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Alfonso Monsalve Solórzano

La nueva administración del Centro Nacional de Memoria Histórica, CNMH, acaba de exorcizar -como si se tratara de sacar a un espíritu maligno de esa institución- al anterior director Darío Acevedo Cardona, que tuvo la osadía de abrir a todas las víctimas la posibilidad de decir su testimonio.

Es que la religión marxista no tolera que la verdad se filtre entre los intersticios de su credo, basado en el dogma de la lucha de clases. Para esta gente, sólo existen las víctimas del estado y los paramilitares, considerados opresores y explotadores de clase, mientras que las acciones de las FARC se justifican porque son la reacción legítima de los explotados (y ese dogma vale para grupos similares).

El problema es que leyendo así la historia tergiversan y mutilan el significado de víctima y la verdad histórica, entendida esta como la única interpretación posible de los hechos históricos que están documentados, más allá de toda discusión, en las admisiones de culpabilidad de las FARC en la JEP ante la sindicación de haber cometido crímenes de lesa humanidad, como secuestro, asesinato, boleteo, destrucción de poblaciones, junto con la comisión de crímenes transnacionales como el narcotráfico, etc. Y eso, que es clarísimo que la JEP no es precisamente un tribunal antifarc, sino que actúa bajo un doble rasero que favorece a los guerrilleros (véase la sentencia por secuestro publicada el viernes) y desfavorece a militares y policía que están bajo su jurisdicción, como resultado de su origen y conformación bajo los parámetros del Acuerdo de Paz Santos – Farc, igual que la Comisión de la Verdad y el CNMH.

Los directivos de éste, anteriores y posteriores a Acevedo, enredados en la idea de que el conflicto colombiano es el resultado de la lucha de clases, traicionan, incluso -es mi opinión- al propio Marx, pues pretermiten el método de investigación en la ciencia de la economía que él proponía, en La Introducción a la Crítica de la Economía Política de 1857, diez años antes de publicar El Capital. Perdónenme la cita tan larga, pero es que, en verdad, es esclarecedora:

“Sería, por lo tanto, impracticable y erróneo presentar la sucesión de las categorías económicas en el orden en que fueron históricamente determinantes. Su orden de sucesión está más bien determinado por la relación que tienen entre sí en la moderna sociedad burguesa, y que es exactamente el inverso de aquel que se presenta como natural o que corresponde al desarrollo histórico. No se trata de la disposición que adoptan históricamente las relaciones económicas en la sucesión de las diferentes formas de sociedad. Aún menos de su sucesión «en la idea Proudhon” (una representación nebulosa del movimiento histórico). Sino de su articulación dentro de la sociedad burguesa”.

Esta gente entiende que, en el capitalismo actual, la clase obrera ya no puede ser la vanguardia de ninguna revolución porque su capacidad de subvertir el sistema productivo se reduce cada día más, ante los desarrollos de la ciencia y la tecnología, en manos de científicos e ingenieros, aplicados a la producción y distribución de mercancías, como el propio Herbert Marcuse proclamó en la ya lejana década de los sesenta del siglo pasado.

Tampoco entienden que, según todas las estadísticas, y a pesar de las guerras, crisis económicas mundiales y pandemias, la humanidad en su conjunto ha avanzado: el número de pobres disminuido; la esperanza de vida ha, aumentado; una creciente clase media ha irrumpido; y en las economías capitalistas liberales, las libertades individuales y derechos fundamentales se han asentado como formas de tramitar las relaciones sociales, y los derechos de las minorías sexuales y sociales se han profundizado.

Todo esto ha ocurrido también en Colombia. La pobreza extrema ha disminuido, si se mira en un lapso de 15 años, a pesar de que con la pandemia, creció y se encuentra en el 14%, aunque para el 2022, se estima que bajará un par de puntos; la salud universal está, prácticamente garantizada; el analfabetismo se ha reducido al 5.24%; la cobertura a la educación básica y secundaria, para el 2020, está por encima, en promedio, al 100%; la cobertura de educación superior, en el 2021 es del 53.9%; hay libertades civiles y políticas y un régimen democrático, no obstante, las embestidas de sus enemigos internos y externos. Hay mucho por mejorar, pero el camino recorrido hacia el progreso es más que bueno.

En un panorama como este, es necesario relacionar, más allá de su origen común, pero a causa de este, a la Comisión de la Verdad con el CNMH y para hacerlo formulo la siguiente pregunta: ¿cómo se justifica, en el informe final de la Comisión, una revolución armada que no tenía razón de ser, porque los mecanismos del estado democrático permitían resolver los desacuerdos profundos? No hay justificación, es la respuesta, a no ser que se lea el conflicto con la perspectiva marxista de que el estado colombiano es opresor por definición. Para la Comisión de la Verdad, el Estado y sus Fuerzas Militares y de Policía son responsables de tales crímenes por haber sido política de Estado, no obstante, que no se ha podido demostrar que los delitos de este tipo cometidos por sus agentes, fueran parte de una política institucional.

