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Viviane Morales Hoyos

Resulta que ahora este engendro fascista constituye la bandera más chic del progresismo criollo.

Yo sé que suena contradictorio el término fachoprogresismo, que recoge en una sola palabra dos cosas tan antagónicas como son el fascismo y el progresismo. No obstante, la política ha demostrado ser el mar de las contradicciones por excelencia. En Francia, por ejemplo, hay una palabra que ha venido acuñándose: el ‘islamo-gauchisme’, que quiere decir que la izquierda más radical decidió abrazar a la base social más conservadora cual es el islamismo con el fin de apostarle a que el crecimiento demográfico de los inmigrantes árabes islámicos les garantice un día llegar a constituir las mayorías electorales. Mejor dicho, que la izquierda radical francesa decidió hacer la pirueta ideológica más desconcertante con tal de seducir electoralmente al sector religioso más extremista y opuesto a sus principios doctrinales. Nadie hubiera podido imaginar que esa izquierda llegara a convertirse en defensora del uso del hidjab, pretendiendo que las niñas musulmanas puedan ir a la escuela con sus cabezas cubiertas.

En Colombia viene irrumpiendo desde hace una década un activismo insaciable que anida otra contradicción incomprensible: la de ocultar propósitos fascistas con atuendos progresistas.

Leamos con mucha atención el siguiente párrafo. Aclaro desde un comienzo que no se trata del fragmento de alguna novela de ciencia ficción, ni de ninguna fake news, sino que corresponde a un artículo del proyecto de reforma del código electoral que avanza en el Congreso de la República.

“Artículo 89.- Corrección de componente sexo. Las personas interesadas en corregir el componente sexo de su registro civil de nacimiento podrán hacerlo mediante escritura pública.

La corrección del componente sexo en el Registro Civil de Nacimiento podrá consistir en la inscripción del sexo masculino (M), femenino (F), transexual (T), No Binario (NB) o aquellos que legal o jurisprudencialmente llegaren a reconocerse.

Parágrafo 2. Podrá tramitarse la corrección del componente sexo de los menores de edad a partir de los cinco años”.

Una de las conquistas más importantes de la historia de la democracia consiste en haber llegado a establecer que la defensa de los derechos de los niños está por encima de cualquier otro derecho. Es decir que los derechos de los niños están por encima de los derechos de cualquier adulto. Palabras más, palabras menos, para la civilización democrática universal los niños son intocables.

Resulta que ahora los activistas progresistas criollos quieren meter en la legislación electoral el contrabando de que a los niños se les puede cambiar de sexo a partir de los cinco años como si la ideología sexual progresista pudiera decidir que los niños dejan de ser niños por escritura pública o que por decisión administrativa se pueden cambiar las coordenadas fundamentales de la naturaleza humana. ¿A quién que tenga dos dedos de frente y dos dedos de sentido moral se le puede ocurrir que un niño a los cinco años pueda tener el juicio para tomar una decisión tan determinante como la de cambiar su identidad sexual?

Aceptar ese planteamiento, en el cual los protagonistas son los mayores y no el niño, equivale a aceptar la corrupción de menores como una práctica incorporada a la legislación colombiana. No nos vengan con cuentos. Ni en la psiquis ni en el corazón de un niño de cinco años puede resolverse un problema de ese tamaño.

Es una propuesta fascista porque desconoce el carácter sagrado de los niños, porque, como todo totalitarismo, comete el pecado de sacrificar un mundo a cambio de una obsesión ideológica y porque se lleva de calle el principio elemental de que cualquier discusión democrática debe ser razonable.

Resulta que ahora este engendro fascista constituye la bandera más chic del progresismo criollo. Convertir a los niños desde los cinco años en ratones de laboratorio ideológico, tal como lo hizo Hitler, forma parte del compendio “políticamente correcto” de la Real Academia fachoprogresista.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 28 de noviembre de 2022.

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