Sin titubear, el presidente Gustavo Petro desata ataques cargados de veneno, repletos de falsedades y acusaciones contra el sector privado de Colombia. La respuesta, hasta ahora, ha sido un silencio que recuerda al de un niño que, víctima de matoneo, no tiene más opción que callar y soportar el abuso.
En conversaciones privadas, muchos argumentan, y con justa razón, que no pueden enfrentarse al gobierno, pues la fuerza del Estado, con su vasto arsenal regulatorio e impositivo, tiene el potencial de arruinar incluso a las empresas más prósperas.
Concuerdan también en que enfrentar a un empresario contra alguien de la estatura moral del actual presidente sería una contienda desequilibrada; después de todo, quien hoy ostenta la máxima autoridad del país es mentiroso y ni él, ni sus seguidores, consideran la coherencia como un principio valioso.
En medio de esta tormenta a Colombia la salva la incapacidad para liderar del presidente, sumada a los múltiples escándalos de corrupción que lo circundan, lo que hace que sus electores cada vez más descubran la magnitud de la estafa a la que fueron sometidos en 2022.
Pero la narrativa que el gobierno está esbozando, en la que se demoniza a los empresarios, se señala al mercado como el culpable de todas las tragedias humanas y se denigra la noción misma de negocio, promoviendo a la vez una visión del Estado como salvador omnipotente, es profundamente alarmante y puede condenar a Colombia a un largo ciclo de malos gobernantes. Es imperativo enfrentar esta narrativa armados con el instrumento más poderoso que posee la razón: la verdad.
El reto de desafiar la retórica engañosa del gobierno nos conduce a construir una contra narrativa basada en hechos veraces. Cuando defendemos al sector empresarial, parece que nos centramos solo en destacar sus acciones en términos de responsabilidad social, como si de alguna manera se estuviera intentando compensar un “pecado original”. El valor intrínseco de las empresas va mucho más allá de sus proyectos filantrópicos.
En esencia, cumplen una función social esencial: son innovadoras y ofrecen al mercado soluciones y servicios que mejoran la calidad de vida. Cuando prosperan, el mercado las premia y, en respuesta, generan una riqueza que antes no existía, beneficiando no solo a sus accionistas, sino propiciando el nacimiento de nuevas empresas, creando empleos y brindando más oportunidades a muchos.
Más allá de este aporte esencial, es digno de elogio que algunas empresas, elijan invertir en proyectos sociales que, en áreas vitales como la educación, salud y nutrición, suelen ser más efectivos y duraderos que las iniciativas gubernamentales.
No podemos dejar que esta versión distorsionada se arraigue en la mente colectiva. No basta con ser conscientes de la realidad; tenemos que ser los principales defensores de la empresa privada y la libertad económica. Empresarios, líderes, ciudadanos de a pie: debemos con argumentos contundentes, refutar las falsedades que se repiten diariamente.
https://www.larepublica.co/, Bogotá, 20 de septiembre de 2023.