A pesar de estar ahí no vi ARTBO, lo que les podrá parecer una muestra de arrogancia. Desde su primera versión y durante varios años hasta el cierre de galería y revista MUNDO participé como artista, galerista y editor, presencia que se fue diluyendo hasta hoy en que si no fuera por el evento de lanzamiento del libro no tendría ninguna presencia ahí.
Desde mi experiencia con distintas galerías, con la que he estado muy involucrado, hasta mis relaciones con dealers y promotores del arte he constatado que es un medio perverso y las ferias de arte lo son en mayor medida. Lo que sentí en esta ocasión fue un gran alivio de no participar en ARTBO imaginando a mis antiguos colegas artistas y galeristas como a unos snobs que se la pasan cuidando un stand a la espera de la llegada de compradores, algo tan alejado a la esencia de la labor artística pero que acapara absolutamente todo con el pretexto de que son cosas del “Mercado del arte”. Un Mercado, así en mayúsculas, en el que las adulaciones y falsedades se toleran en su nombre, con el que se disfraza lo que es en resumen: una transacción comercial como cualquier otra, pero que tiene el brillo de lo fastuoso que oculta su precaria condición.
Como no asistí me puse a buscar lo qué los críticos opinaron. Lo primero que encontré fue un artículo de la crítica de arte Ana María Escallón, publicado por “Las 2 Orillas”, cuyo título dice más que su contenido: “ARTBO es el reflejo triste de Colombia”. Luego de una confusa explicación del nombre con el que bautizaron el nuevo edificio de Corferias la crítica pasa a darnos su apreciación sobre ARTBO y nos dice de donde surge el título de su artículo: “Fue una muestra de galerías casi todas nacionales en dónde, como todos sabemos, es otro espejo del país: no se mueve nada. No se compra ni se vende”. ¿Les quedó claro? A mí no porque pensé, en mi ingenua credibilidad, que cuando habla del triste reflejo del país se referiría a las obras mostradas y que, de repente, aparecieron artistas que, como Goya, retrataron lo más oscuro del momento que les ha correspondido vivir. No, de ninguna manera, de lo que se trata es que nada se mueve, no por un fenómeno físico sino porque ni se compra ni se vende. Qué extraño, pero así son las cosas cuando se trata de ARTBO. Para remate la crítica menciona a la muy poco agraciada escultura de una paloma que Botero, en un gesto de genuflexión, le regaló a Santos en solidaridad con el cobarde acuerdo de entrega del país a los terroristas de las FARC: “Hoy resolvieron politizar la paloma de Botero al llevarla.” (cito textualmente a Escallón, válgame Dios) “Mala decisión del gobierno oportunista con ideas de última hora”. A cada cual interpretar lo que dice la crítica.
Su texto continúa con una apreciación demoledora que, en el caso de que fuese la correcta, justificaría mi decisión de no recorrer los cinco pisos de la feria. Para Escallón “el único de verdades el quinto. Lo demás es basura”. Menciona algunas “basuras” y entre ellas esta: “Otros como Jacanamijoy que puede acomodar su obra a cualquier discurso. Es cualquier cosa colorida que sobra en la entrada por ambicioso y por ser tener cualquier arma para acomodar sus “loras en licuadora” que es lo que pinta con su práctica de Yagé y su mundo indígena”. (Repito que copio textualmente lo que se publicó en “Las 2 Orillas” aunque ustedes no lo crean). Pero la crítica de arte no se conforma con su apunte de pésimo gusto, ese de “loras en licuadora” sino que remata con esto: “Todo queda en una superficie que no es un lenguaje sino una técnica facilista para turista”.
Luego de este derroche de crítica de la peor mala leche hice mi mejor esfuerzo y llegué hasta el final del artículo quedando con la sensación de que la escritora se cansó y paró de repente de escribir ¿Gracias al cielo! Se imaginarán las pocas ganas que me quedaron de seguir buscando textos sobre la feria en cuestión y las muchas que tengo de dar por terminado este artículo.
KienyKe