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Eduardo Mackenzie*  

Las marchas en defensa del gobierno involucionista de Gustavo Petro, convocadas por él mismo para el 7 de junio, fracasaron. No hubo el tal “respaldo popular” a su desgobierno. Ese fracaso tuvo dos aristas: por lo que Petro vociferó ese día en la plaza de Bolívar, y por la ausencia de manifestantes verdaderos en todas las ciudades donde el gobierno trató de ocupar el terreno.

Como los sindicatos no quisieron marchar al lado del convocante, pues éste fue miembro en 1976 del M-19, la guerrilla comunista que secuestró, torturó y asesinó ese año a José Raquel Mercado, el líder de la central sindical CTC, la segunda en importancia en ese momento, los operadores del régimen tuvieron que sacar abusivamente a los estudiantes de bachillerato de sus aulas y ponerlos a desfilar con banderitas, con la complicidad del sindicato del ramo y del ministro de Educación.

Hay que ver qué delitos cometió el ministro y sus funcionarios al obrar de esa manera, por acción u omisión, en esa manipulación artera de estudiantes para convertirlos en masa de manifestación política.

Cohibido por los informes negativos que recibía sobre el mal estado de las manifestaciones, y acompañado por la vicepresidenta, y gran viajera, Francia Márquez, Gustavo Petro improvisó unas frases donde difamó copiosamente a la prensa y a los medios de información colombianos, a quienes acusó, sin prueba, de racismo y de odiar a la señora Márquez “por el color de su piel”.

¿Cuál será la revista, el diario o la radio que se atreverá a entablarle una demanda penal a Petro por esa peligrosa acusación?

Sin embargo, Petro deslizó allí algo que sí es perfectamente cierto: “El pueblo que eligió al presidente sigue con el presidente”. Solo que ese “pueblo” que lo “eligió” y que estaba allí, frente a la tarima de oradores, no había logrado ocupar ni la mitad de la plaza de Bolívar.

Ese pueblo, esa minoría, era la que, en efecto, había votado en la segunda vuelta por Petro, el 19 de junio de 2022. Esa minoría votó por él, pero no lo eligió. O lo eligió de manera esotérica. Las costosas y no controladas máquinas electrónicas de votar que la Registraduría había comprado en España a última hora, cuyo software de escrutinio no dejó inspeccionar por técnicos independientes, dieron una cifra en la noche del 19 de junio y así fue como un candidato minoritario e impopular, pero bien financiado para que pudiera atornillar 41 000 “testigos” en las urnas, fue elevado al cargo de presidente de la República de Colombia.

El desastre que para los colombianos ha sido esa administración, los pasos desastrosos que Petro dio cada día desde el 7 de agosto de 2022, forjaron el espectáculo de desolación en la Plaza de Bolívar el 7 de junio. Los sindicatos, siguiendo el ejemplo de dignidad de la Confederación General del Trabajo, CGT, le dieron la espalda a Petro –quien nunca repudió el asesinato de José Raquel Mercado--, y a su plan de “reformas” descaradamente regresivas y antidemocráticas. Sólo una fracción exigua del sindicalismo, la más intoxicada por el maduro-marxismo, salió a las calles.

Tal es el estado del frágil pero violento tinglado petrista, tras la jornada del 7 de junio. Ese es el marco que tendrá el combate político que se abre hacia la destitución de Gustavo Petro, gesta heroica que parece más urgente que nunca a la luz del escándalo Saravia-Benedetti de los últimos días pues incluye datos sobre corrupción, detenciones arbitrarias, teléfonos interceptados, vuelos secretos, narcos, elecciones trucadas, traiciones, robo y blanqueo de dineros.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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