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Alberto Velásquez Martínez 

Mientras en Colombia el sindicato del centroderecha le trancaba la puerta a Óscar Iván Zuluaga para que no entrara a esa coalición, en España el gobierno de izquierda recibía a Petro con honores propios de un jefe de Estado. Y la militancia de sus partidos populistas lo aclamaban con el lenguaje revolucionario de la lucha de clases. Cuentan que ese lanzamiento internacional estuvo presidido por la bandera roja con la hoz y el martillo, que no es propiamente la tricolor colombiana que se han cruzado sobre pecho y espalda sus jefes de Estado. ¿Será acaso aquel símbolo el augurio de lo que podría pasar en Colombia en las elecciones de mayo?

La vanidad e intransigencia de quienes se unen a través del odio en contra de Álvaro Uribe Vélez parecen primar sobre el desprendimiento y la convicción de salvar al país de las garras de un gobierno de extrema izquierda. Rencores que en Colombia reviven su vigencia, anticipados desde hace cien años por Benda, filósofo francés, y que en su obra El ocaso de la democracia trae la laureada escritora Anne Applebaum: “Nuestra época es de hecho la época de la organización intelectual de los odios políticos y será uno de los principales rasgos a destacar en la historia de la humanidad”.

Tenemos muy claro que si los partidos y movimientos democráticos colombianos no se ponen de acuerdo en un candidato único, Petro podrá ganar la Presidencia. Y, así, con el poder conquistado, puesto en bandeja de plata por los partidos insensatamente divididos, imponer, a troche y moche, su modelo revolucionario de gobierno y hacer todas las reformas constitucionales para quedarse ese régimen, sea a través suyo o de sus compadres, por largos periodos en el poder. Sus sueños mesiánicos no tienen límites.

Candidatos resentidos o mitómanos compulsivos no saben gobernar un país. Lo hacen a través del revanchismo y de la prédica de los odios de clase. Son autócratas que mantienen sus propias milicias urbanas paralelas a las fuerzas legítimas del Estado. Tienen en su morral ideológico las normas para las expropiaciones y confiscaciones. No admiten la oposición, amordazan la libre expresión en todas sus manifestaciones, contribuyendo a hacer una “república invivible”, como en los tiempos de violencia bipartidista lo predicó el fanatismo de Laureano Gómez.

Ojalá la arbitraria exclusión de Óscar Iván Zuluaga no sea una premonición del velorio de los partidos de centroderecha y menos una lápida que lo distinga como cuerpo enterrado sin resurrección alguna

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 19 de enero de 2022.

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