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Eduardo Mackenzie*  

No sé si el trabajo parlamentario de Susana Gómez Castaño, alias Susana Boreal, es brillantísimo. No sé si ella aporta ideas geniales o solo razonables durante los debates de la Cámara de Representantes. O si, por lo menos, accede a esas instancias de deliberación en pleno goce de sus facultades intelectuales y en plena forma física, como debe hacerlo, en principio, todo representante elegido del pueblo colombiano.

Luego de escuchar sus insólitas declaraciones del 23 de febrero, con puño en alto y tímida sonrisa, me llené de dudas al respecto.

Ese día, ella le ha dicho al país que es consumidora habitual de marihuana. Más concretamente, que a ella le “encanta” enchufarse un porro cada día para estar bien y, sobre todo, para demostrar que ese gesto contribuye a la “transformación cultural que necesitamos en este país”. Es la primera vez que un congresista toma la palabra en el Capitolio Nacional para invitar a la adicción masiva como un paso hacia el progreso “cultural”.

Oigo esas palabras sin asombro, pues sé en qué grupo político ella milita, y veo cómo cada día una voluntad de destrucción de Colombia trata de imponerse. Pero sí veo eso con gran alarma sobre el estado espiritual de algunos de nuestros congresistas y de las personas que creen estar al frente del gobierno nacional. Y me digo que si la “transformación cultural” de un país consiste en pedirle a la juventud que se revuelque en el fango de la drogadicción creyendo que esa actividad es “lúdica” y no tiene consecuencias nocivas, como asume la congresista (“nada tiene que ver [ese consumo] con lo que somos como personas”), estamos ante el riesgo de una “transformación” muy extraña del país que habrá que derrotar con determinación y a corto plazo.

"No me da miedo decirlo. La marihuana realmente no tiene nada que ver con lo que somos como personas", lanzó la diputada.

Ante declaración tan terminante habría que ir más allá de los sarcasmos fáciles y aportar la contradicción, sin dejar que semejantes absurdos hagan camino como si fueran verdades o conclusiones científicas.

Fumar marihuana, señora Gómez, tiene consecuencias nefastas sobre las personas, en especial sobre los niños, los adolescentes y los jóvenes adultos.

Usted, señora diputada, lo sabe y sin embargo, dice lo inverso, como si alguien la hubiera encargado de hacer esa propaganda abyecta.

La desmotivación, la falta de concentración, los trastornos de la percepción, los problemas de memoria y los malos resultados escolares aparecen siempre en los grupos estudiados por médico e investigadores. Profesionales de la salud dicen que tal consumo en estudiantes generan “síndromes depresivos transitorios, paranoia, ataques de ansiedad, dificultades motoras y cognitivas”, así como “efectos psicóticos y alucinaciones visuales y auditivas”.

Hace más de ocho años que el European Respiratory Journal reveló que una dosis de tetrahidrocannabinol (THC), a dosis igual, es 20 veces más peligrosa que el alcohol o el cigarrillo.

Hace años sabemos que el consumo de cannabis produce graves desórdenes y hasta dramas en los hogares, sobre todo en los de familias de menos recursos, pues éstas tienen más dificultades que las otras para que sus hijos adictos reduzcan los retardos de aprendizaje.

En Francia esos hechos son conocidos, pues el consumo de cannabis en los jóvenes es una verdadera desgracia nacional. Los hospitales y los psiquiatras de adolescentes suelen denunciar ese flagelo, en lugar de callarse y alimentar la falsa leyenda, diseminada por las mafias productoras, sobre la inocuidad de la marihuana.

Y lo que constatan los científicos es grave: en los adolescentes, el consumo de marihuana crea riesgos de estallidos delirantes y de psicosis irreversibles, en particular en las personas esquizofrénicas.

El cannabis es, de lejos, el producto ilícito (1) más experimentado en Francia: 46% de la población adulta, entre los 18 y 64 años, lo ha consumido. Menos conocidos son los estudios sobre los derivados de síntesis del cannabis y su impacto negativo sobre el sector juvenil. En cambio, los países nórdicos son duros con el cannabis y el número de consumidores es relativamente bajo.

