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Orlando Avendaño   

Si vamos a hablar de nazis, el perfil de Gustavo Petro encaja a la perfección.

Faltan pocas semanas para la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia, y el ambiente político se tensa, raudamente. Hace unas pocas horas, el grupo terrorista FARC ejecutó un atentado al sur de Bogotá que dejó dos niños muertos. Esa misma organización, las FARC, en su brazo político denominado Comunes, expresó su apoyo a la candidatura a la presidencia del extremista de izquierda, Gustavo Petro.

Petro, esta misma semana, atacó a la prensa crítica llamándola neonazi. Propiamente, se refirió al periodista judío David Ghitis, quien en una columna en el medio RCN dijo que Petro “amenaza la propiedad privada”. “Neonazis en RCN”, dijo Petro, sobre un columnista judío y el medio que le dio la plataforma.

Este ataque a la libertad de prensa —por demás antisemita— enciende las alarmas sobre lo que podría ocurrir si Gustavo Petro, quien hoy lidera las encuestas y se perfila como el favorito en la contienda, llega a la presidencia de Colombia. Acudir a la expresión “neonazi” abre automáticamente el camino para la violencia, la censura y la quema, porque, bajo su lógica, no hay otra forma de manejarse con el nazismo. Lo llamativo es que no hay nada más nazi, o fascista, que andar llamando nazi a todo aquel que disiente de uno. Verbigracia, Antifa en Estados Unidos.

En todo caso, si revisamos el expediente de Gustavo Petro, podría acudir, pero con más confianza, al mismo reduccionismo y afirmar que él es el verdadero neonazi. Primero, lo que acaba de ocurrir. No hay cosa más fascista que atacar la libertad de prensa y señalarla como enemigo a destruir. La prensa, pese a sus vicios, es el último muro de contención contra las tiranías, como bien lo precisó Tocqueville hace unos cuantos años.

Luego están las propuestas de Petro. Expropiar, imposición de aranceles, subsidios, aumento de impuestos y el gasto público, prohibición de la minería, reforma de la policía y la educación, para ideologizarla. Ensanchar el Estado y robar, en síntesis. No suena muy liberal, en lo absoluto, y provocaría una huída del capital colombiano sin precedentes, lo que, también, generaría un aumento considerable de la pobreza y la delincuencia.

Por último, el pasado: Gustavo Petro viene de militar en la organización guerrillera terrorista M-19, responsable de uno de los mayores atentados de la historia de Colombia (la toma del Palacio de Justicia, cuando la organización terrorista mató a 11 soldados y a 43 civiles en noviembre de 1985). Mientras estuvo en la organización, su alias era Aureliano y abrazó un marcado antiamericanismo —por lo que podríamos imaginarnos cómo serían las relaciones en eventual Gobierno suyo con Estados Unidos—.

Y del pasado, vienen sus relaciones: admiración por Hugo Chávez y Fidel Castro, ambos tiranos hambreadores y asesinos. Amistad con Pablo Iglesias, el líder del grupo de extrema izquierda español Podemos, y con figuras del Foro de São Paulo, la organización criminal que esparce el caos por la región.

Entonces, tenemos el desprecio a la libertad de prensa, su voluntad de robar a los colombianos, ensanchar el Estado y el gasto público; el apoyo de las FARC; su experiencia en un grupo terrorista que secuestraba y mataba; y sus amistades, con otros delincuentes del mundo, que también han matado, secuestrado y traficado. Si vamos a hablar de nazis, el perfil de Gustavo Petro encaja a la perfección. Ese hombre hoy se acerca a la presidencia de Colombia. Sobra decir lo aterrador que luce un futuro bajo esa posibilidad.

https://elamerican.com/, Estados Unidos, 29 de marzo de 2022.

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