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Alberto Velásquez Martínez

Antes del regalo del presidente estadounidense Biden a las Farc, al sacarlas de la lista de organizaciones terroristas, Juan Manuel Santos había comenzado la fiesta. Muy alegre apareció brindando cerveza con Timochenko. Un trago de guacherna impropio para un personaje criado en el Chicó y madurado en las páginas de El Tiempo. ¡Oh democracia, benditas seas!

Pero no podía faltar la mosca en el vaso cervecero. Y fue la inoportuna publicación de un informe de la Fiscalía General de la Nación, que aguó el carnavalito. En él se revelaban cuantiosas cifras para mostrar la acción perversa de las Farc al hacer del secuestro una máquina de terror y de riqueza. El sabor de la cerveza de Juan Manuel y Timochenko comenzó a agriarse.

Los números del secuestro en 50 años de su actividad terrorista avinagraban el brindis. Según la Fiscalía, más de 6 mil colombianos, entre los años 1970 y 2010, fueron secuestrados por las Farc. El Centro de Memoria Histórica calcula que del total de 40 mil secuestros, 15 mil fueron ejecutados por las Farc. Los secuestrados, rodeados de alambres de púas que parecían campos de concentración nazis, eran unos afortunados, según el cinismo de la hoy senadora y excompañera sentimental de Tirofijo, “porque gozaban de comodidades al tener su camita y su cambuche”.

Esta maquinaria infernal dio recursos a esta guerrilla para activar el terrorismo. Calcula la Fiscalía que, por el ejercicio de este crimen de lesa humanidad, percibió más de 3,6 billones de pesos. O sea mil millones de dólares. La época más “floreciente” de la industria del secuestro abarca de los años 1994 al 2002. Es decir, en los gobiernos de Ernesto Samper y Andrés Pastrana. En esos dos cuatrienios ocurrieron el 82 % de los secuestros de las Farc en el mercado inhumano colombiano.

A medida que Juan Manuel Santos y Timochenko apuraban sus cervezas, que iban tomando sabor ácido, las cuentas de la Fiscalía iban desgranando delitos de las Farc. 5.300 niños fueron reclutados por esos subversivos, en edades comprendidas entre los 10 y los 14 años. A no pocos los utilizaban como escudos humanos en los combates. Y un buen número de niñas eran sometidas a toda clase de abusos y aberraciones, que les dejaban traumas físicos y sicológicos como heridas irrestañables.

Pero la cosa no paraba ahí. Cuando los voladores de luces se iban agotando en la fiesta conmemorativa, la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP hacía más amarga la cerveza que apuraba el dúo Santos-Timo. Revelaba unas cifras sobre el aumento de los grupos armados ilegales que hacían crecer en estos cinco años los índices de criminalidad en 23 departamentos, con 220 masacres. Las solas disidencias de las Farc, según ese organismo de la JEP, tienen presencia en 172 municipios colombianos. Todo ello enmarañado en un “boom” de narcocultivos.

A cinco años de la firma del Acuerdo de La Habana, esas cifras demenciales quisieron dañar la fiesta. Más cuando el fiscal Barbosa ha sentenciado que “la paz en Colombia ni se ha visto ni se ve”. Lastimosamente se envenenaban las cervezas que apuraban Santos y su compadre Timochenko.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 08 de diciembre de 2021.

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