dinero del embajador en Londres, el Min Interior, de la directora de Presidencia, amenazas de revelar cosas tan graves que "todos se van a la cárcel y el gobierno se cae”, abusos de poder, chuzadas y polígrafos ilegales, suicidios de oficiales de policía y procesos judiciales contra el jefe de seguridad de Presidencia, y un largo etcétera que involucra al primogénito, al hermano, a la mujer del Presidente, a su gerente de campaña, al presidente de su partido, a su operador político principal en las elecciones, a su mano derecha en el gobierno y a varios de sus ministros.
Cualquier otro gobierno hace rato se habría caído. Pero como esto es Colombia y es Petro, ahí sigue atornillado. Lo protege ser de izquierda, porque se le tolera lo que a otro no, que muchos no quieren “victimizarlo”, y un falso sentido de estabilidad institucional que abriga al presidente sin importar lo que haga o haya hecho. Hay ahí un error de fondo que debe corregirse: lo que debe defenderse son la Constitución y la ley, el estado de derecho, que es lo que debe imperar en una democracia, no la figura presidencial. Por el contrario, es fundamental que el país madure lo suficiente como para que el jefe de Estado, no importa quien sea, entienda que no solo no está por encima de la ley sino que su comportamiento debe ser ejemplo para todos los ciudadanos. Mucho mal hemos sufrido por la incapacidad de condenar a Samper, financiado por narcos, o a Santos, por Odebrecht.
Y Petro no es víctima sino victimario. Todos los delitos de la campaña y los pactos con los criminales tuvieron como objetivo elegirlo presidente. Fue él quien nombró los ministros, consejeros presidenciales y directores de entidades públicas involucrados en las coimas. Todos los sobornos pagados a los congresistas han tenido el propósito de favorecer su agenda.
Ni siquiera han sido sus opositores o los organismos de control los que han destapado los escándalos. Han sido sus propios parientes y funcionarios quienes han desvelado y confesado los delitos cometidos. No existe, pues, tal “golpe blando”. De hecho, ese supuesto “golpe" no sería nada distinto que la aplicación de la Constitución y de la ley por las instituciones que tienen competencia. El CNE debe estar pronto a confirmar lo que es inocultable: la violación de los topes electorales. La Comisión de Acusaciones no podrá mirar para otro lado sin incurrir en un prevaricado como una catedral. La Suprema aborda las investigaciones de los congresistas involucrados. Y es el momento de la verdad, en que sabremos si la fiscal Camargo está ahí para encubrir a los parientes y amigos de Petro y a sus ministros y funcionarios o para cumplir con su deber. Pésimo síntoma, por cierto, el nombramiento de la esposa del secretario de Transparencia de Presidencia, vaya ironía, al que ineludiblemente la misma Fiscalía deberá investigar.
En cualquier caso, Petro está acorralado. Ve no solo como se rompe en mil pedazos su narrativa de cambio, sino que fracasa de manera rotunda tanto en lo socioeconómico como en seguridad. Y que los procesos judiciales y de destitución política se le vienen encima. Parece decido a huir hacia adelante.
Hoy es mucho más peligroso. Está en plena transición de comportarse como si fuera de la izquierda vegetariana, con respeto de la democracia, el estado de derecho, la propiedad privada y la economía de mercado, a actuar como la peor izquierda carnívora, que después de llegar al poder usa el dinero para cooptar las instituciones, sobornar a militares, congresistas y magistrados, cambiar la Constitución, imponer un modelo socialista y atornillarse en el poder.
Petro está abiertamente coqueteándole al autogolpe. Hay que prepararse para ese escenario y advertirle que, si lo da, tendrá que emprender una carnicería. Los ejemplos de Cuba, Nicaragua y Venezuela muestran que, si a los tiranos latinoamericanos se les da la oportunidad, se quedan décadas. No lo permitiremos. Somos una inmensa mayoría quienes estamos dispuestos a jugarnos la vida en defensa de la democracia y las libertades y un futuro de esperanza para nuestros hijos.