Lo peor es que, en esa concepción, la guerrilla tiene superioridad moral y política porque lucha contra ese monstruo, no importa que haya cometido innumerables crímenes atroces, ella sí, como método de lucha- que la la ponen al nivel de su imagen en el espejo, los paramilitares, que admitieron crímenes de esta clase en el proceso de justicia y paz de la década del 2000.  

En la misma línea, el Centro Nacional de Memoria Histórica antes de que Acevedo estaba construyendo, y  contra la evidencia que acabo de mostrar, un relato idéntico al de a Comisión: privilegió, en sus “investigaciones”, los testimonios de las víctimas de los paramilitares y los agentes del estado, formando equipos completamente sesgados, muchas veces, sin verificar las historias de quienes se presentaban como tales víctimas y acudiendo a estadísticas no contrastadas -igual que hizo la Comisión de la Verdad. 

El CNMH se definió como una entidad pública “que tiene como objeto la recepción, recuperación, conservación, compilación y análisis de todo el material documental, testimonios orales y los que se obtengan por cualquier otro medio, relativo a las violaciones ocurridas con ocasión del conflicto armado interno colombiano, a través de la realización de investigaciones, actividades museísticas, pedagógicas, entre otras que contribuyan a establecer y esclarecer las causas de tales fenómenos, conocer la verdad y contribuir a evitar su repetición en el futuro”, es decir, como una entidad donde las víctimas, todas, tendrían voz para que se documentara las violaciones de todos los actores en el conflicto interno. Esto implica actuar con imparcialidad para que la verdad, no la preconcepción ideologizada y sectaria, surja. Ahora bien, amables lectores, esta, es la misión:

“Misión

Contribuir a la reparación integral y al derecho a la verdad, a través de la recuperación, conservación y divulgación de las memorias plurales de las víctimas, así como del deber de memoria del Estado y de todos los victimarios con ocasión de las violaciones ocurridas en el marco del conflicto armado colombiano, sin ánimo de venganza y en una atmósfera de justicia, reparación y no repetición”.

Si ustedes leen con atención: la redacción es confusa. Uno podría interpretar que el Estado es culpable, junto con los otros victimarios. Porque el deber de memoria del Estado es con las víctimas, la verdad, la justicia y la no repetición por parte de los victimarios.

Y eso fue lo que hizo Acevedo al abrir el canal de comunicación para que los militares contaran su versión, explicaran su papel en el conflicto y mostraran su rol de víctimas. Para que las víctimas de los militares que delinquieron y paramilitares, pero, también de las Farc, se expresaran.  Por eso la izquierda radical, hoy en el gobierno, nunca pudo tragarse al historiador. Y por eso, sacan una infame Declaración del CNMH del 23 de octubre de este año, sobre los productos que se realizaron bajo la dirección de Acevedo. Cito:

“Dentro de esta revisión y de las competencias de esta Dirección General, se están abordando varios asuntos, entre ellos, muchos productos escritos, algunos de los informes analíticos de esclarecimiento del fenómeno paramilitar dentro de la Dirección de Acuerdos de la Verdad, y, en cuanto a su estrategia de comunicación, el rediseño de la página web del CNMH y de

sus canales de difusión. Este proceso gradual ha incluido la salida del especial digital ‘Nuestra memoria cuenta’, que, como todos los que produce el Centro, es competencia del mismo. Sin embargo, todos los contenidos relacionados con este espacio siguen activos en nuestro canal de

YouTube y están disponibles para todo el público.

 

Es importante tener en cuenta que ninguno de los productos relacionados con la Fuerza Pública es fruto de investigaciones de memoria. Se trata de audiovisuales, en su mayoría, construidos de la mano o incluso bajo el liderazgo de la misma Fuerza Pública. De hecho, durante la administración de Acevedo se renunció a liderar con equipo propio las investigaciones y se

delegó en el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (Min ciencias) la tarea de convocar la elaboración de proyectos de investigación, lo que restó capacidad real al CNMH de liderar, dar seguimiento y cumplir su mandato de construcción de memoria colectiva”.

Todo queda claro: esa actitud de honestidad intelectual no les gustó a los nuevos administradores de la “memoria” retorcida. Por eso lo acusan de no investigar con su propio equipo, es decir, lo declaran culpable de no actuar como ellos, y, en cambio, dejar que los sectores involucrados en el conflicto hablen con su propia voz. Y les molestó sobremanera que Acevedo abriera la investigación sobre memoria histórica a la comunidad científica nacional, a través del Min TIC la investigación. Y les molestó, porque era una manera de romper el monopolio que un grupillo de izquierda radical tenía sobre un relato tan importante para los colombianos de hoy y del futuro, y, pluralizar las visiones académicas sobre los mismos. Lo de “dejar que cien flores se abran y compitan cien escuelas de pensamiento” les parece reaccionario, como le pareció a Mao, autor de la frase, cuando lo cuestionaron.

La cereza del pastel es que, contra toda tradición científica, aplicaron la censura. Como dice la cita, sacarán del entorno digital porque les incomoda. Ahí están pintados. Mucha libertad de cátedra, libertad de opinión, libertad de investigación, si uno piensa como ellos. A la medida de Petro.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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