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Alberto Velásquez Martínez

En la vida colombiana coinciden hoy dos factores para conformar un matrimonio indisoluble: la mentira en la política y la pandemia. Ninguna de las dos quiere irse.

A falta de partidos fuertes y serios, las triquiñuelas sustituyen los programas. Aparece en escena la mentira y en ella se ahogan la verdad y la sinceridad. No hay día en que pase en blanco la hoja de ruta de la mentira. Con ella se juega y se ataca en el debate político electoral.

El escogido, el pasado lunes, como candidato presidencial del Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga, acusa a Eduardo Montealegre de haberle propuesto un pacto simoníaco de silencio, cuando este ejercía la Fiscalía General. Montealegre congelaría la investigación contra aquel por haber realizado a través de un hacker interceptaciones ilegales para sabotear el proceso de paz habanero. Zuluaga, como contraprestación, influiría ante Uribe Vélez para que frenara su denuncia sobre los doce millones de dólares que, el expresidente aseguraba, habían entrado a la campaña santista. Y ahí fue Troya.

Montealegre, cuya gestión como fiscal no fue espejo transparente para mirarse, niega esa propuesta. Anuncia denuncia penal contra Zuluaga por el delito de fraude procesal. Óscar Iván riposta denunciándolo por concusión ante la lenta como inútil Comisión de Acusación de la Cámara.

En la polémica nuevamente entra la Justicia en un pantanero. Allí se revuelca en el lodo de la negligencia, la ilegalidad y la ausencia de la verdad. Será un pleito regido por la palabra de un candidato de reconocida solvencia moral contra la de un fiscal que no dejó propiamente huella de imparcialidad e idoneidad en el ejercicio de sus funciones. Será otro escándalo de esos que a diario ocurren en un país en donde las denuncias se ahogan en la rabulería cortesana. Terminará en un chisme más, de aquellos que abundan en cafés de tertuliantes jubilados, en donde se especula y se exagera, explicable tan solo en un medio en el que se abren paso una política degradada y una Justicia desprestigiada.

En el ejercicio político de Colombia, caen más mentirosos que cojos. Acordémonos de Santos, que negó ante el mismo Zuluaga, en el cara a cara televisado del debate presidencial de 2014, que en el proceso de paz se fuera a dar curules gratuitas a los farianos acusados de crímenes de lesa humanidad y de guerra. Hoy se pasean por las curules regaladas, sindicados —e impunes— por toda clase de violaciones a los derechos humanos.

Alguna vez dijo Fabio Echeverri que si el país aprobaba unos proyectos laborales de corte populista presentados en el gobierno de López Michelsen, pasaría de ser un Estado de derecho a un Estado de ilegalidad. Ahora estamos en la moda de la mentira, cuando ya hace rato entramos en el sistema jurídico de la impunidad.

P.D.: Altanero el trino del embajador de los Estados Unidos en Colombia respondiendo al mensaje del presidente Duque en el que ofrecía disculpas por la apología antisemita puesta en escena en una escuela de la Policía. “Ninguna explicación es suficiente”, fue la destemplada reacción del arrogante patrón del país del norte a un Jefe de Estado amigo. ¿Nos seguirán considerando los poderes gringos como un país de cipayos?

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 24 de noviembre de 2021.

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