Me llega a la mente pensando en la crítica situación por la que estamos pasando. Entre tantas cosas que podría poner como ejemplo me permito mencionar el anuncio de fin de año, dado con tanta alharaca de parte del presidente, de una subida récord del salario mínimo; lo que para los más benévolos significaba una recompensa al trabajador, bien merecida después de registrar un enorme crecimiento la economía nacional, para los escépticos una inflación desmedida y un desempleo creciente. Esta, apenas justa medida no dejaba de teñirse de populismo haciéndonos recordar a las innumerables ocasiones en que Maduro se pavoneaba subiendo el mísero salario sin tener en cuenta que no alcanzaba a la galopante hiperinflación ni a la caída del bolívar frente al dólar.
Lo que olvidó mencionar el gobierno de Duque fue la calamitosa situación fruto de las medidas tomadas para combatir el Covid, las que considero totalmente desacertadas. El desbarajuste ha sido mundial resultado de jugar al autoritarismo siguiendo el ejemplo de la China comunista. Los pocos dirigentes que se quisieron oponer al confinamiento, colocando por encima las libertades ciudadanas, fueron tachados de locos irresponsables. Esto causó que el fantasma del populismo tomara cuerpo al verse invocado en esas especies de sesiones espiritistas, propiciadas por el encierro, dirigidas por los organismos internacionales.
Los mismos dirigentes, supuestamente democráticos, se han autocalificado de exitosos en el manejo de la pandemia y se cubren las espaldas entre ellos evitando confrontar la verdadera cara del asunto. La inflación es apenas una de las consecuencias de confiar en que las buenas intenciones generen siempre acciones correctas. La sublevación de los camioneros canadienses era apenas de esperarse como también, por desgracia, las medidas represivas de un Trudeau debilitado que se desatiende de los derechos del hombre libre ejerciendo cierto absolutismo.
En el mundo se vive una situación explosiva la que fácilmente podemos percibir desde este rincón del planeta, en particular los colombianos estando a pocas semanas de unas elecciones cruciales que hacen más oscuro el panorama, propiciando que muchos estén pescando en río revuelto.
Ante este reto se requiere más sensatez que buenas intenciones. Mientras la locura y el delirio se propaga cómo un incendio es necesario pensar con cabeza fría para enfrentarlos. Insisto y no dejaré de insistir, en la obligación de no perder la oportunidad de elegir a un candidato que ha demostrado por encima de todo ser un hombre sensato; me refiero, desde luego, a Óscar Iván Zuluaga quien, contra todo pronóstico, es el candidato del Centro Democrático.
Cuando la crisis mundial de 2008, Colombia fue excepción por el buen manejo del ministro de hacienda del momento. Ahora podremos ser excepción si contamos con ese ministro como presidente.
Tendemos a excusar nuestros errores apelando al argumento de que fueron fruto de buenas intenciones. ¿Cómo entender algo que parece contradecir al sentido común como eso de que los actos bien intencionados lleven a resultados catastróficos? Entre la intención, la acción y el resultado hay variables que no se tienen siempre en cuenta. La intención y la acción tienen que atender a un buen resultado, sin ello seguiremos pavimentando el camino al infierno.
Kyenyke, febrero 22 de 2022.