Mi gratitud se extiende a mi entrañable amigo José Alvear Sanín que se empeñó en editarlo. Hace algún tiempo me dijo que quería publicar algo de mi pluma. Le respondí que no tenía nada que valiera la pena de darse a conocer, ni a mis años contaba con el vigor intelectual que se requiere para realizar algo meritorio. Pero tanto insistió, que le dije que tenía archivadas unas lecciones que mi discípulo y amigo Eduardo Quiceno Álvarez publicó en Diké, en asocio con la UPB, hace ya varias décadas, lecciones que fui corrigiendo paulatinamente para compartirlas a través del medio digital con mis alumnos en los cursos que dictaba en la universidad.
Su origen viene de hace ya medio siglo, cuando empecé a dictar el curso que por ese entonces, según creo recordar, se denominaba "Derecho Constitucional General" y que años después se llamó "Teoría Constitucional".
Yo tenía la costumbre de poner por escrito el contenido de mis clases y las daba a conocer a mis alumnos a través de publicaciones mimeografiadas, que desafortunadamente no conservo, pero quizás alguno de mis alumnos tenga por ahí guardadas. Esos apuntes se fueron engrosando poco a poco con citas que tomaba de mis variadas lecturas. En donde encontraba algo que pudiera ser útil para mis discípulos, ahí lo iba consignando. De ese modo tomó cuerpo el libro que editó mi amigo Quiceno. Esa edición fue muy limitada y ameritaba correcciones y actualizaciones para ponerla a tono con el siglo en que estamos.
José se encantó con esos apuntamientos. Insistió en que no podían quedarse archivados en la memoria de un computador y había que darlos a conocer, pese a mi desgano. Puso manos a la obra y animó a un grupo de amigos para solventarla. La edición la patrocinaron Jorge Hernán Abad Cock, José Alvear Sanín, José Claver Franco Gómez, Vicente Ferrer Martínez, Hernán González Rodríguez, Julio González Villa, Juan David García Vidal, Rodrigo López Ríos, Ramón Madriñán de la Torre, Marylú Nicholls Sánchez-Carnerera, Javier Tamayo Jaramillo, Diego José Tobón Echeverri, Alonso Sanín Fonnegra, Maristella Sanín Posada, Rafael Uribe Uribe y Gonzalo Vélez Restrepo. Con sus generosos aportes ya quedaba asegurada la edición, pero Alonso Sanín Fonnegra. con admirable diligencia, obtuvo unos aportes adicionales que garantizaron un tiraje bastante más amplio. Esos aportantes han preferido quedar en el anonimato, pero también son destinatarios de mi agradecimiento.
Dos de mis patrocinadores, Jorge Hernán Abad Cock y Diego José Tobón Echeverri, son hijos de sendos profesores que estimularon vivamente mi afición por el Derecho público: Elías Abad Mesa y Diego Tobón Arbeláez, a quienes recuerdo también con profunda gratitud.
Todo ese esfuerzo, nacido de muy cordiales y espontáneos sentimientos de amistad, merece mi reconocimiento imperecedero. Sin el entusiasmo que pusieron en que el libro saliese a flote, su contenido continuaría escondido en mis archivos. Por eso puedo decir sin reato alguno, haciendo uso de ciertas expresiones que están de moda, que "yo no lo crie" y se gestó "a mis espaldas".
Estos apuntamientos, como antaño solía decirse, fueron pensados para ilustración de los que llamo parvulillos, es decir, alumnos que se iniciaban en los estudios de Derecho y luego de Ciencia Política, pues fue en esta facultad de la UPB donde puse término a mi carrera de profesor, antes de la pandemia y a raíz de dos cánceres que me atacaron simultáneamente, de los que pude sobrevivir gracias a la pericia de los facultativos que me trataron y, sin duda alguna, a la Providencia, que ha sido en extremo dadivosa para conmigo.
A esos queridos parvulillos acostumbraba repetirles lo que mi inolvidable y también muy querido profesor de Sucesiones, David Córdoba Medina, nos encarecía al dar comienzo a su curso: "No me crean". En buen romance, nos invitaba a observar las realidades con nuestros propios ojos y reflexionar sobre ellas con nuestras propias mentes. Mis cursos pretendían estimularlos a ir al fondo de las cosas, a discutir los fundamentos de los conceptos, a abrir sus inteligencias a la complejidad de lo jurídico y, por ende, de lo social. Abrigo el deseo de que el contenido de mis lecciones abunde en semillitas que aspiran a caer en terreno abonado para el esfuerzo teórico.
Hube de reconocer en la presentación del libro que en mis años juveniles me sedujo el rigor conceptual de Hans Kelsen. Por eso lo menciono en varias oportunidades. Pero luego me fui dando cuenta de la estrechez de sus concepciones, por lo que hube de superar el positivismo formalista que lo caracterizaba.
Tal como lo señala mi también entrañable amigo Javier Tamayo Jaramillo en el prólogo que amablemente escribió para su publicación, mi punto de partida radica en la complejidad del fenómeno jurídico, que sólo puede comprenderse a cabalidad si se lo examina, según lo hizo el célebre iusfilósofo brasileño Miguel Reale, como una conjunción de hechos, normas y valores, tesis que en el fondo coincide con la concepción institucionalista del no menos célebre maestro Maurice Hauriou, así como con la del muy reputado sociólogo Georges Gurvitch. El Derecho es vida humana viviente, tal como nos lo enseñaba mi también recordado profesor Benigno Mantilla Pineda en su curso de Filosofía del Derecho.
De ahí que para el adecuado entendimiento de las instituciones constitucionales haya que valerse no sólo de la teoría jurídica, sino también del auxilio que ofrecen la Historia, la Sociología, la Politología, la Economía Política, la Filosofía y, en general, las Ciencias de la Cultura, dado que es en ésta donde ubica el universo jurídico.
En la presentación del libro hice un justo reconocimiento a quienes osadamente he considerado como mis profesores a distancia, mis "maîtres à penser", tales como Pascal, Michel Villey, Raymond Aron, Guglielmo Ferrero, Max Weber, Ortega, Jacques Maritain, Lord Acton, Christopher Dawson, Martin Buber, Víctor Frankl, Paul Ricoeur, Gustavo Zagrebelsky, Rüdiger Safransky, Eugenio Trías, Karl Lowenstein, Maurice Duverger y, ante todo, a quien en mis clases coloquialmente llamaba el "Viejo Aristóteles", seguido de Santo Tomás de Aquino y San Agustín, por no hablar de San Marcos, San Mateo, San Lucas y San Juan, los cuatro evangelistas que nos han transmitido la Palabra de Dios.
El curso se estructura sobre dos conceptos, el de Estado y el de Constitución. Lo que sigue es la exposición de los que considero que son los principios fundamentales en que se inspiran las Constituciones occidentales: las nacionalidades, la república, la democracia, el bien común, lo que denomino el humanismo constitucional, la separación de poderes y el Estado Social de Derecho.
Fiel a su inspiración, creo que es un curso no sólo analítico, sino polémico. Anda a menudo en contravía de lo que hoy se considera políticamente correcto. De ahí mi reticencia para darlo a conocer, pero creo que ello fue lo que le encantó a José hasta el punto de atreverse a apadrinarlo. A decir verdad, el parto resultó viable, con una criatura asaz graciosa que espero se exhiba con esbeltez y donaire. En lo que a mí concierne, no hay ánimo de lucro, por lo que deseo que vaya a las bibliotecas universitarias y las públicas, para que no termine por ahí cuñando muebles. Ojalá que quienes se animen a leerlo extraigan de él un buen provecho.