El ciudadano decente sabe que cualquier querella que llegue a estas instancias estará marcada por las garras de intereses inconfesables. Caer allí es ir hasta las profundidades del barril sin fondo. Hundirse por el desaguadero en donde nos esperan las aguas putrefactas. Es la sordidez de una realidad espantosa en donde puede ocurrir cualquier desvarío. Creerles es ser un mentecato que vive soñando con el sexo del relámpago del Catatumbo. De esta instancia no surgirán medidas ejemplarizantes que den luminosidad a nuestra sociedad. Por el contrario, se aplaudirá la infamia que muerde la yugular de la decencia.
La verdad es que Nicolás Maduro fue duramente castigado electoralmente en los comicios del domingo 28 de julio. La gente harta de su pésima gestión salió en colosales cantidades para infligirle la mayor paliza en la historia de este tipo de eventos en América. La derrota fue de tal proporción que solo originando un descarado robo es que pueden hablar de victoria. El hecho es insostenible. La felpa fue tan brutal que los moretones espirituales hacen que hablen desde la herida. Tuvo que salir el TSJ a proclamar sin pruebas fehacientes y verificables por todas las partes, incluyendo a veeduría internacional altamente especializada. No pudieron mostrar un acta. Solo dieron un dictamen basándose en falsedades.
Un organismo que no está facultado para decidir en esta materia porque para ello existe el Consejo Nacional Electoral. Desde el punto de vista legal son poderes autónomos. Todos sabemos que en Venezuela eso es mentira. Que esos ámbitos de poder solo son parte de la red que tejen desde la dictadura.
No olvidemos que la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, que la ejerce directamente en la forma prevista en la constitución y en la ley, indirectamente mediante el sufragio. El acto realizado es irrebatiblemente nulo. Como lo hemos remarcado no tiene competencia. Una prueba palpable de la suprimida independencia de los poderes. Todo gira en torno a lo que le ordenan desde la cúpula gubernamental. Solo montaron un circo con turistas electorales afectos a ellos. Quizás para justificar las gruesas cuentas de hoteles y restaurantes les solicitaron ser actores enmascarados de la obra bufa. Una buena cantidad en dólares para terminar de armar el sainete. Un espectáculo palurdo al cual nadie ha respaldado. Con la excepción de las naciones totalitarias.
No podrán destruir a la verdad. Edmundo González Urrutia es el presidente que elegimos el setenta por ciento de los venezolanos. Una diferencia abismal que no puede ser birlada. Nos toca a los demócratas del país defender cívicamente el resultado.
@alecambero