Un especialista francés, el profesor Giovanni Marsicano (2) revela: “Los cannabinoides son analgésicos, pero inhiben la capacidad del cuerpo para iniciar el movimiento. ¡Este efecto cataléptico puede ser peligroso! En términos más generales, el efecto del cannabis depende en gran medida del individuo. Una proporción pequeña pero real de consumidores adolescentes tendrá ataques psicóticos, ya sea inmediatamente o en la edad adulta. Otros usuarios experimentan pérdida de memoria a largo plazo o déficits cognitivos. Y entre un 10 y un 20 % sufre un consumo descontrolado, lo que indica una forma de adicción, aunque, en comparación con la nicotina, el alcohol o los opiáceos, el cannabis es una de las drogas de abuso menos adictivas”.

El doctor Marsicano agrega que, finalmente, el efecto depende de la dosis. “El THC casi siempre tiene efectos bifásicos: más allá de cierto umbral, sus efectos se invierten. Por lo tanto, puede aumentar o inhibir la locomoción, suprimir el apetito y aumentar la ansiedad, e incluso provocar aislamiento social”. (…) “Hemos demostrado que el exceso de THC debilita el metabolismo de los astrocitos, las células en forma de estrella del sistema nervioso central que luego transforman menos glucosa en lactato, la principal fuente de energía para las neuronas.”

Un nuevo estudio hecho en Francia con jóvenes voluntarios mostró que “el 44% de los encuestados había probado el cannabis al menos una vez en la vida, con una edad media de inicio en torno a los 16 años” y que “uno de cada cinco ya había experimentado un efecto psicótico durante una de esas experiencias.”

La ambición de los traficantes es ocultar esa realidad y abusar, por el contrario, de las pretendidas ventajas “terapéuticas” de ciertas formas de cannabis, sobre todo en pacientes de insomnio y contra el dolor en graves enfermedades. En realidad, dice Marsicano, “los efectos positivos a menudo son superados por los negativos”.

Crear por ley un “marco regulatorio”, como el que debate en estos días el Congreso de Colombia, para que el uso de la marihuana sea permitido a “los adultos” no sirve. Es una copia de lo que hicieron en Canadá, en octubre de 2018, donde el gobierno progresista trató de evitar que los menores de edad tuvieran acceso al cannabis para “proteger la salud y la seguridad” de aquellos.

Las fallas fueron tan grandes que dos años después de esa legalización, los mismos jóvenes se organizaron para alertar “por jóvenes para jóvenes” acerca de los peligros que estaban corriendo por las débiles barreras ante esa substancia.

La ley canadiense impuso teóricamente “severas sanciones penales” a quienes vendan o proporcionen cannabis a los jóvenes “o utilicen a los jóvenes para cometer un delito relacionado con la marihuana”. Tal medida creó una porosidad para jóvenes y niños. En realidad, legalizar para unos es permitirle eso a todos. Es lo que ocurre en los países donde aplicaron tal enfoque.

El consumo de drogas en adultos está lejos de ser una panacea. Estos también viven y desatan tragedias como ocurrió este 10 de febrero en Francia: un miembro célebre de la farándula lanzó su auto contra otro en una autopista: un bebé no nato de 7 meses murió, dos personas más (entre ellos un niño de 6 años) estuvieron dos semanas entre la vida y la muerte y el autor del violento accidente hizo ayer un AVC (accidente vascular cerebral).

El proyecto de ley colombiano parece querer dejar de lado la salud de los jóvenes y adultos y crear más bien soluciones para los traficantes: prioriza crear un marco para facilitar la labor cotidiana con “semillas, cultivos, transportes, almacenamiento, procesamiento, transformación, exportación, empaquetado, publicidad, venta, porte y consumo de flor del cannabis y sus derivados de uso adulto”. Y para consolar a la galería incluye líneas retóricas sobre “políticas de cuidado, derechos humanos y bienestar como componente esencial para la protección del usuario”.

Desde luego, la investigación científica sobre los compuestos activos presentes en el cannabis debe continuar para buscar soluciones médicas reales, a condición de no utilizar la población de niños, jóvenes y adultos como conejillos de Indias. Otra cosa es que desde el Capitolio Nacional una diputada lance invocaciones irresponsables y laxistas sobre un tema grave de salud pública que ella parece no conocer en absoluto. Pero como la consigna del nuevo “gobierno” es dinamitar, entre otros, la infraestructura colombiana de salud pública, las gesticulaciones de la señora Gómez/Boreal no son una casualidad y caen en el momento adecuado que requieren los petristas y sus tristes cómplices parlamentarios.

(1).- En Francia, el consumo de cannabis es prohibido por la ley del 31 de diciembre de 1970.

(2).- Director del equipo de neuroadaptación del Neurocentre Magendie de Bordeaux (unité Inserm 1215).

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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