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Juan David Escobar Valencia

Los olores son mensajeros no siempre deseados que, cuando llegan al epitelio olfativo de la nariz, reaccionan en sus bulbos olfatorios enviando señales eléctricas al cerebro en forma de agradables o podridas noticias que pueden hacernos viajar en el tiempo y en el espacio. Pero no solo olemos con la nariz. Los espermatozoides viajan en el oscuro camino hacia el ovario guiados por su olor, porque ninguno compartirá información sobre el singular destino con los otros entre 80 y 300 millones de competidores que participan en la carrera suicida

Nos disgustan las malas noticias o lo que huele mal, a excepción de algunos medios de comunicación que viven de esparcir inmundicia 24 horas diarias y desde cualquier parte del mundo. Preferimos los aromas agradables porque nos trasladan anticipadamente al objeto del deseo, desde la amante o una torta de chocolate; y aunque oler rico no es pecado, puede incitarlo, y tal vez por eso antiguamente en Italia evitaban sembrar nardos en los jardines de los conventos, para evitar que su sensual fragancia excitara a las monjas.

Pero así como no podemos excluir las malas noticias porque son parte de la realidad y nos advierten del peligro, los malos olores también cumplen un papel importante. La hediondez, aunque molesta, es también mensajera de información valiosa.

En el siglo XVI, la flota naval de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, más conocida como la Orden de Malta, contrataba perfumistas para entrenar niños como “olfateadores”, que eran capaces de identificar desde lejos el nauseabundo olor que emanaba de las galeras enemigas, llenas de sudorosos remeros encadenados, sin duchas ni inodoros.

El aroma dentro del tracto intestinal no es propiamente como para envasarse y venderse, pero nuestros riñones huelen las señales de las bacterias intestinales de la comida y pueden regular su presión arterial en respuesta a la información recibida. Hay mejores fragancias que el mercaptano, un compuesto sulfurado que huele a “repollo podrido” (Choucroute para los franceses y Sauerkraut para los alemanes, que tal vez sea primo de ron aut), pero precisamente por su hediondez se le agrega artificialmente al gas natural que usamos en la cocina, que, al no tener olor, evita que detectemos las fugas. En 1858 una tremenda ola de calor dejó al río Támesis con bajísimo caudal durante seis semanas, en lo que se denominó El gran Hedor de Londres, ocasionando que “un vapor espeso y cálido, recargado con olores de cada abominación imaginable que penetra en el apartamento y en ti”, se esparciera por todo Londres. Solo tal hediondez logró que el Parlamento diera prontamente luz verde a un proyecto de obras públicas que había permanecido atascado en algún comité, para construir un sistema masivo de alcantarillado, estaciones de bombeo y plantas de tratamiento de agua.

¿Cuánta hediondez más tiene que emanar del Acuerdo Farc-Santos para hacer algo? ¿O ya se nos durmió la nariz?

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 18 de octubre de 2021.

Publicado en Columnistas Nacionales

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