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Darío Ruiz Gómez    

Al repasar  de nuevo la lista de quienes conforman la llamada Comisión de la Verdad, ha quedado en claro ante el país que cada uno de ellos(as) carece del talante democrático necesario para quiénes, con el criterio jurídico debido, en este choque de intereses, tienen la responsabilidad  de  impedir que la verdad  sea manipulada a conveniencia  por  los mismos(as) que con astucia le metieron a la democracia colombiana el aberrante  conejo de exonerar de sus crímenes a asesinos confesos y premiarlos además con diez curules. 

En esta Comisión no se respetó la debida proporcionalidad entre los representantes de esa “Izquierda” y la “Derecha”, que sería su contrapunto indispensable; tal vez porque ésta fue desde el comienzo, la estrategia de la misma Comisión de la Verdad. Verdad y verdades que han venido siendo presentadas caóticamente, eludiendo la configuración debida de los diversos contextos en que se produjeron esos hechos, una charlita con algunos comandantes, el señalamiento de presuntos lugares donde, como con total descaro decía Imelda Daza, se dieron muchos “dabeibazos”. No pues la rigurosa y objetiva investigación para  llegar a una verdad, que todos seguimos esperando y que exige para cada caso un contexto jurídico diferente, ya que no es lo mismo la violencia de las FARC en el intento de toma de Urabá, que la crueldad del Noveno Frente de las FARC en el Oriente antioqueño, donde la insania de su Comandante ha pasado a convertirse en una definición universal de la infamia, junto a la violencia de los Frentes del ELN Carlos Alirio Buitrago y Pedro León Arboleda.

¿Bajo qué perspectivas jurídicas estos advenedizos Comisionados(as) están enfocando cada hecho de violencia en concreto? “Entréguense, entréguense los militares culpables de falsos positivos porque si no lo hacen va a ser peor su castigo”, vociferaba una representante de izquierda, recurriendo al más genuino terrorismo psicológico, el cual consiste en apabullar a los inculpados, hasta que éstos terminan por “confesar” los supuestos crímenes contra el pueblo que nunca cometieron. Aterrorizar a las poblaciones reacias, para luego someterlas, es una estrategia de la lucha armada mediante la cual fueron sometidas por las FARC poblaciones enteras. ¿No es necesario señalar previamente como crimen de lesa humanidad esta horrenda práctica “revolucionaria”?

Los juicios de Praga y de Moscú, de La Habana, ilustraron la técnica estalinista de hacer inculpaciones falsas para destruir a un enemigo(a), tal como se hizo en los juicios secretos celebrados en “las montañas de Colombia”, que terminaron en purgas sangrientas, como las de Javier Delgado, y que naturalmente la Comisión de la Verdad no llegará a investigar respecto al ELN. Estas omisiones, lo he dicho, cobran una mayor relevancia en una sociedad agredida como la colombiana, mientras algunos infiltrados en la JEP tratan de sabotear precisamente lo que debe ser el juicio de la sociedad civil a sus verdugos. De dónde salió Lucía González -a quien conozco desde su adolescencia-, es una pregunta que se hace todo el país, porque en su grotesca intervención ante el expresidente Uribe quedó en claro su papel de patética fonomímica de Roux que buscaba, recurriendo a la técnica de la crispación, convertir al dialogante en inculpado. Sin conocimiento alguno de la política, su adhesión a las FARC ha sido más sentimental que racional. ¿Qué hace entonces ahí una persona carente de cualquier autoridad moral para indagar sobre una verdad que compromete el futuro de nuestra sociedad? De Roux confesó recientemente haberse formado en el Camilismo y admirar a Pablo Beltrán. El fundamentalismo religioso -Talibanes, Alquaedas, la Sahria- que convierte a sus seguidores en desalmados fanáticos, está aquí de cuerpo entero. Saquen ustedes  las conclusiones.

Publicado en Columnistas Nacionales
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