Yo aportaré algunas glosas más. Lo primero son las justificaciones que el ministro Álvaro Leyva, de Relaciones Exteriores, se creyó en la obligación de dar respecto de ese inútil paseo que los llevará, a él y a la viceministra, a media docena de países.
A Francia Márquez le encanta viajar. Es una funcionaria que celebra su lema de “vivir sabroso” a bordo de aviones y helicópteros del Estado mientras las almas bien intencionadas le ruegan que trabaje en tierra, por lo menos en su rutilante despacho, pensando y estructurando proyectos que le puedan servir algún día a los colombianos.
Los padrinos de la aventura africana --que le costará decenas de millones de dólares a los contribuyentes— no han negado que la funcionaria llevará de paseo a 60 personas escogidas por ella.
Dicen que el objetivo de esa excursión justifica un gasto enorme pues quieren “ampliar las relaciones económicas y sociales” de Colombia. Sin embargo, el aspecto económico no parece importarles. Francia Márquez llevará cantantes, bailarinas y burócratas (perdón ministros), en lugar de empresarios, banqueros, ganaderos, comerciantes, científicos, académicos y técnicos. Estamos pues ante otra muestra de lo que busca el absurdo combo petrista.
La idea de fondo es quebrar la visión sur-norte de la diplomacia de Colombia --con los países democráticos y desarrollados del mundo--. Avancemos más bien, dice Petro, hacia una relación sur-sur. Esa doctrina ya había inspirado a Belisario Betancur en su tiempo y los resultados fueron pésimos. Más recientemente, ese mito inspiró a Juan Manuel Santos quien intentó (prohibido reír) hacer venir a Colombia caficultores vietnamitas para que le enseñaran a los caldenses, antioqueños y santandereanos a cultivar el café…
En trance bucólico, Álvaro Leyva aportó el argumento definitivo sobre la travesía fiestera. Dijo que ésta se justifica ampliamente pues Colombia está, según él, “salvando al planeta”. Leyva es de los que proclaman (aunque sospecho que en esa temática él no cree ni una letra de lo que dice) que Colombia, gracias al gobierno de Gustavo Petro, es ahora una “potencia de vida” (pese a las 80 masacres en lo que va de 2023) que está, ahora sí, en capacidad de “ponerle solución a la posible desaparición del género humano”. Así como lo oyen: el género humano está a punto de evaporarse, afirman los petristas, pero Colombia le pondrá solución a eso. Y Leyva, aunque sabe que son frases delirantes, las repite. El petrismo, ante su agónica cultura, recita como cotorra lo que dicen los catastrofistas europeos. Por fortuna, Colombia, con el capitán Petro a la cabeza, podrá evitar el cataclismo. ¿Cómo? Aplicando la teoría del decrecimiento económico, del “choque de productividad negativa” y de la “disminución de la agricultura”, como pide en París la diputada y militante eco-feminista Sandrine Rousseau.
La vicepresidente de Colombia irá, entonces, a pasear por África para verificar el éxito (inexistente) de esas maravillosas recetas. ¿Sabe ella que más de 50 millones de personas deben encarar en África este año la inseguridad alimentaria? ¿Márquez va a predicar lo de la “productividad negativa” --que su jefe está implantando en Colombia con el cuento de la “reforma rural integral” --, en un continente que tiene semejantes problemas de alimentación?
¿Cuál es el análisis que hace el ministerio de Relaciones Exteriores de la situación geopolítica de África? Debe haber uno pues la decisión de abrir embajadas debe reposar sobre un diagnóstico validable por el Conpes.
África vive una fase de transición incierta. La agresiva penetración política y militar de China y Rusia tiene perfiles que oscilan entre la cooperación y el neocolonialismo, en detrimento de Europa y Estados Unidos. Xi Jinping invierte en tierras y minas (pero sus cifras son inverificables) mientras que los occidentales invierten en salud y educación. China ofrece donaciones y préstamos, a cambio de recursos naturales y materias primas, por una razón: ese continente posee un tercio de las reservas minerales del mundo. Angola, Nigeria, Sudáfrica, Argelia, y seis países más, son ricos en petróleo y gas natural. Pekín trata de construir una gran represa en Ghana y ya tiene dos bases militares en África: en Djibuti y en Guinea Ecuatorial, y llevó cascos azules chinos a Sudán del Sur. Lavrov fue recibido como un héroe en varias capitales. Rusia trata de implantar, a manera de vanguardia, su organización paramilitar Wagner. Esta vende “seguridad” a cambio de oro, diamantes y uranio, pero está acusada de respaldar a autócratas y de asesinar civiles en Libia y de cometer atrocidades en Ucrania. Wagner está también en República Centroafricana, Sudán, Mali, Mozambique y Burkina Faso.
¿La doctora Márquez cómo ve las cosas de ese continente en convulsión? Nadie lo sabe. Nadie le pregunta. Ella sola decide ir a Senegal (donde no tenemos embajada), a Sudáfrica, a Kenia y hasta abrir una embajada en Etiopía, país cuyos negocios con Colombia ascienden a dos millones de dólares, pues allí tiene sede la Unión Africana. ¿Por qué ese súbito interés? Álvaro Leyva es quien responde: “La visita implica poner la cara y más cuando tenemos una vicepresidenta que representa los intereses de la comunidad negra”. Error. Ella representa los intereses de Colombia, no solo los de “la comunidad negra”. ¿El safari diplomático es solo una cuestión de piel? Los cables se le enredan a Leyva cuando no queda otro recurso que improvisar cualquier cosa.