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Pbro. Mario García* 

Fui a ver el filme “Sonido de libertad”. No soy, ni mucho menos, cinéfilo, y puedo decir que hacía varios años que no visitaba una sala de cine. Pero motivado por comentarios que escuché, y más aún por un par de reportajes concedidos por el productor de esta película, me animé. Y escribo este comentario todavía bajo la profunda impresión que me quedó lacrada en el alma.

Esta pieza cinematográfica es impactante; es estremecedora. No creo que sea posible que alguien la vea y salga sin sentirse sacudido interiormente, sin experimentar un triple sentimiento: por una parte el dolor y la indignación ante una infamia aterradora; por otra, la secreta esperanza de que gritos como el que se esconde en el filme contra una de las mayores infamias del mundo de hoy, terminen por ir levantando una valla que lo ataje, desencadenen y pongan en marcha un movimiento incontenible en defensa de los niños; y finalmente, un cuestionamiento punzante: ¿qué puedo, qué debo hacer yo?

La pieza producida por Eduardo Verástegui y protagonizada magistralmente por el mismo actor que representó a Jesucristo en “La Pasión”, nos hace tomar conciencia de una realidad de la que tal vez no nos percatábamos con bastante claridad: que la esclavitud, que creíamos desterrada de la humanidad, existe; y existe con características más aberrantes, más inadmisibles, más horrendas que las que tenía el tráfico esclavista de la edad media. Y eso porque están sometidos a ella quienes tienen menor, muchísimo menor posibilidad de reaccionar o de reivindicar sus derechos: los niños que son, por millares, por millones, objeto de la explotación y el tráfico sexual; que son convertidos por criminales incalificables en juguetes para satisfacer las inconfesables y sórdidas apetencias de pervertidos, y la criminal avidez de los nuevos esclavistas que no dudan en hacer de seres inocentes objeto de un comercio repugnante.

Y es que, junto a  la cruda y lacerante realidad que desnuda “Sonido de libertad”, hay otras formas, no menos perversas, no menos ominosas y execrables de atentar contra los más inermes, que son los niños : la campaña siniestra y mil veces criminal del aborto, que extermina millones de vidas humanas incipientes, y se disfraza con eufemismos araneros y canallescos para paliar su naturaleza de homicidio; y el pérfido empeño por destruir la inocencia de los pequeños y torcer su vida con todos los mecanismos que la ideología de género pone en juego para subvertir la ley natural, y que mañosamente se va inoculando en sistemas “educativos”, en proyectos de ley, en grupos ideológicos anticristianos.

Y detrás de toda esta perversidad, a veces en la sombra y a veces en forma insolente e impúdica, grandes y sucios capitales y organismos pervertidos: Georges Soros, -el mismo que financia los viajes de la señora vicepresidente de Colombia-, la fundación Rockefeller, Walt Disney, Netflix, la misma ONU, Planned Parentood, Profamilia entre nosotros…y legisladores y magistrados de altas cortes, y organismos jurídicos extraviados…. Y, tal vez lo peor de todo: una sociedad  que parece ignorar la existencia de esta tragedia, o, cobarde y cómplice, calla y mira para otro lado; nosotros, todos nosotros, que  no alzamos la voz, que actuamos como perros mudos ante los crímenes  abominables con que se atenta contra nuestros niños; y que incluso, sin darnos cuenta del carácter de complicidad que eso tiene, apoyamos a alguna de esas pérfidas empresas: seguimos comprando a Netflix…seguimos llevando a los niños a presenciar los sibilinos programas de Waly Disney, seguimos poniendo en sus manos juguetes inspirados en ideologías inmorales.

Sound of Freedom, “Sonidos de libertad”: ¡hay que verla! Hay que recomendarla. Ojalá nuestros dirigentes, nuestros legisladores, nuestros magistrados, nuestros educadores, muchísimos padres de familia, colmaran las salas de cine en que este filme se proyecta. Posiblemente muchas actitudes cambiarían, y se abriría una ceja de luz en medio de tanta oscuridad, y comenzaría a germinar la posibilidad de acabar con la peor esclavitud de nuestra época.

* Formador, seminario mayor, Ibagué, Colombia.

Ibagué, septiembre de 2023

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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