Se trataba de mi primo que con los tragos le da por joder con el teléfono a las horas más impropias y mantener en la línea al desafortunado que llegue a contestar. Lo he sabido por mis parientes en Miami que, como si siguieran anclados al pasado, consideran que atender una llamada de Colombia es un deber sagrado. No caí en la trampa, aunque mi primo persistió porque el tiempo y el espacio se trastoca en la mente del alcohólico para quien no hay ni minutos, ni horas, ni días o, por lo menos, no como las entiende el sobrio. Lo cierto es que mi primo tenía, según sus delirios, algo importante e inaplazable por decirme:
“Carlitos… pilas, pilas… con lo que estás escribiendo…pilas, pilas. ¡Esos hijueputas son muy hijueputas! Pilas, pilas Carlitos. Más suave, más suave.”
La sabiduría del borracho es proverbial y de eso puedo dar testimonio directo por haber vivido ese infierno durante décadas hasta la terrible y venturosa noche en que me vi de frente a un puñal amenazante en una oscura y tenebrosa calle de Bogotá, de eso ya dieciséis años atrás. Y frente a esa situación no hay argumento etílico que valga. Un año después de la epifanía, que me significó entender que había tocado fondo, recibí, de nuevo, la invitación a “pintar juntos”, proyecto promovido por una afamada revista en la que un pintor pintaba con un líder empresarial, político o de opinión. El personaje designado para esa ocasión llegó a mi taller con dos botellas de vino. Las miré con nostalgia y le dije que hacía un año no tomaba alcohol. Me confesó que él ya llevaba dos y me habló de un amigo, cuyo hijo adolescente tenía problemas con la bebida, quien le había solicitado, encarecidamente, que le escribiera una carta al descarriado. Le pregunté si la conservaba y me dijo que sí y quedó resuelto el asunto de la pintura. Sobre una tela de 2 m de alto pintada con grafito y con la técnica del plotter de corte se imprimiría la carta, se llevaría a la subasta en la que encontraría comprador y la plática recaudada se dedicaría a una obra de caridad.
Pasó el tiempo y recibí una llamada del personaje. Resulta que quién había subastado la obra era uno de sus amigos que la había instalado a la entrada de su apartamento, lo que le causaba incomodidad al encontrase con ella cuando regresaba con sus tragos encima. El asunto a tratar era cómo deshacerse de ella. Le dije que la donara al instituto del Dr. Patarroyo.
Cuando dejé la bebida fui consciente de que me tomaría cinco años, por lo menos, mi recuperación cerebral, lo que veía como una eternidad. Y así fue.
Se imaginarán a cuento de qué viene mi relato. Ya monotemáticos hasta el delirio con el mequetrefe que se tomó, y de muy mala manera, el poder. Y no podría ser sino a él a quien me refiero tratándose de malos habitos. El alcohol y el poder juntos son una calamidad y debería ser razón suficiente para la perdida de la investidura. Esas escapaditas acá y en el exterior son motivo de inquietud general. No pasará mucho tiempo para que conozcamos la telenovela de pésimo gusto que hay detrás de todo eso, muy para vergüenza de los colombianos. Aparte de ser el detestable y siniestro tipejo que ya bien conocemos tiene un lado más oscuro que la oscuridad misma y es para ponerse a temblar.
Nos encontramos atravesando uno de los momentos más críticos de nuestra historia y quien debería llevar el timón no está capacitado para asumir esa función. Ojalá pasara por tener una epifanía y se tome un tiempo largo, muy largo, para pasar la resaca bien lejos del poder que también embriaga cuando quien lo asume está en tan deplorable situación.
KienyKe