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José Alvear Sanín   

En la literatura del siglo xx ocupa un importantísimo lugar la novela, si así puede llamarse El Archipiélago Gulag, de Alexandr Solzhenitsyn, un inmenso documental sobre las infinitas facetas criminales y carcelarias que sirvieron de fundamento al Imperio Soviético.

No han faltado en la historia la crueldad y el terror, la guerra y la dominación, pero esas situaciones siempre fueron consideradas como abusos criminales, mientras en el sistema marxista-leninista devinieron el propio fundamento del Estado, porque la revolución divinizada, fuente del derecho, solo puede realizarse a través de la creciente y deliberada violencia que requiere sustentarla.

Una cosa es aceptar y practicar la violencia, y otra es reconocerla frente a la humanidad. Mientras más violento, represivo, cruel y sanguinario, más intenso el esfuerzo publicitario para presentar un régimen de terror como el abanderado único de la paz, la justicia social y la benevolencia. Hay que recordar las imágenes que se difundieron para pregonar la bondad de Lenin —el ideólogo del terror—, y de sus más aventajados seguidores, el “padrecito Stalin” y “el Gran Timonel” Mao Tse-tung, para no detenernos en los Kim, los jemeres rojos y Fidel.

Ahora bien, a partir de la Revolución Rusa, una propaganda tan falaz como exitosa afectó, a partir de la educación y los medios, a centenares de millones en Occidente, que llegaron a creer en el paraíso que el comunismo ofrecía, después de la derrota del nazismo, dictadura igualmente atroz. A partir de 1945, la propaganda decidió que la Historia se divide entre lo negro y aterrador, el fascismo, y lo blanco y refulgente, el socialismo.

Afortunadamente los abismos del horror comunista no pudieron ocultarse definitivamente, a medida que investigaciones históricas, económicas  y políticas  demostraron que el comunismo solo produce barbarie, opresión y hambre. Las juventudes europeas, a partir de los años 70-80, fueron abriendo los ojos. Buena parte de este descubrimiento se debe a obras tan descriptivas como las de George Orwell, La Granja de los Animales, y “1984”; El cero y el infinito, de Arthur Koestler; La noche quedó atrás, de Jan Valtin, La Hora 25, de Virgil Georghiu y El Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, entre muchas que revelaron los aspectos más aterradores del comunismo en los desventurados países que lo padecían. Pero ninguna fue tan contundente como El Archipiélago Gulag, narración sobre ese inhumano sistema, tan extensa como detallada.

Después de la aparición en Occidente de la obra de este gran escritor ruso, ignorar esa denuncia constituye mala fe.

El lector excusará este proemio, porque en Colombia el avance de la propaganda comunista entre la juventud indoctrinada en las universidades ha creado un clima cultural predominantemente marxista, muy parecido al que sufrió la juventud europea,  como hemos visto atrás, porque  en nuestro país se viene montando una narración maniquea, donde las luces las exhibe la izquierda, mientras los demás son “fascistas”, corruptos, asesinos y “de extrema derecha”, que tienen a su servicio, para reprimir y asesinar al pueblo, a las Fuerzas Armadas.

Contra la anterior situación de derrota cultural y política, los gobiernos no han reaccionado hasta ahora. Al contrario, la tolerancia ha sido la costumbre, hasta llegar a la entrega de la justicia, a la Asonal Judicial; de la Educción, a la Fecode; de los medios, a los mamertos; y en el Legislativo se han escriturado unas dos docenas de curules a los perores criminales de lesa humanidad. Y como si esto fuera poco, el futuro de las Fuerzas Militares depende de la JEP, uno de los tentáculos de la hidra de las “altas cortes”, que usurpan todos los poderes públicos.

En medio del desolador panorama anterior, debemos celebrar la tardía pero ejemplar respuesta de las Fuerzas Militares, que acaban de entregar a la JEP una denuncia de más de 9000 páginas, con el inventario detallado de las atrocidades de la guerrilla contra los niños, los campesinos, los secuestrados, los militares, los policías, y acerca de los campos anegados en petróleo, los mutilados por minas, el auge de los narcocultivos y miles más de crímenes.

Sin embargo, no basta con entregar ese estudio a la JEP, organismo al servicio de la subversión donde ni siquiera lo van a abrir. Hay que resumirlo en un tomo accesible al lector común, divulgarlo a través de los medios masivos con igual intensidad a la que recibió la lucha contra el covid (porque perder la libertad es peor que la muerte), hay que llevarlo a la academia, y así sucesivamente, para que el pueblo conozca el futuro que nos espera, si las elecciones las gana el candidato de las Farc, del narcotráfico, del castrochavismo y del foro de Sao Paulo.

Hoy, no basta con una breve reseña de esa denuncia, para olvidarla luego, como tantas otras. Ese esfuerzo no puede convertirse en otro documento histórico inocuo.

                                                                                              ***

El candidato de marras dice que es cosa de Uribe lo que la congresista norteamericana María Elvira Salazar dice de él (“ladrón, marxista y terrorista”). En vez de amenazar y vociferar, ojalá ese individuo fuera capaz de refutarla. En Colombia, en cambio, ¡es el “doctor” y el “honorable senador” por aquí y por allá, una y otra vez!

Publicado en Columnistas Nacionales

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