Debo aceptar que, salidos de la tragicomedia de Rodolfo, consideré darle una oportunidad a ese racional. Pero ver materializarse la realidad de un gobierno Petro, en lo poco que ha mostrado, ha sido suficiente para estar en total desacuerdo con esa teoría. Ya no quiero, ni por error, una explosión controlada. Mejor hacerle fuerza a su desproporción: una explosión descontrolada.
“Si a Petro le va bien, al país le va bien, a todos nos va bien”, seguirán insistiendo muchos como consuelo, como actitud bienintencionada de anteponer el bien común. Y los entiendo, lo mismo defendía yo hasta hace unos días. Pero decidí ser mal perdedor, hasta uno resentido. Si se mantiene la actitud de los primeros días de gobierno, no solo quiero que a Petro no le vaya bien, quiero que a él, y a todo lo que sea directamente atribuible a su gobierno, le vaya horrible.
Petro está demostrando ser una mala mezcla de Greta Thunberg, Eduardo Galeano y el “cura” Pérez. El dogmatismo petrista se ha impuesto ante el pragmatismo. No importa nada de lo construido, oídos sordos ante lo que ya funcione bien. Parece que primará, además del desorden, la obstinación ideológica, cuesto lo que cueste.
El primer ejemplo es el deterioro en el panorama macroeconómico, donde en tiempo récord Petro logró disparar el “riesgo país” y la tasa de cambio, poniendo nuestra situación fiscal en posibles cuidados intensivos. Todo por la terquedad de acabar los nuevos contratos de exploración de petróleo y gas, por anteponer una “transición energética” simbólica, casi infantil, por encima de planes estructurados de largo plazo donde no se renuncie ni a la seguridad energética ni a la sostenibilidad fiscal del país.
Y en la agenda de este gobierno se vienen temas con el potencial de tener efectos aún peores: una reforma a la salud, la incomprensible “paz total”, una reforma pensional, una reforma agraria, entre muchas otras.
Se equivocan quienes dicen que el peor caso posible es que Colombia siga el camino de Venezuela, algo improbable. Es más realista, y también preocupante, seguir el camino de Argentina: años de un populismo lleno de simbologías, gobernado por la retórica, que nos aleje lenta e inescapablemente del desarrollo. Con un agravante: Argentina fue un país rico, nosotros no.
Si no hay un cambio de actitud, ojalá que con Petro todo explote, y que explote rápido. Ese camino cada vez pinta más probable. En la última encuesta Invamer, la desaprobación del presidente Petro marcó 40 %, casi igual al 41 % que marcaba el expresidente Duque en octubre de 2018, también su segunda medición. Las mayorías de Petro en el congreso empiezan a tambalear, como muestra el hecho de que haya tenido que ir a vender la caída del gravamen a las pensiones altas y otros artículos claves de su reforma tributaria como una victoria, en vez de una derrota.
Que con el pasar del tiempo la impopularidad de Petro se siga disparando, que su coalición se siga desarmando y que siga perdiendo credibilidad hacia los mercados internacionales es un escenario doloroso, nocivo para el país, pero que podría terminar siendo lo “menos pior”.
Ojalá que, de sostenerse en su terquedad ideológica, Petro continúe saboteando su propio destino, cazando peleas desgastantes mientras pierde popularidad y gobernabilidad. Que sean cuatro años perdidos. Los efectos colaterales están siendo inmensos, y cada vez podrían ser peores. Pero mejor una explosión descontrolada rápida, así sea sin anestesia, que una explosión controlada eterna.
https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 28 de octubre de 2022.