No es de extrañar que un grupo político como el que lidera Petro sea capaz de denigrar a un rival. No les queda muy difícil hacerlo, cuando en el pasado -y tal vez en el presente-, los dirigentes socialcomunistas han sido capaces de secuestrar, masacrar, traficar con seres humanos, violar menores de edad -crímenes de lesa humanidad que han cometido Petro y/o sus socios políticos-, o -como es el caso de sujetos de la laya de Roy Barreras y Armando Benedetti- hampones de cuello blanco involucrados en los peores delitos contra la administración pública. Como ha dicho el presidente Uribe en reiteradas ocasiones, en la campaña de Petro están los ladrones de la salud en Colombia. De nuevo, si los cabecillas de ese grupo han tenido las agallas de cometer semejantes delitos, no les temblará la voz para mentir respecto de su rival, Federico Gutiérrez.
Se ha señalado que el exalcalde de Medellín está relacionado con la mafia, específicamente con la denominada ‘Oficina’ de Envigado, versión sin sustento ninguno y que se ampara en un hecho bastante confuso que involucró a quien fuera el secretario de Seguridad de la capital antioqueña durante el gobierno de Gutiérrez, Gustavo Villegas.
El caso Villegas es en extremo complejo y difícil de comprender. Para cualquier observador desprevenido, la culpabilidad del exfuncionario es incontrovertible por cuenta de que él mismo aceptó los cargos que le fueron imputados por una supuesta alianza suya con la tristemente célebre ‘Oficina’.
La historia real difiere radicalmente de las versiones que conoce la opinión pública. Villegas es un hombre honorable contra quien no pesa prueba alguna y que, por ingenuidad o falta de precaución, terminó enredado en un montaje en el que participó una siniestra funcionaria de la fiscalía llamada Claudia Carrasquilla, reconocida por sus maniobras sucias cuando de hacer falsos positivos judiciales se trata.
Si algo debe reprochársele a Villegas es no haber querido luchar por la confirmación de su inocencia. Se doblegó ante la brutalidad de la farsa de que fue víctima, tramoya en la que participó un sector de la política antioqueña que quería sacarlo del camino, porque muchos lo veían como el evidente sucesor de Gutiérrez en la alcaldía de Medellín.
Fico es un hombre al que se le pueden cuestionar algunas de sus propuestas o planteamientos, pero quien no puede ser objeto de reproches morales. Él, a diferencia de tres de sus rivales -Petro, Fajardo y Rodolfo Hernández- puede mirar a la cara a los colombianos sin sonrojarse.
Si en la campaña política va a hablarse de vínculos con el narcotráfico, que se arranque por Gustavo Petro. ¿O es que acaso se olvida que la banda M-19 era, en la práctica, el brazo sicarial del ‘Cartel de Medellín’? La historia no puede ser sometida al régimen estalinista, donde lo que no convenía recordar era eliminado de tajo. Iván Marino Ospina, padre del actual alcalde de Cali, era el liaison entre el M-19 y Pablo Escobar. Después de la desmovilización de esa banda delincuencial, Escobar convirtió a Pizarro en su candidato presidencial.
Ahora: ¿Cómo ocultará Petro los vínculos de su senadora electa Piedad Córdoba, alias ‘Teodora Bolívar’ con la narcodictadura venezolana? ¿Va a alegar como hacen Maduro y sus secuaces que el delincuente Alex Saab, socio de la Córdoba, es un pobre hombre, miserablemente perseguido por el “imperio”?
Si hay algo que hiede a narcotráfico es, precisamente, la extrema izquierda colombiana de la que hace parte uno de los más grandes carteles de la mafia, las Farc, grupo delincuencial que hoy agita emocionadamente las banderas petristas.
@IrreverentesCol
https://www.losirreverentes.com/, Bogotá, 27 de marzo de 2022.