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José Alvear Sanín   

Nuestro comercio de exportación ha sido siempre más bien débil. De la monoexportación cafetera, que hizo posible el despegue inicial de nuestra economía, pasamos por varias etapas hasta llegar a la actual y dominante de los combustibles, porque hasta septiembre de 2022 estos representan el 56.2% de nuestras exportaciones legales, es decir US $ 24.779 millones, frente a un total de US $ 43.823 millones.

Al lado de los combustibles, las exportaciones menores son, principalmente, manufacturas, 19.7% y productos agropecuarios, 20.6%.

En 2022 las exportaciones de petróleo y carbón aumentaron 84.9% sobre el año anterior, mientras las exportaciones menores crecieron un 34%.

No ha sido entonces malo el año 2022 en la parte visible de nuestro comercio exterior, que se divide actualmente en dos sectores. La realidad es que bajo Petro se perfila un antagonismo alarmante: El sector minero-energético, legal, dinámico, en buena parte de propiedad estatal, sostén de la Tesorería y generador de la mayor parte de las divisas reconocidas, es aborrecido por el gobierno, que lo estigmatiza mientras con sus políticas estimula implícitamente el renglón ilegal, invisible y criminal de los narcóticos.

Nadie sabe cuánto vale la exportación de cocaína y otros psicotrópicos, ni qué parte de sus astronómicos ingresos regresa a Colombia.

Partamos de la base de que las exportaciones de petróleo todavía superan las de cocaína, pero también existe la posibilidad de que pronto, a medida que marchiten lo minero-energético, el sector de narcóticos se convierta en la principal fuente de divisas del país.

En términos generales la devaluación del peso —terrible para el país—, solo tiene un aspecto favorable, la posibilidad de que ocasione aumento de las exportaciones agropecuarias y manufactureras, porque el volumen de las exportaciones de crudo y carbón no es sensible a la tasa de cambio.

No debemos tampoco desconocer que la devaluación favorece especialmente a los exportadores de narcóticos, el valor de cuyos insumos es pequeño, y su rentabilidad, por tanto, inmensa, crecerá aún más. Ya lograron de facto la legalización.

Si la cocaína es menos nociva que el carbón, el petróleo y las gaseosas, ¿por qué no legalizarla? ¿Convendría sustituir los dólares del petróleo por los de la cocaína?

Con estos y otros planteamientos perversos, la presión por convertir el narcotráfico en una actividad normal es alarmante.  Si eso se logra, Colombia se convertiría, al lado de Afganistán y Myanmar, en un completo narcoestado, execrado justamente por el resto del mundo.

Ahora bien, los exportadores de cocaína, que con la devaluación han visto un astronómico incremento de sus ingresos en divisas fuertes, no están interesados en la revaluación del peso. Al contrario, mientras más se devalúe nuestra moneda, mayores utilidades dará su infame negocio.

Por lo mismo es probable que para ellos sea preferible no aumentar mucho el tonelaje exportado mientras siga la incesante devaluación del peso colombiano, gracias a las obsesiones del gobierno, que deliberadamente los favorece mientras golpea los sectores legales de la economía con reformas tributaria, agraria, laboral y sanitaria, que en nada impactan las actividades de los narcóticos y la minería ilegal.

 
Publicado en Columnistas Nacionales
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