Rafael Nieto Loaiza
Rafael Nieto Loaiza
Petro y Leyva incurren en varias falacias cuando sostienen que del acuerdo de Santos con las Farc y de su envío a Naciones Unidas el 24 de marzo de 2017 se desprende la posibilidad de convocar una asamblea constituyente y que además pueda hacerse sin acudir al procedimiento contemplado para ello en la Constitución de 1991.
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Prometo que cada semana me hago el firme propósito de escribir sobre las posibles soluciones a los enormes problemas que nos aquejan y, en todo caso, sobre asuntos distintos a Petro y lo que dice. Pero no hay manera. Son tan serios los escándalos que surgen cada semana y tan graves sus declaraciones, que sería irresponsable no referirse a ellos.
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Hay dos maneras de entender la política, como conflicto o como solución. La primera hace énfasis en el poder y entiende su eje como una lucha en la que siempre hay vencedores y vencidos, alguien que gana y alguien a quien hay que derrotar.
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Es fácil subestimar a Petro, suponer que sus declaraciones son apenas las de un perro que ladra y no muerde, que solo son resultado del calor de la tarima, del efecto arrebatador del micrófono, de la reacción asustada del hombre acorralado por los escándalos de corrupción de su gobierno y los de la financiación de su campaña, de la frustración ocasionada por el colosal e inocultable fracaso social, político y económico de su gestión. No hay duda de que Petro se encandila en las manifestaciones, que se embriaga cuando hay quien lo aplauda. Pero sería un grave error pensar que solo vocifera, que son meros exabruptos, amenazas vacías, sin riesgo, sin contenido. De acuerdo con lo que dice y hace, no tomarlo en serio sería fatal. Y no lo digo de manera metafórica sino literal: podría costarnos muchas vidas. Muchas vidas y el futuro.
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Petro va de escándalo en escándalo. Ayer era el de los audios de las conversaciones entre la Merlano, entonces prófuga, y Benedetti, quien fungía como embajador en Caracas. Otro diálogo surrealista que no debería olvidarse y del que se deduce que saben algo muy comprometedor para el gobierno, tan grave incluso que pone en peligro sus propias vidas. Hoy son las declaraciones auto incriminatorias del exsubdirector de la UNGRD, en las que confiesa que, en compañía de la Consejera de Regiones y por instrucciones del Ministro del Interior, sobornaron nada menos que a los presidentes de ambas Cámaras y a 15 congresistas más con el propósito de conseguir la aprobación de las propuestas del gobierno. Por mucho que trate Petro de echar la culpa a otros, es claro que las coimas a los parlamentarios tenían un propósito que lo beneficiaba y que, en consecuencia, es válido preguntar si fue él mismo quien dio la orden.
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Petro perdió la calle. Es quizás lo más importante porque para él y para la izquierda la calle es vital. En el discurso posterior a su derrota en 2018, sostuvo que volvía al Senado pero “a dirigir un pueblo que debe ser movilizado”. Y movilizaciones hubo, violentas y destructivas, durante las protestas del 2021, protestas que paradójicamente le sirvieron para ganar en el 22, con independencia de ahora sepamos que fue con trampa. Ya en el gobierno ha insistido en pedir que sus bases salgan a defender sus propuestas y, después de que rompiera la coalición de gobierno, en sostener que "el cambio” necesita del apoyo popular expresado en las calles. Pues bien, las movilizaciones a favor de Petro, aunque aceitadas con el presupuesto público, han sido escuálidas y en cambio las de quienes se le oponen son cada vez más numerosas. La del domingo pasado fueron posiblemente las más grandes de la historia, incluso mayores a las del millón de voces contra las Farc de 2008.
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La deriva autoritaria de Petro se agudiza. Por un lado, utiliza la Supersalud como policía política e interviene, con falsa motivación, Sanitas y la Nueva EPS (con la ironía de que la controla el mismo gobierno. Si hoy la manejan con las patas, mucho peor sería si, como pretenden, todos los usuarios del sistema estuvieran ahí). Por el otro, también ilegalmente, decreta un día cívico que coincide, vaya casualidad, con su cumpleaños. El ego de Petro y su falta de pudor, propios de los peores dictadores tropicales, no tienen límite.
Rafael Nieto Loaiza
No es lo mismo un refugiado que un asilado. El refugiado es el migrante que por amenazas a su vida, su integridad física o su libertad, o las de su familia, traspasa las fronteras del Estado del cual es nacional. En calidad de refugiado, tiene un conjunto de derechos frente al Estado receptor, reconocidos por el derecho internacional de los refugiados, una de las cuatro ramas del derecho internacional de protección de la persona humana (junto con el derecho de los derechos humanos, el DIH y el derecho penal internacional). Los dos fundamentales son la asistencia humanitaria y el derecho a no ser devuelto al Estado del cual huyó. El Estado receptor no concede el estatuto de refugiado, solo lo reconoce y está obligado a hacerlo. El refugiado lo es desde el momento mismo en que entra al Estado receptor.